Las adaptaciones de videojuegos parece que sufren una maldición en Hollywood. Normalmente se estrellan entre la crítica y entre la taquilla. Alguna excepción, como la reciente Sonic, funciona con los espectadores, pero lo de convencer a los medios ya es otro cantar. Por resumir, Uncharted no es la adaptación definitiva ni una obra que pasará al recuerdo, pero por lo pronto no es un fiasco a la altura de otras adaptaciones como Mario Bros o Doom. Un filme de acción rutinario, de buena factura, con unas set pieces estupendas y una trama construida con palillos, pero al menos no engaña y se ve con cierto agrado.
Sony sabe que tiene en manos la oportunidad de crear una nueva franquicia con la que triunfar en taquilla. Le vendría bien para no depender en exclusiva de sus apuestas unidas a Marvel. En este popular videojuego vio un filón. Mejor, lo vio en las 40 millones de copias vendidas por sus diferentes entregas y en las reacciones enfervorecidas de sus seguidores, que son absolutos fanáticos de las aventuras de Nathan Drake, un cazatesoros con ecos de Indiana Jones. Para ellos este filme será maravillos, porque lo que ha conseguido Ruben Fleischer es mantener la esencia pero apostando por una película de orígenes que pueda captar también a los neófitos que no tengan ni idea de qué es Uncharted.
Para ello ha bebido, como lo hacía el juego, de la fuente más obvia: Indiana Jones. Hay mucho del personaje creado por Steven Spielberg en este cazatesoros, pero sobre todo en el planteamiento (que también bebe de los videojuegos) de la trama, construida a través de diversos puzzles que los protagonistas deben resolver para llegar al tesoro (pantalla) final. El problema es que mientras en Spielberg todo era fluidez narrativa y espectáculo, aquí la trama está cogida con alfileres. Un castillo de naipes que a poco que soples desaparece. Acertijos del montón, buenos escenarios (mucha parte se rodó en Barcelona) y una historia que se remonta al viaje de Magallanes y a una familia española acostumbrada a hacer negocios manchados de sangre -hasta se menciona a Franco en un momento concreto-.
Todo eso se olvida gracias a Tom Holland. Uncharted es la muestra de que su carisma es arrollador. Tiene chispa, gracia, encanto. Llámenlo como quieran pero cuando él aparece uno se olvida de la inconsistencia de la trama. Demuestra que es una estrella y que el cine de acción se lo come con patatas. Él realiza casi todas las escenas, y eso brilla. No chirrían como en otras películas las escenas imposibles hechas entera en ordenador, sino que le vamos brincar, caer, chocarse y pelear de una forma espectacular. Conserva una extraña inocencia que le hace diferente a otros héroes y que han sabido aprovechar para esta historia de orígenes.
Quizás por eso chirríe ver a un Mark Wahlberg que no le hace competencia. Él debería también derrochar carisma, pero sólo parece un pegote a su lado. Su labor de sidekick gracios e irónico no funciona y su relación, que el propio director reconoce que debería beber de la de Luke y Han Solo en Star Wars no funciona. Las notas de humor parecen metidas con calzador y a veces convierte a la película en demasiado naif. Se empeñan demasiado en que los dos nos caigan bien y sean graciosos y se olvidan de construir algo que no parezca escrito con tiralíneas.
Eso se olvida con varias escenas de acción para el recuerdo. Principalmente la del avión, sacada de uno de los juegos y que ha servido como cebo durante la promoción y el tráiler, y una persecución de barcos pirata que sucede por el aire y que consigue elevarse por jugar con los géneros y por ofrecer algo de imaginación en las manidas set pieces que nos ofrece el cine de este tipo. Eso sí, también hace pensar qué hubiera hecho un Gore Verbinski con semejante idea, podría haber sido mucho más épico. En definitiva, un divertimento que encantará a los fans de la saga, que hará que los que no lo son no se aburran y que confirma el carisma a prueba de balas de Tom Holland.
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