España tiene 140.000 personas desaparecidas. Los restos de muchas de ellas se encuentran tirados en fosas comunes sin que sus familiares sepan donde se encuentran. No les pueden visitar, ni rezar, ni poner flores. España es un lugar donde un torturador del franquismo puede morirse en su cama sin haber sido juzgado y después de haber sido condecorado por la policía. Nuestro país ha pasado de ser un lugar de orgullo, donde las banderas arcoiris ondeaban sin complejos a un sitio donde se persigue y se dan palizas al colectivo LGTB. Nuestra ‘Españita’, llena de terrazas pero donde todavía muchos nieguen el machismo estructural y llaman ‘chiringuito’ al feminismo’.
Quizás por eso, cuando uno ve Madres Paralelas, se da cuenta de que la España que nos muestra Pedro Almodóvar siempre es mejor que la real. Lo era en plena transición, cuando comenzó a dirigir y se impuso como norma que ni la sombra de Franco aparecería en su cine. Era su forma de vengarse. Su cine respiraba libertad a 24 fotogramas por segundo, y era una oda al disfrute, al goce. Obras irreverentes, divertidas, lúbricas. Una España que era mejor que la que uno vivía cuando salía del cine.
La España que Almodovar muestra después de más de 20 películas, dos Oscar y casi todos los premios internacionales, es la España que queremos. No la que tenemos. Una España que es una Matria, donde las mujeres son las que tiran adelante y consiguen, con su red de sororidad, una sociedad mejor. Mujeres que se ayudan, que no necesitan a los hombres (sólo como inseminadores). Un país donde el concepto de familia no tiene que ver con el patriarcado.
Donde dos mujeres, un hombre y una amiga pueden ser un núcleo familiar que aporte mucho más amor que el rancio concepto de matrimonio que hace años parecía intocable. Aquí caben todas las madres, no sólo las que salen en el 'Hola' diciendo que la maternidad es un regalo divino. Aquí hay madres sufrientes, madres que concilian e incluso madres que ponen la vocación profesional por encima de su vocación maternal y nadie las juzga por ello.
En la España de Almodóvar no existen las etiquetas que nos limiten. Ninguna. Tampoco las sexuales. Por supuesto no existen las de género. Es un lugar donde una mujer trans es sólo una mujer, sin más añadidos. Y donde puede ser portada de una revista femenina. Nadie se define en el cine de Almodóvar. Nadie dice ‘soy gay’, ‘soy lesbiana’. La gente se acuesta con quién quiere cuándo quiere. La bisexualidad, esa gran olvidada y que en las películas de Pedro aparece con una naturalidad desbordante. Qué bonito el personaje de Leonardo Sbaraglia en Dolor y Gloria. Alguien que ha formado una familia y que recuerda su amor por otro hombre sin sentimiento de culpa.
Todo esto forma parte de eso que se llama universo propio de Almodóvar, pero en Madres Paralelas decide que ya era hora de que las heridas del franquismo aparezcan en su cine. Ya se vengó negándole la existencia, y ahora tocaba hacerlo contando todo lo que este país lleva más de 40 años sin hacer. Y a pesar de todo sigue siendo una España mejor que la actual, porque en la España de Madres Paralelas las fosas por fin se abren. Las señoras de los pueblos pueden ir a la fosa y recoger los huesos que se les ha negado durante tantos años.
Es una película que mira al futuro, pero que también es testimonio y prisión para Mariano Rajoy, que quedará para siempre vinculado a aquella frase en la que se jactaba de haber dado 0 euros para la Memoria Histórica. Almódovar le condena a la eternidad del cine. Que cuando dentro de 50 años la gente vea esta película todos se acuerden que hubo un presidente que se negó a dar un sólo euro para desenterrar sus muertos de fosas comunes. Pero Madres Paralelas no es una obra vengativa, sino una obra optimista, y lo deja claro su plano final, el de una niña que mira a la España del futuro, una España donde no habrá muertos en las fosas y donde las mujeres habrán dejado de arreglar los desaguisados de los hombres. Mientras tanto, seguiremos viviendo en su cine.