El año pasado se publicaba Reina de grito, un ensayo donde la periodista y crítica cinematográfica Desirée de Fez repasaba el cine de terror reciente desde una mirada de género. Analizaba cómo una serie de directoras, mujeres, habían conseguido hablar desde el género cinematográfico de los miedos femeninos. Volver sola a casa, la maternidad, la adolescencia, el machismo… Entre las directoras que se mencionaban estaba Julia Ducournau, que debutó con Crudo, un retrato coming of age envuelto en canibalismo y que ahora ha rodado una segunda película con la que ha dejado el Festival de Cannes con la cabeza del revés.
Vayamos de frente. Titane -que llega este viernes a las salas- es una de las propuestas más salvajes y radicales que se van a estrenar este año -hubo espectadores que abandonaron la sala por su primera media hora druante su proyección el pasado Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro-. Deja a las monjas lesbianas de Verhoeven en dos aficionadas. Ducournau provoca y ofrece una película que salta sin red todo el rato, y a cambio entrega una experiencia única. Uno sale descolocado de la sala, sin saber bien que ha visto. ¿Es una obra maestra, una tomadura de pelo? Digamos que lo que hace Ducournau es crear un filme tan libre, loco e inclasificable que tiene la etiqueta ‘de culto’ escrita en la frente.
Pero no es una provocación vacía y barata. Detrás hay mucha miga. Una sucesión de temáticas que demuestran que la mirada de una mujer en el terror ofrece otros temas que tratar. Conviene contar poco de Titane. Lo mejor es llegar virgen a la experiencia. Digamos que cuenta la historia de una joven que para huir asume una personalidad que no es la suya asume una identidad que no le corresponde.
Con esos mimbres Ducournau construye una película que tiene muchos ecos de Crash, con la sexualización del automóvil -la protagonista tiene sexo con los coches-, pero que podría ser definida como la mejor película de terror queer del cine reciente. Hay una reflexión brillante e innovadora sobre el género. O mejor. Sobre el no género. Sobre cómo el género es un constructo social y una persona puede transitar de uno a otro. También sobre lo que la sociedad dice que nos define como hombre o como mujer.
Hay dos escenas de Titane que profundizan en esta idea. Dos de las mejores escenas del cine de este año, quizás de los últimos años. La primera es un plano secuencia en la que la protagonista baila encima de un coche excitando a toda la caverna de machos que asisten al espectáculo. Les seduce. Ellos quieren autógrafos, creen que es un objeto. La otra es el punto de inflexión de Titane, cuando el relato se materializa en su verdadero significado El mismo baile, pero ya con su nueva identidad. También encima de un coche, también delante de machos. Ahora no posee los elementos que la sociedad dice que pertenecen a una mujer. Y el resultado es otro. La homofobia, o la transfobia. Brillante.
Por si esto no fuera suficiente hay también un relato sobre los miedos a la maternidad, al cuerpo cambiante, y una relación de salvación entre los dos protagonistas que es tan terrorífica como hermosa. La película cabalga sobre los hombros de la enigmática Agathe Rousselle, pero encuentra en el cuerpo transformado de Vincent Lindon la humanidad necesaria para bajar un filme que en su media hora reta al espectador con una sucesión de escenas violentas y salvajes. Titane es un paso adelante de Ducournau como directora. Uno muy grande que la confirma como una de las voces más importantes del terror moderno destinada a hacer grandes cosas.