“Si uno realmente desea saber cómo se administra la justicia en un país se acerca al desprotegido y escucha su testimonio”. La frase, de James Baldwin, llena la pantalla al comienzo del documental Courtroom 3H, de Antonio Méndez Esparza -el único director español que compite por la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián-. Es toda una declaración de intenciones, pero también es un resumen de lo que pretende y consigue su documental con el que ha emocionado a la crítica.
Es un trabajo exigente, árido. No hay concesiones al espectador. Méndez Esparza consigue meter sus cámaras en un tribunal de familia de Tallahasee (Florida), un juzgado especializado en casos en los que hay menores implicados. Una corte única donde llegan los padres que han sido acusados de abuso, abandono o negligencia con los menores. Esa sala del juzgado tiene que decidir qué es lo mejor para los menores: dar una oportunidad a los padres biológicos, quitarles la custodia compartida, darles en adopción a quienes les han cuidado…
Un punto de partida que podría ser maniqueo, manipulador y sensiblero, pero que en manos del director español se ha convertido en una radiografía brutal de EEUU. No sólo de su sistema judicial, sino de un país marcado por un capitalismo bestial que marca a sus ciudadanos. Esparza sigue al pie de la letra la cita de Baldwin y escucha al desprotegido. Lo que queda es un bofetón al sueño americano. No hay igualdad de posibilidades. Los pobres no pueden equivocarse, e incluso pueden perder a sus hijos. ¿Cómo alguien que trabaja 15 horas al día puede ser un buen padre o madre?, ¿qué hace el sistema para ayudarles? Preguntas que se lanzan al espectador.
El español no juzga, sólo muestra un mosaico de casos diferentes y un tribunal en el que todos piensan que están haciendo lo mejor para los niños, aunque pocos miran a gran escala y se dan cuenta de que es el sistema que impide a los padres tener una vida digna lo que hace que esos hijos queden desamparados. En el fondo, Courtroom 3H, que se estrena en salas de Madrid y Barcelona este viernes, es una secuela apócrifa de su anterior película, La vida y nada más, con la que ganó el Independent Spirit Award y que mostraba -en forma de ficción- una familia que pasaba por este tribunal. “Es una secuela, algo más que un epílogo, diría que incluso una respuesta”, dice el director desde San Sebastián.
“La vida y nada más me enseñó un país, me enseñó lugares que no conocía. Intenté que la película fuera amplia, pero al final se queda en una familia y sus vicisitudes. Y creo, sin duda, que en esa mirada, el tema del sistema judicial era un elemento narrativo. No es que yo fallara en eso, pero no era parte de la película, y creo que había mucho más de lo que mostramos. En Florida hay muchas más familias que las que mostraba en La vida y nada más. Y quería adentrarme más en ese tribunal”, añade.
Está ese sueño americano, ese icono de que no importa de dónde vengas porque hay igualdad de oportunidades y todo es posible, pero te das cuenta de que es muy difícil
La gran decisión, que no sólo es estética, sino también moral, es dar un paso atrás y desaparecer como director. Algo que no en alguna ocasión fue hasta literal y que le ha enseñado a “ser mucho más paciente, a observar mucho más”. “Siempre he tenido el sueño de filmar casi sin intención y en la ficción eso es casi imposible, y aquí no es eso. Hay una parte de mí que siempre quiere huir de la historia e incluso de mi figura como director. Y hay una contradicción porque luego pone a ‘filme by’”, cuenta este director que reconoce que el tema de la diferencia sistémica de EEUU es el centro del relato: “Allí no hablan de clases, hablan de pobreza, de raza. Creo que el protagonista oculto es la dificultad económica, la precariedad absoluta y todas las consecuencias que tiene”.
Méndez Esparza coincide en que su filme muestra cómo en EEUU los pobres no tienen ni el derecho a equivocarse, porque el sistema no se lo permite. No hay segundas oportunidades. “Es cierto, sí. Es que si preguntaras a la gente de allí te dirían que eso es verdad, porque está ese sueño americano, ese icono de que no importa de dónde vengas porque hay igualdad de oportunidades y todo es posible, pero te das cuenta de que es muy difícil”, critica. En su documental todos creen que hacen lo correcto, y cree que eso, aunque “es el problema de todas las ideologías”, hace entenderles, porque “creen en lo que hacen y les da cierta legitimidad”.
Courtroom 3H llega en un momento clave, con las elecciones a un mes, y aunque el problema que muestra su película señala al esqueleto del propio país, el director se niega a aceptar que da lo mismo quien gane porque nada cambiará. “Hay una parte hipócrita que te diría que es cierto, que no importa, pero creo que todo importa, porque las decisiones importan”. También importa que el cine, como dice la cita de Baldwin, escuche a los más desfavorecidos, pero parece que es un arte al que le cuesta desprenderse de la etiqueta de burgués: “El cine lo intenta, como todos… pero claro que una mayor diversidad seria fantástica. Yo doy clase escuela de cine y la mayoría son de clase media-alta y su idea es la de un cine comercial, por eso creo que la educación es importante, porque da apertura, otra forma de entender el cine, no como mero entretenimiento y ahí hay que ofrecer diversidad, porque si no el discurso se empobrece muchísimo”.