Para mucha gente, Jack London es el escritor de Colmillo Blanco, la novela adolescente que encandiló a millones de lectores jóvenes durante décadas. Pero London fue mucho más, y de hecho fue un escritor con una gran conciencia de clase y eminentemente político. Este 2020 nos lo ha descubierto de varias formas. La primera, una serie de Netflix que adaptando un relato como Los favoritos de Midas muestra como la banca siempre gana. Los ricos se defienden y si uno quiere permanecer intacto tiene que posicionarse.
La segunda, y mucho más rica en detalles y en reflexiones, es Martin Eden, la adaptación de la novela del mismo nombre que ha dirigido Pietro Marcello y que por fin se estrena en nuestro país este viernes tras su triunfal paso por el Festival de Cine de Venecia, donde ganó el premio al Mejor actor para Luca Marinelli. Mientras que la obra original seguía a un marinero en EEUU en los inicios del siglo XX, Marcello, criado y formado en el cine documental, traslada la escena a Nápoles en un tiempo indeterminado. Parece un tiempo de entreguerras, con la herencia de una aristocracia que remite al cine de Visconti.
Martin Eden es un pescador humilde al que la cultura emancipa. La educación es necesaria para acabar con la pobreza, y él lee todo y se va formando ante los ojos de una clase alta que le mira con la misma fascinación que repugnancia. No es uno de ellos, pero les hace gracia que alguien sin estudios pueda hablarles con propiedad. Su ilusión es convertirse en poeta. Un autodidacta que según avanza el siglo XX se politiza, pero en un sentido contrario al que todos esperaban, apostando por el anarquismo frente al socialismo. Por un individualismo nietzscheniano que hace que se desarraigue y abandone a su propia clase. Cuando alcance la fama, él se convertirá en lo que tanto detestó y será una sombra mientras el fascismo crece en su país.
Una joya del cine italiano que comienza con imágenes documentales de Errico Malatesta. ¿Una anacronía o una declaración de intenciones? Más bien lo segundo, ya que como el propio director confiesa, quería que el filme comenzara así para que todos los espectadores supieran cuál es su punto de vista, que es contrario al de su personaje y más cercano al de Malatesta, que creía que la abundancia se lograba con el socialismo y que “la realización inmediata del comunismo solo sería en sectores muy restringidos, así que el resto tendría que aceptar ‘transitoriamente’ el colectivismo”.
“Pongo a Malatesta porque es mi punto de vista. Soy yo, y quiero ser claro con el público. Soy socialista y estoy en contra del individualismo. No soy comunista, pero sí creo que el socialismo es algo que no es sólo político, sino algo que ocurre en esta misma habitación, algo que necesitamos en la vida para estar juntos. Si fuera español hubiera puesto a Durruti. Malatesta es mi punto de vista para ser sincero. Yo estoy con Malatesta y no con Martin Eden”, cuenta Pietro Marcello a este periódico. Puede que así intente evitar lo que le ocurrió al propio London, que hizo el libro para criticar al individualismo, pero fue criticado por su ambigüedad. “Debo haberme confundido, ya que ni un solo crítico lo ha descubierto", reconoció después decepcionado.
La película, en ese limbo temporal en el que nunca aclara cuándo se desarrolla, y en los debates que plantea, suena moderna y actual, y es que Marcello tiene claro que Martin Eden “habla de nuestro tiempo”. “Es un narcisista, es individualista, no tiene nada que decir. Se hace rico sin entender por qué, y le pasa algo que es muy típico de los artistas, que se hacen famosos y pierden su relación con la realidad. Es un personaje muy negativo y es muy contemporáneo, porque se traiciona sí mismo, a su familia, se olvida de la lucha de clases... no tiene sentimiento de pertenencia a su clase. Ya no hay lucha de clases en nuestra sociedad”, dice el director que cree que Martin Eden podría pertenecer a la época de los influencers y el Instagram.
Culmina así “un deseo” que nació cuando tenía 22 años. “Mi guionista, Maurizio Braucci, me dio el libro cuando tenía esa edad y me dijo que lo leyera, que sabía que me iba a encantar. Desde ese día quiero hacerla, y 20 años después he podido hacerla, también como productor, y junto a él en el guion. Quería hacer una película sobre un autodidacta, porque yo lo soy. Tenía claro que no podía hacerla en EEUU, porque no conozco nada del país, ni de San Francisco, ni de su cutura. Soy de Nápoles y de Italia, y hacerla en otro sitio conmigo de director hubiera sido ridículo”, dice con franqueza.
Muchos han visto en este Martin Eden los ecos del cine de Visconti, pero la comparación no gusta al director, que considera que está “más cerca de Ermanno Olmi” que al de otros directores que le mencionan, como Bertolucci, del que le gusta “su primera parte de filmografía o la primera parte de Novecento”, pero prefiere estar más cerca del documental y alejarse de otros autores: “Creo que no es bueno tener modelos tan claros. No es bueno imitar a Buñuel porque sólo hay uno, y no se puede recrear, es imposible imitarle. Me gustan los directores como Kaurismaki, que son libnres, que hacen lo que quieren”. Él lo ha hecho con Martin Eden, y el resultado es una de las grandes películas de este 2020 atípico que ya se despide.