Cuando uno busca en Google ‘Billy el Niño’, el primer resultado remite a una figura de leyenda. El vaquero forajido que durante la segunda mitad del siglo XIX se convirtió en uno de los pistoleros más famosos del lejano oeste. Un personaje que ha inspirado películas, series, cómics y libros. Robos, golpes y un reguero de sangre fueron parte de su legado criminal. Quizás fue esto último lo que une a este Billy el Niño con el segundo resultado que nos deja el buscador: el del torturador más famoso del franquismo dentro de la infame Brigada Político Social que buscaba, secuestraba y torturaba a cualquiera que se atreviera a oponerse a la dictadura.
Pero Billy el Niño tenía un nombre. Se llamaba Juan Antonio González Pacheco. Sus víctimas nunca olvidaron su rostro ni su pose de “chulo”, de “matón”. Tampoco las barbaridades que les hicieron, cosas que una mente sana jamás pensaría. Hombres, mujeres… cualquiera que no acatara las órdenes de Franco pasaba por la sede de la Puerta del Sol y por sus manos. Para todas esas víctimas él no es ninguna leyenda del oeste, y prefieren que se le recuerde con nombres y apellidos, no con apodos en los que esconder sus crímenes.
Unos crímenes por los que nunca fue juzgado. Pacheco continuó torturando en los primeros años de democracia y hasta fue condecorado con medallas, distinciones y una pensión vitalicia por sus servicios al estado español. La Transición no se toca, parece que el franquismo tampoco. Pacheco paseaba por las calles y se cruzaba con la gente a la que había torturado. Murió el año pasado sin que nadie le juzgara ni le quitara sus medallas. Con total impunidad. También murió meses después una de sus víctimas más conocidas, Chato Galante.
Dos sucesos que marcaron Billy, el documental que ha dirigido Max Lemcke sobre la figura del torturador y que se estrena este viernes. El covid les pilló a mitad de producción, y después les hizo reconfigurar la esencia y el orden de lo contado. La primera idea del director era hacer una ficción, pero nuestra industria, que sigue teniendo alergia a ciertos temas, no lo financió. “Es una muestra del panorama de nuestra industria. No salió adelante porque no encontramos financiación. No era un tema atractivo en ese momento, siempre cuesta levantar temas que tengan una dramaturgia política o social”, cuenta el director a EL ESPAÑOL.
Tras esa decepción decidió seguir contando de alguna forma esa fascinación que surge “cuando empecé a leer las noticias por el intento de la querella argentina de llevarle a juicio y la Audiencia Nacional no admitió la extradición, ahí es donde tengo más conciencia de haber empezado a investigar al personaje en cuestión”. Aquel largo de ficción se convirtió en un documental donde las que hablan son las víctimas, aunque como subraya Lemcke, “no les gusta llamarse así, porque son gente que luchó por sus ideales. Jóvenes idealistas que simplemente por el hecho de estar en contra de un régimen sufrieron unas torturas increíbles. Son cosas monstruosas”. Aquellos jóvenes sacan valor para contar lo que vivieron, y también para ajustar cuentas con Pacheco, del que todos destacan esos ademanes de “chulo”, su pelo despeinado y sus formas de “matón”.
Lo que contamos no sólo ocurrió en la dictadura, sino en un proceso democrático. Trabajó sus mejores años en la democracia y seguía torturando en la Puerta del Sol
El documental muestra también imágenes de películas y dibujos de Billy el Niño, el personaje de ficción, y hace una reflexión importante gracias al testimonio de una de las víctimas: dejemos de usar ese apodo. Dejemos de vincularle a un torturador a una figura que la ficción ha convertido en otra cosa. Pocos saben realmente que su nombre era Antonio González Pacheco, y por eso es importante un documental como este, que ahonde en una revisión de nuestra historia, también a una época que parece intocable como los primeros años de democracia.
Cine de memoria, porque “un país sin memoria no tiene futuro, tiene un futuro lastrado”. “Tenemos que estar acorde a los relatos de nuestros países de referencia europeos, donde han tenido también un pasado oscuro, pero han logrado sobrevivir y poner las cosas en claro, con más o menos éxito. El problema de nuestro país es que de aquellas lluvias, estos lodos. Si estamos inmersos en esta gran crispación política y social, donde se oyen mensajes que resuenan a las viejas cavernas, es porque no hemos sido capaces de solucionar esos momentos de la historia reciente”
Para Max Lemcke el caso de Billy el Niño tiene un agravante, y es que parte de sus crímenes fueron ya en democracia: “Lo que contamos no sólo ocurrió en la dictadura, sino en un proceso democrático, con el rey ya como jefe del estado. Trabajó sus mejores años en la democracia y seguía torturando en la Puerta del Sol. Esas voces que a veces surgen elogiando esa modélica transición, habría que decirles que, según historiadores, fue casi tan sangrienta como la rumana. La policía estaba con la extrema derecha llenando las calles de pólvora sin sangre. Y hay que hablar de ello. Sin revanchismo, pero hablando de ello y restaurando la memoria de las personas”.