Existen muchas razones para pensar que Prometeo era alguien ingenuo y que, cuando les otorgó a los humanos el don del fuego, en realidad les acabó condenando a la autodestrucción. Quiso arrebatárselo a los dioses del Olimpo para regalárselo a la humanidad, pero lo que al principio parecía un generoso obsequio y una herramienta, acabó convirtiéndose en un arma incontrolable.
Algo parecido le ocurrió también a J. Robert Oppenheimer, uno de los grandes genios del siglo XX que fue a la vez héroe y villano en la historia de la humanidad. Y también el protagonista de una película que lleva su nombre y que está rabiosamente vinculada a la era actual que nos ha tocado vivir.
Basándose en el libro ganador del premio Pulitzer American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer de Martin Sherwin y Kai Bird, Oppenheimer cuenta la paradójica historia del científico, doctor en física e inventor de un arma monstruosa de destrucción masiva que condicionó el pasado y nuestro presente: la bomba atómica.
Oppenheimer (al que interpreta Cillian Murphy) era un hombre enigmático y de carácter peculiar, que al igual que otros muchos genios, fue maltratado por el rigor histórico. A pesar de haber sido capaz de arriesgarse a destruir el mundo para poder salvarlo, terminó siendo señalado y condenado injustamente por un país al que fue leal en todo momento.
Concretamente, su vida -y la del resto de la humanidad- cambiarían para siempre el 16 de julio de 1945 a las 5:29 horas de la mañana. Fue en ese momento cuando el Proyecto Manhattan que él lideraba se puso en marcha la prueba Trinity, y se vio por primera vez la enorme bola de fuego previa al hongo nuclear. A partir de ese instante, el protagonista supo que el mundo no volvería a ser el mismo, reconociendo que se había convertido en "la Muerte, el destructor de mundos".
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Y también ha querido hacernos conscientes a todos de ello Christopher Nolan, guionista, director y productor de este largometraje, que ya puede incluirse entre las grandes obras de su cine. E incluso del cine reciente, donde se podría definir como una brillante epopeya que hace justicia con la figura de un genio que cambió el rumbo de la historia.
Considerando la distancia espacio-temporal como una ventaja capaz de regalarle al espectador una perspectiva menos subjetiva, la película nos transporta al mundo de Oppenheimer, un científico y también una persona peculiar e incluso incomprendida con la mala costumbre de alejarse de las pocas personas que de verdad le comprenden. Él será quien accione el mecanismo de un reloj cuyo tictac marcará la cuenta atrás del fin de una era.
A partir de aquí, viajaremos al universo cinematográfico de Christopher Nolan, un director que ha acostumbrado a su público a largometrajes detallados y que ha hecho de su firma un indicio del mimo y el detalle. Y el caso de Oppenheimer, de hecho, sigue marcando el camino de una buena costumbre, porque ha cumplido con cada una de las expectativas que dejó tras de sí antes de su aterrizaje en cines.
La gran evidencia que demuestra su experimento como cineasta es su forma de encuadrar una película como una obra de artesanía audiovisual, en la que la materia prima brilla por sí misma, sin necesidad de recurrir a los efectos especiales y renunciando a ellos a pesar de lo que implica un filme de estas características.
Algunos podrían entender esta renuncia técnica como consecuencia de una posible soberbia, pero también es muy probable que la acaben interpretando como lo que es: todo un desafío que transforma la película en un hito y que la encumbra como una obra maestra.
Todos y cada uno de los planos que se proyectan en la pantalla son un verdadero deleite audiovisual -que incluso serán más impresionantes para los que tengan la suerte de verla en IMAX-, pero lo que realmente destaca de Oppenheimer es el diseño de su banda sonora y de un sonido capaz de hacer temblar el suelo bajo nuestros pies.
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Además, el sello de calidad esperable de Nolan no sería tan memorable de no ser por la labor del reparto principal encabezado por el brillante Cillian Murphy, que junto a Emily Blunt, Matt Damon, Robert Downey Jr. y Florence Pugh, eleva la tensión hasta límites insospechados, trazando esta historia tan épica con gran sensibilidad y aportándole aún más peso al vórtice moral en el que están sumidos los personajes.
Podría achacarse al filme sus 180 minutos de duración. O que dé por hecha la capacidad mental del espectador para recordar a quién se refieren con semejante retahíla de nombres en algunas secuencias clave que tienen lugar en despachos. Pero las dos cosas acaban siendo nimiedades y, en realidad, no hay nada que disculpar a una película espectacular y sobresaliente en el resto de aspectos técnicos y artísticos.
Entre todas las grandes virtudes que pueden identificarse en una película como Oppenheimer, quizá la que más se agradece de ella es su puntualidad y precisión. En una era actual en la que se cuestiona, menosprecia o incluso infravalora la creatividad y el sentido crítico del arte, acaba de llegar a los cines un largometraje que hace gala de ambos, recordándole al público que ni los efectos especiales ni la inteligencia artificial tienen por qué garantizar un mejor resultado final.
Oppenheimer llega a los cines no tanto como la rival de Barbie, sino como una compañera de discurso que recurre al arte para poner sobre la mesa asuntos que, aunque en este caso parezcan estar más cerca del pasado, nos dejarán emocionalmente devastados porque, al mismo tiempo, son también la cruda raíz de nuestro presente. Al fin y al cabo, sin ese terrorífico 'ayer' y las decisiones tan complicadas que se tomaron, no seríamos quienes somos, ni probablemente habría un 'hoy'.
'Oppenheimer' se estrena el 20 de julio en cines.