Todos los que han visto Maixabel, además de terminar arrollados por el poder del filme de Icíar Bollaín, se hacen la misma pregunta. ¿Dónde estaba ese actor que es capaz de mirar de tú a tú a Blanca Portillo y Luis Tosar? No hay nadie que cuando cabe el filme no hable de Urko Olazabal, el interprete que da vida a Luis Carrasco y que ha conmovido a medio millón de espectadores en una actuación contenida, emocionante y que pone la piel de gallina. La Academia de Cine de España también se ha conmovido, y está nominado al premio Goya a la mejor interpretación de reparto, un premio que parece que tiene puesto su nombre.
Esto provoca otra pregunta, ¿qué ocurre en el cine español para que actores con un talento como el de Urko Olazábal no hayan triunfado hasta ahora?, ¿por qué no se apuesta por otros rostros que se salgan de los mismos que conocemos de memoria y arrasan en redes sociales? El reparto de Maixabel, que ha realizado la directora de cásting Mireia Juárez, es un soplo de aire fresco en ese sentido. Ella e Icíar buscaron y buscaron hasta dar con las teclas correctas y hasta que en su camino apareció este maestro de interpretación y de una Ikastola que les dejó sin palabras.
Urko Olazabal ya empieza a sospechar que este papel le ha cambiado su vida de “profesor de ESO y en una escuela de interpretación”. “Si hay un interés, me han llamado y mi repre está trabajando en ello y escuchando ofertas. A ver qué me depara el año nuevo. Hay ganas de que haya buenos proyectos y compaginar lo de profesor con el cine en mayúsculas”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Aunque le hayamos descubierto ahora, en su mochila ya había experiencia. La que ha acumulado desde que a los 20 años “empecé a hacer cortos y adquirí el gusto por la interpretación y comencé a estudiar teatro con 25 años”. Fueron cuatro años de formación que compaginó haciendo cortos con sus amigos y “aprendiendo lo que era el cine”. Un aprendizaje que no fue sólo profesional, sino que le sirvió “para trabajar mi lado emocional, porque de chaval era un poco bruto, y el teatro me enseñó la sensibilidad y la inteligencia emocional y aprendí otras armas”.
Ahí comenzó a trabajar en la tele vasca y cuando empezaba a despuntar la enfermedad se cruzó en su camino. “Tuve un cáncer, un linfoma, y aquello me retiró… me retiró bastante”, explica a este periódico. Una vez recuperado regresó a la profesión, y le llamaron para la película Ira, un momento que él consideró “un resplandor”. “Me pilló pisando tierra, porque este tipo de experiencias no se las deseo a nadie, pero me trajo mucha inteligencia en la vida, mucho saber estar”, confiesa. Pero la industria del cine es traicionera, y “aunque fue un pequeño éxito en círculos pequeños no me llamaba nadie, y eso me enfadó mucho con la profesión”.
Cuando vi la película en vez de pensar en cómo estaba yo en la película, la vanidad del actor, no me preocupé de eso y llamé a Icíar y le dije: menudo peliculón has hecho y qué necesaria es
Un enfado que le llevó a intentar ser director, pero su mujer le bajó a la tierra de nuevo. “Me dijo, tío, ¿no crees que igual esto de la dirección es un poco difícil y que en tu caso es más fácil ser actor y si eso pasar a la dirección después? Así que cogí una representante nueva y desde entonces ha sido el despegue. Hice una serie para Atresplayer, La víctima número 8 y luego Patria, y ahora me ha querido Icíar para su película y por eso he aparecido ahora, pero tenía bagaje”, puntualiza.
Bollaín vuelve a demostrar su ojo especial para elegir actores que hasta ahora no habíamos visto. Ella puso en el foco a Anna Castillo en El Olivo, un filme donde ya estaba Paula Usero antes del fenómeno Luimelia y de que repitiese con ella en La boda de Rosa. Ahora nos ha regalado dos interpretaciones como las de María Cerezuela y Urko Olazábal, que subraya que cree que la clave es que la directora “confía en su instinto para el casting, y creo que mucho de sus películas se basa en el casting. Sólo hay que ver sus títulos anteriores, es que lo clava siempre, ya sea con actores profesionales o que no lo son. Yo le pregunté en el rodaje que cómo manejaba esa mezcla de actores y no actores y que le funciona tan bien la línea de dirección. Es una pasada”, opina.
Su Luis Carrasco es un prodigio, un demostración de cómo se emociona más desde la contención que desde el exceso. Su encuentro con la Maixabel de Blanca Portillo es una de las escenas del año, y una escena que ya en guion eran “12 o 14 páginas”. “Esa escena estaba parcialmente en el casting, y yo me lo aprendí bien aprendido. Soy de esas personas que me aprendo el texto… como el Padre Nuestro del colegio. Súper bien. Porque así luego no tienes ningún impedimento para hacer el viaje emocional del personaje”, dice Urko Olazabal de su trabajo.
Su papel y todo lo que cuenta la película no le es ajeno, “a mí me es cercano porque he vivido en Euskadi y lo he vivido de cerca, cuando éramos jóvenes hemos andado en entornos que eran afines a la izquierda abertzale, y eso te da la perspectiva”, recuerda y subraya la importancia de conocer a Luis Carrasco, el etarra arrepentido, y ver “dónde tiene la cabeza ahora, porque no tiene nada que ver con cómo estaba antes y esa búsqueda, ese ir hacia atrás desde dónde está él hacia su juventud es dónde me he situado como actor, y eso hace que cuando esté delante de Blanca Portillo en esa escena sea tan consciente de dónde estoy”.
Maixabel es una película valiente, de esas a las que se les pone el adjetivo de ‘necesarias’, pero en este caso es verdad. Mira al futuro, a la convivencia en Euskadi, y eso lo notó Urko en cuanto leyó el guion: “Se lo dije a a Itziar, que creía que era necesaria, sin saber el resultado. Teníamos el miedo de cómo iba a caer en la sociedad, porque hay bandos, hay críticos y gente en contra de que se hagan películas como esta, pero hay gente que estamos en el medio y que queremos vivir y dejarnos de tonterías”.
“Claro, cuando la vi después me acuerdo que fui a la Academia a verla y tenía que presentarla y todavía no la había visto. Y en base al guion me preparé una presentación neutra en ese respeto. Cuando vi la película en vez de pensar en cómo estaba yo en la película, la vanidad del actor, no me preocupé de eso y me quedé con el mensaje de la película y llamé a Icíar y le dije menudo peliculón has hecho y qué necesaria para que la gente se dé cuenta y recapacite. Porque la película no sólo habla de la restauración, la convivencia… y son temas que son tan tabú en el País Vasco, no sé en el resto de España, pero eso es importante, que se hable, porque quita el polvo al debate y el debate se abre y se habla”, zanja.
Ahora queda el paso final, el que se resolverá el 12 de febrero en la gala de los Goya y que decidirá si ese premio va a su casa, pero reconoce que si esto le hubiera ocurrido con 25 años, pues “estaría con las uñas agarrado a la lámpara, pero en este caso no. Estoy tan a tope con la escuela de interpretación y con la Ikastola. El tema de los premios lo estoy gestionando muy bien, estoy contento y feliz por el reconocimiento que hasta ahora se daba en un círculo pequeño de amigos y familia, que me decían que valía para esto, y ahora es el público y eso es maravilloso”.
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