Un precioso faisán muerto en la carretera mientras un montón de coches que se acercan al palacio donde la familia real británica celebra la navidad está a punto de atropellarlo una y otra vez. Así comienza Spencer, con una metáfora visual tan obvia como todo lo que ocurrirá a continuación. El biopic de Lady Di que ha dirigido Pablo Larraín y que protagoniza Kristen Stewart es la primera decepción de este Festival de Venecia, que llevaba un nivel de notable alto. Spencer podría ser la peor película del director chileno, que ha dicho en la rueda de prensa que aceptó este proyecto porque quería que a su madre le gustara una película suya.
Esperemos que la madre de Larraín no haya visto The Crown, porque entonces se sentirá en el compromiso de tener que decirle a su hijo que su filme está lejos de lo que logró Peter Morgan en la última y excelente temporada de la serie de Netflix. Claro que está mejor que aquel biopic con Naomi Watts como Lady Di, pero Larraín y Steven Knight como guionista no consiguen trasladar la complejidad del personaje y tratan todo de una forma simple.
La idea es realizar una “fábula sobre una tragedia real”, como se anuncia al comienzo del filme, que tiene las formas de una pieza de cámara donde la familia real británica son peones que aparecen de vez en cuando y donde todo descansa sobre el rostro y el cuerpo de Kristen Stewart. La actriz comienza en el terreno de la interpretación más chanante, con esa primera aparición en el bar de carretera con una primera frase que es un elogio a la obviedad: "Estoy perdida". Eso sí, va ganando pulso según avanza la película y abandona los mohines. Cuanto más se aleja de los gestos y de la imitación, más emocionante es su interpretación.
Lo que resulta más decepcionante es lo simple de la propuesta visual de Larraín, basada en constantes metáforas subrayadas una y otra vez sin apenas disimulo. Tan machaconas son sus comparaciones como la música que acompaña a Spencer. Igual que en Jackie hizo con Camelot, aquí Larraín apunta a presentar a Diana como una Ana Bolena traicionada y por la que pedirán su cabeza. Una idea que conceptualmente parece interesante, pero que aparece en forma de libro que lee la princesa, y hasta en apariciones que ella ve del propio personaje histórico. Una y otra vez.
No será la única metáfora visual. Un espantapájaros con la ropa de su padre, una casa de la infancia que se pudre y a la que no puede volver… todo está colocado en el sitio exacto de forma tan matemática que el filme no tiene alma. Es todo tan deliberado que no puede emocionar cuando uno tendría que acabar roto como el personaje.
También desde los diálogos se reincide en la misma idea una y otra vez. Diana le dice a sus hijos que cuando estudian los tiempos verbales está “el pasado, el presente y el futuro”, y que aquí no hay futuro. Quiere vestir de negro porque así se siente. Vuelve a decir que allí es todo “historia antigua”… Así hasta llegar al sonrojante final en el que suenan Mike and the mechanics diciendo: “All I need is a miracle, all I need is you”, mientras sus hijos se lo cantan a ella.
Uno esperaba más mala leche, más osadía, menos obviedad y más riesgo de un tipo como Larraín, que hasta ahora no había fallado en ninguna de sus películas. En Spencer se apunta todo el rato a la gran película que nunca es, y es una pena, porque había material de sobra. Habrá que volver a verse la cuarta temporada de The Crown como penitencia.