“No hay nada más peligroso que una mujer que baila”. La frase, contundente, demoledora, la dice el personaje de Àlex Brendemühl en Akelarre. Él es un juez de la inquisición que a comienzos del siglo XVII, encomendado por el rey, arresta y acusa de brujería a unas jóvenes de un pequeño pueblo vasco. ¿Su delito? Bailar libres y cantar en un idioma del demonio: el euskera. Y uno no puede dejar de pensar que la trama del primer filme a concurso por la Concha de Oro en San Sebastián habla de nosotros, de 2020. De una época donde la extrema derecha ha vuelto a resurgir y a cargar contra el feminismo y contra cualquier lengua. Donde VOX pide la ilegalización del PNV y ataca al feminismo.
Las brujas nunca existieron, sólo fueron un invento del patriarcado para mutilar la libertad de aquellas mujeres que se atrevían a ir a la contra. Aquí las brujas no son viejas, no tienen la nariz aguileña ni verrugas en la cara. Son jóvenes, niñas y adolescentes, mujeres que empiezan a sentir el placer y que las acusan por ello. Las mujeres que bailan siempre fueron peligrosas, y por eso Pablo Agüero tuvo claro que quería contar esta historia. Algo había en ella para que un director argentino se metiera hasta las patas en un proyecto tan vasco, tan de las raíces y las costumbres, pero para él habla de todos. Había una historia universal, porque en realidad “esta historia se ha dado en América, en Europa, las brujas de Salem… todas en la misma época en la que había una política de persecución y represión centralizada desde el vaticano y a través de las monarquías clericales”.
Agüero hizo una investigación, y descubrió en Euskadi “el caso más potente y singular”, uno que funcionaba como resumen de lo que sucedía en todo el mundo, pero con un distintivo: “mientras que en otras regiones se acaba con todo, con las creencias, el idioma y cualquier cuestión cultural, aquí resistieron el idioma y las costumbres, y aquí ocurrió la historia más increíble de todos las que leí en los diarios de los jueces, porque este era el más delirante y barroco, pero al mismo tiempo el único que dejaba traslucir sus verdaderas motivaciones”.
También el único que no las caricaturizaba y las describía como “viejas y feas para ocultar su propia libido”, algo que el director explica que se hacía para demonizar en una misma persona a muchos más colectivos. “La inquisición fue una política para educarnos hacia ciertos prejuicios y esquemas morales de obediencia y poder, y eso suponía hacer la amalgama con cualquier cosa que no fuera católica, y por eso se hace a las brujas con una nariz judía, para estigmatizar también a los judíos, los árabes, a las creencias locales… se genera una imagen cliché a propósito, y se describen como viejas y curanderas cuando se ha comprobado que esas descripciones no corresponden a sus edades verdaderas. Es para ocultar la libido, para ocultar que les perturbaba su belleza. Las brujas eran como las femen de su época”, cuenta Pablo Agüero a este periódico desde el Festival de San Sebastián.
Un momento que el director cree que es fundacional en las sociedades posteriores, y que además cumplió su objetivo, ya que “han logrado educarnos, hasta en sectores progresistas que creen q hacen obras innovadoras y, sin embargo, reproducen sistemáticamente el discurso, como el fantástico, que ha reproducido clichés y el punto de vista masculino, porque reproducimos cosas que nos han inculcado, hemos reproducido todo lo que decía la literatura o el cine sin plantearnos una revisión crítica de esos textos originales que eran puro delirio, cosas inventadas, como siempre hacen los sistemas totalitarios para acabar con quien molesta”.
Él mismo hace autocrítica: “es que incluso los que creemos que vamos en contra de esto, tenemos instintos de reproducir lo mismo, y es porque nos han educado así durante generaciones, porque siempre se quiere hacer desaparecer a los diferentes, mira los desaparecidos de Argentina… y las brujas son desaparecidos también. Se las quemaba, se borraba sus nombres, se quemaban los procesos para decir que no existieron, y decir que existieron ahora es un acto de rebeldía. Existieron y existen”.
Una caza de brujas que continúa y se acrecienta con la extrema derecha, y que para él tiene que ver con un sistema piramidal y patriarcal en el que arriba está dios, luego el rey, después el padre y acaba con el marido. “Es un sistema de poder donde los más débiles son las mujeres y los niños, y si las mujeres, que son las más débiles de ese sistema, deciden no obedecer y bailar, se derrumba todo el sistema de poder, porque es un sistema basado en una ficción que nos han hecho creer que debemos seguir”.