Cinco asesinos a sueldo se encuentran a bordo de un tren bala que viaja de Tokio a Kioto y que se convierte en el escenario inesperado de un duelo a muerte entre un grupo de sicarios por cumplir sus respectivas misiones y evitar las represalias de un misterioso mafioso de la Yakuza conocido como la Muerte Blanca. El detonante de Bullet Train, un simpático vehículo estelar al servicio de un Brad Pitt que se lo pase en grande, es tan sugerente como notable es la sensación de deja vu que deja la nueva película de David Leitch. 

Los referentes detrás de esta sangrienta y canalla adaptación de la novela del escritor japonés Kotaro Isaka son evidentes. Un grupo de personajes misteriosos que en realidad están conectados entre sí coinciden a bordo de un tren, como en Asesinato en el Orient Express. Los personajes tienen curiosos nombres en clave (Mariquita, Limón, Mandarina, la Muerte Blanca, el Príncipe), como los ladrones de Resevoir Dogs. El protagonista debe enfrentarse sangrientamente a un asesino tras otro para cumplir su misión, como en Kill Bill. La dinámica de los personajes parece sacada del cine de Guy Ritchie, que a su vez ya estaba inspirado por las primeras obras de Quentin Tarantino. 

David Leitch es una elección natural para un proyecto que reúne la mayoría de cualidades de sus anteriores trabajos. El espíritu burlón y el inteligente uso de los cameos de Deadpool 2, la acción violenta y juguetona de John Wick y Atómica, y el exceso de Hobbs & Shaw, el spin-off de la saga Fast & Furious, están presentes en una película que funciona mejor cuanto más se centra en las peripecias de Brad Pitt y los reveses que se encuentra en el tren su personaje, un criminal que acaba de adoptar una mentalidad más zen en su complicada vida. 

El guion de Zak Olkewicz es el eslabón más débil del engranaje. Desde la innecesariamente complicada estructura narrativa (que busca ser más sorprendente e ingeniosa que eficaz y orgánica) a la subtrama de un padre y un abuelo que buscan venganza contra el letal asesino conocido como la Peste Blanca, Bullet Train se olvida de que, incluso en historias tan tontorronas como esta, a veces menos es más. La deriva de la trama familiar hace que el ritmo en el tren se ralentice, la duración se alargue más allá de las dos horas y se busque una intensidad que esta historia, simplemente, no necesita.  

Es desafortunado que sean precisamente los dos únicos personajes japoneses en la historia los que más desdibujados queden, pero el guion no parece tampoco demasiado preocupado por explotar las posibilidades del contexto japonés a pesar de estar basada en el material de un escritor local. Las contadas referencias (la trama de la venganza de una familia contra la yakuza, un chiste sobre la actitud relajada de los japoneses, las versiones de clásicos como Holding out for a hero y Stayin’ Alive) construyen una aproximación superficial y ajena, un error que supo evitar este mismo año Tokyo Vice, la serie de HBO Max que supuso el regreso a la dirección de Michael Mann. 

Si Bullet Train acaba convirtiéndose en el disfrutón espectáculo es gracias a la contagiosa y lúdica energía de un reparto entregado que sabe capturar a la perfección el espíritu desenfadado de la propuesta. Aaron Taylor-Johnson y Bryan Tyree Henry tienen una notable química como Limón y Mandarina, los autores de los mejores chistes de la función. Bad Bunny deja con ganas de más con su fugaz aparición como “el Lobo”. Joey King juega con la fragilidad y la manipulación de la adolescencia sin llegar a entrar en el terreno rancio de las lolitas en el cine. 

Brad Pitt se enfrenta a Bud Bunny en 'Bullet Train'.

Aunque todos los secundarios tienen su momento de lucimiento, la película tiene claro que la estrella de la función es un Brad Pitt que vuelve a demostrar sin artificios por qué es una de las mayores estrellas de Hollywood desde hace treinta años. A diferencia de actores como Ryan Reynolds y Dwayne Johnson, el ganador del Oscar por Érase una vez en Hollywood resulta divertido y carismático de una forma mucho más natural, como si en realidad no estuviera intentando ser gracioso

La minimalista actitud del actor funciona a la perfección dentro de un conjunto que logra sus mejores momentos cuando se mueve entre el exceso y el absurdo, como esa secuencia protagonizada por una botella de agua. Ese momento consigue ser al mismo tiempo uno de los ejercicios de publicidad encubierta más ingeniosos y brillantes del cine reciente y la escena mejor dirigida de toda la película. El viaje de Mariquita y compañía no está libre de baches ni recurre caminos particularmente originales, pero Bullet Train ofrece estímulos más que suficientes para subirse a ese tren en plena ola de calor. 

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