Los mitos y leyendas perduran desde el comienzo de la humanidad. Se cuentan en libros, en fábulas, de padres a hijos… y hasta hace poco nunca nos habíamos preguntado qué imagen daban de la mujer. La visión actual ha hecho que se perciba que la figura femenina siempre va unida a un interés romántico, a diosas de la fertilidad, a mujeres hermosas y desnudas que son seducidas… o incluso violadas. Así lo ha plasmado también la historia del arte, que ha dejado constancia de estas leyendas en forma de obras.
Una de esas leyendas es la de la ninfa Ondina, un ser acuático de una belleza incalculable. Cuando un hombre es abandonado, acude despechado a un lago, dice su nombre y ella aparece en toda su inmensidad y se prometen amor eterno. Sólo hay una condición: debe ser para siempre, sino, él morirá. Por supuesto los hombres siempre son infieles, y Ondina tendrá que seguir el destino y asesinar al hombre que quiere. Una maldición que se repite en todas sus versiones. De nuevo, la mujer como la belleza pura a la que un hombre recurre por su propio interés. Una presencia que no es más que una proyección de los deseos masculinos. Estamos en 2020, y los contadores de historias también pueden cambiar las leyendas.
Eso es lo que hace el alemán Christian Petzold, que con Ondina relee el mito y lo adapta. Una historia de amor con toques fantásticos entre una Ondina del siglo XXI que quiere escapar de su destino fatal. Todo en el marco de las calles de Berlín, cuya historia se traspasa a sus personajes. Una película que como confirma el propio director, es “una mirada libre sobre el mito de Ondina”.
“A Ondina la convoca un hombre, nace del deseo de un hombre. Un hombre que tiene dolores de amor, que va a ese lago para suicidarse, pero puede llamar a Ondina y ella sale preciosa, desnuda, como una modelo, del agua. En la leyenda, Ondina es sólo el instrumento. Es una pura fantasía de hombres. Es como la hermosa puta con la que el hombre vuelve a coger las riendas del mundo", explica el director a EL ESPAÑOL.
"En el mito hay una frase muy bonita. Cuando la abandonan en la habitación de matrimonio del hombre, donde él está con la otra, ella le mata ahogándole, descargando agua sobre él, y ella le dice a los sirvientes: ‘él ha muerto con mis lágrimas, le he llorado tanto que se ha muerto ahogado en ellas’. En ese momento esta historia que es masculina, se convierte en una historia de mujeres. Y en ese momento es cuando en esta historia de hombres se percibe el punto de vista de Ondina. Y ese es el momento cinematográfico”, añade Petzold.
Una historia de amor, en un momento en el que también se han puesto bajo el foco conceptos como el de amor romántico, algo que el director alemán entiende, ya que “el romanticismo es masculino”. “En ese momento que yo describo, cuando Ondina actúa, es la mujer la que toma la acción. El momento revelador en el que ella se pregunta ‘¿qué estáis haciendo conmigo?’. Con Paula Beer he visto muchas películas, y todas las mujeres son Ondinas, son proyecciones masculinas y hay un momento en el que se preguntan eso. Vimos a Tippi Hedren en Los pájaros, a Ingmar Bergman en Te querré siempre, Gilda... Por eso me gusta la revisión que hace del mito Ingeborg Bachmann, porque en esta revisión Ondina va más allá y dice: ‘me planto, no sigo este juego’. Y la nuestra también lo hace”.
En Alemania tenemos muchos problemas para crear una imagen sobre nosotros mismos, y eso es porque el nazismo fue una máquina de hacer cine, y ese cine infectó mucho al país
Una Ondina moderna que trabaja en un museo y explica el urbanismo de Berlín y cómo la historia y las guerras han marcado la ciudad. Christian Petzold siempre habla de su país, de sus heridas y los acontecimientos que han dejado herida. Y lo justifica retrocediendo a cuando estudiaba cine: “Había dos grupos que siempre se estaban peleando. Los que querían hacer cine como el de EEUU, y los que también queríamos hacer cine americano, pero desde el que no te avergonzaras de estar en Alemania, pero los dos en el fondo queríamos hacer cine que pareciera americano”.
Por eso él intenta plasmar en sus películas lo que ocurre en su tierra, y pone como ejemplos el cine de Carlos Saura y su Deprisa, Deprisa, o lo que hizo Barbra Loden en Wanda. “Quiero que se vea que es una película alemana. Aquí no hay dinners ni autocines, pero podemos ver y explorar el mundo que tenemos aquí. En Alemania tenemos muchos problemas para crear una imagen sobre nosotros mismos, y eso es porque el nazismo fue una máquina de hacer cine, y ese cine infectó mucho al país”, zanja.
La película se estrenó el pasado festival de Berlín, el último certamen que se celebró antes de la pandemia, y su estreno se ha ido retrasando por culpa de la crisis del coronavirus. Una crisis que está afectando a los cines y que tiene preocupada al director: “Esta mañana estaba hablando con el distribuidor alemán y me ha dicho que la situación es dramática, que si esto sigue así unos meses más va a haber un descalabro total en los cines. Lo interesante de esto, es que durante la Berlinale ni una persona se contagió, y yo he sido jurado en Venecia y nadie se contagió. Creo que el cine es, ahora mismo, el lugar más seguro del mundo. ¿Sabes lo que es peligroso? Las iglesias son peligrosas”.