Málaga

El 11 de abril de 1993 una banda neonazi asesinaba al joven de 18 años Guillem Agulló en Montanejos, Castellón. Le rodearon, le agarraron entre dos personas y uno de ellos Pedro Cuevas, le propinó un navajazo en el corazón que acabó con su vida. El juicio y el tratamiento en los medios demostró que nuestro país, que vendía una modernidad y una democracia modélica, todavía era incapaz de condenar los crímenes de la ultraderecha. El asesinato se presentó como una pelea entre bandas. Agulló era ‘sharpero’, luchaba contra las bandas de extrema derecha que todavía campaban con impunidad pegando a homosexuales, gente de izquierdas y de otras razas.

Cuevas fue el único condenado a prisión, y a los cuatro años quedó en libertad y empezó a militar en partidos de extrema derecha junto a los mismos que le defendieron en los tribunales, la prueba de que aquello fue un crimen de odio por cuestiones políticas. Esto es lo que cuenta Carlos Marqués-Marcet en La mort de Guillem, película para televisión presentada en el Festival de Málaga, donde ha recibido el Premio Talento. Marqués-Marcet, que ha ganado dos veces la Biznaga de Oro -por 10.000 kilómetros y Los días que vendrán- se posiciona sin ambages con la familia de Agulló y deja claro que la equidistancia nunca es una opción.

¿Por qué contar ahora la historia de Guillem Agulló? Ahora suena más actual que nunca.

La idea venía de hacerlo para el 25 aniversario. Las productoras querían hacerlo ahí, pero pasó el tiempo y se retrasó el proyecto. Siempre buscamos las efemérides, pero yo me alegro de que no haya caído en el 25 aniversario, porque qué lo mismo da 25 que 28. Ahora resuena mucho con lo que está pasando, y creo que era importante revisitar dónde estábamos en 1993, que era un momento muy especifico, sobre todo en el País Valencià. Había que revisitar de qué manera la impunidad de ciertas estructuras tanto políticas como sociales, herederas de una transición mal hecha, podían afectar de forma trágica a una familia.

Tráiler de La mort de Guillem.

¿Ha cambiado todo esto?

Yo creo que sí. Soy partidario de evitar las palabra vacías, y creo que ahora mismo la palabra facha, o dictador, la pueden usar para referirse a alguien que no es de tu ideología… O democracia, que es una palabra que se ha quedado vacía. Me da asco decir esas palabras. Son palabras vacías, es interesante revisitar lo que ha pasado, pero no para buscar las esencias, sino para encontrar relaciones. No es que la ultraderecha de ahora sea la misma ultraderecha que en el 36, ni mucho menos. Ha mutado y es importante ver las diferencias y las conexiones. Pero creo que sí, que arrastramos mucha herencia de un régimen que nunca se ha juzgado. Sólo se ha juzgado a nivel público, y se ha hecho a través del cine, de la literatura, del arte… a la política le queda mucho por hacer a la hora de condenar lo que fue aquello. Tanto que se le exigía a los presos de ETA condenar las muertes y nadie le ha exigido a los herederos del franquismo las muertes que hicieron… condenar es otra de esas palabras vacías.

La película toma una posición clara, se sitúa con la familia de Guillem Agulló, ¿por qué era importante ese punto de vista?

Es la posición ética, y la ética tiene que ver con cómo te sitúas, y tuvimos el debate del punto de vista que elegir. Guillem no deja de ser un chaval de 18 años al que tenían señalado. Había que aprender mucho del proceso de después de su muerte. La posición ética era colocarnos con la familia y ver cómo les había transformado. Había un drama mas allá de lo político, hablar de qué sentido le das a la muerte de un hijo, y ellos al cogerlo como una causa política eso les impide reestructurarse como familia, y eso me interesaba mucho. Mis películas son políticas desde los afectas, cómo el mundo afecta a eso, y aquí es ala inversa, vamos de lo político a lo íntimo.

Soy partidario de evitar las palabra vacías, y creo que ahora mismo la palabra facha, o democracia, se han quedado vacías. Me da asco decir esas palabras

La película se posiciona en el debate sobre si el fascismo y el antifascismo son lo mismo. La famosa equidistancia...

Si lo miramos a un nivel de lógica matemática, algo y lo que va en contra no pueden ser lo mismo… Ese argumento es como cuando se dice, ‘Hitler y Stalin son lo mismo’. No es cierto. No lo son. Los dos fueron unos hijos de puta, pero lo fueron por razones distintas. Es como decir que todas las muertes son iguales. No es cierto, por desgracia no es lo mismo una muerte en el Estrecho, que te importa una mierda, que alguien que muere aquí, o al que matan aquí, que parece la gran revolución. No nos engañemos. Para mí había que hacer un posicionamiento, y ese es con la familia. Hay otros puntos de vista que también serían interesantes, como el de los abogados, pero esta es la película que creemos que más nos va a enseñar sobre la vida.

Durante el rodaje os hicieron pintadas de extrema derecha, como las que siguen haciendo a la familia de Guillem. ¿Tuvisteis miedo?

Fue impactante, de hecho la utilizamos, porque a la familia cada año les escriben pintadas en el aniversario y les hacen llamadas, y teníamos que rodar eso. La policía nos dijo que no parecía preocupante, que parecían unos chavalitos, pero te preocupas. Nosotros señalamos con nombres y apellidos a gente vinculada a la extrema derecha, pero me tranquilicé después de hablar con la hermana de Guillem, que sale en un momento en la película, algo que me parece muy bonito… para que la gente me diga que somos parciales… claro, soy tan parcial que ella está ahí.

Yo he vivido ser adolescente y que te persigan nazis por llevar una camiseta del Che y que te peguen, y gracias a que estaban estos chicos defendiéndonos no iban pegando gente

No te da miedo posicionarte.

No, no no tengo miedo a posicionarme, esto no va de que unos hicieron unas cosas y otros otras, no. Aquí solo hay un muerto. Yo he vivido ser adolescente y que te persigan nazis por llevar una camiseta del Che y que te peguen, y gracias a que estaban estos chicos defendiéndonos no iban pegando gente. Nos defendían a todos. Luego cuando hablan del ejercito todos les aplauden porque nos defienden, pero resulta que Guillem era un chaval violento... Yo sentía que los red skins eran gente que luchaba contra el fascismo. Eran militantes antifacistas. No eran pacifistas, pero es que ojo con el pacifismo, que es muy fácil serlo estando en el poder y decir que no haya violencia, pero cuando te persiguen para pegarte es otra cosa. No quería ser neutral, pero tampoco hacer un panfleto o tendencioso. A este chaval le mataron entre seis de una puñalada en el corazón. Todo el argumento de la defensa fue decir que era una pelea entre bandas y no era política, pero el señor Cuevas entra en política, se revelaron a ellos mismos, y se ríen todavía, que siguen escribiendo ‘Guillem, jódete’. No era una pelea entre bandas, era un crimen político.

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