Durante meses hemos salido rigurosamente a las 20 horas a aplaudir al balcón. Salíamos por ellos, por los médicos, por los enfermeros. Por un sistema de salud que se estaba enfrentando a una situación crítica. Con sus plantillas diezmadas, con los recortes haciendo estragos… y a pesar de todo sacaron fuerza de donde no las había para cuidarnos frente a una pandemia que nos tocó como nunca antes habíamos visto.
Todos nos solidarizamos con esos médicos jubilados que volvían a trabajar, esos residentes que tenían que crecer de forma instantánea y convertirse en médicos veteranos a golpe de experiencia. Pero esa solidaridad se quedó en aquellos balcones. La realidad ha vuelto a darnos en la cara. Cuando todo se calmó -y antes de que vuelva la temida tormenta-, los médicos se encontraron otra vez con lo que ya conocían. Despidos, turnos infernales, privatización, hospitales saturados… Los aplausos no se convirtieron en mejores condiciones para nuestra sanidad pública. Al revés, muchos hasta aprovecharon para lo contrario y hasta comenzaron más privatizaciones.
Ojalá Isabel Díaz Ayuso, como punta de lanza de todos los políticos que se les llenó la boca defendiendo a sus médicos y luego les dio la espalda, se ponga estas vacaciones la serie Hipócrates, que ha estrenado Filmin y que es uno de los mejores alegatos en defensa de una sanidad pública, universal y de calidad. Una serie que recibió elogios en Francia y que sitúa su acción en un hospital de París en el que las condiciones son las que ya conocemos. Faltan camas, médicos, no hay contratos, las guardias se suceden… Todo explota cuando, además, los médicos titulares tienen que confinarse por un virus contraído.
De nuevo la ficción se adelantaba a la realidad, ya que la serie cuenta cómo un hospital público al que el sistema ha atacado desde sus cimientos, se enfrenta a una situación crítica en la que los residentes e internos del área de Medicina Interna deben comportarse como médicos expertos y tras años de recortes. No hay glamour en Hipócrates. Esto no es Anatomía de Grey. Aquí lo importante no son los líos de faldas, sino lo que ocurre dentro de esas cuatro paredes. El día a día de esos jóvenes médicos y ver, a través de sus ojos, la importancia de invertir en sanidad pública.
Por supuesto que también hay relaciones personales, personajes que se atraen y que tendrán una relación sentimental, pero eso sólo es una parte dentro del corazón de este Hipócrates, que también muestra las rutinas de esos jóvenes MIR que en cuanto tienen un rato montan sus buenas juergas, aunque al día siguiente tengan una rutina demoledora. Realismo y, sobre todo, un enfoque humanista, que hace énfasis en el trato con los enfermos, en la necesidad de hablar con ellos, de pasar un tiempo para ver qué tienen. Tiempo que por los recortes cada vez es más difícil que haya para los médicos.
Quien se ha encargado de la serie sabe de lo que habla. Y se nota. Se trata de Thomas Lilti, que además de director de cine -y ahora televisión- es médico y ha ejercido durante años la profesión, incluso llegando a compaginarla con su labor de cineasta. Lo demostró en la película que le puso en el foco, y que se llamaba igual que esta serie, Hipócrates, y que hace referencia al padre de la medicina en la antigua Grecia e impulsor del juramento hipocrático. Entonces contaba la relación entre dos jóvenes residentes, uno de familia bien y otro argelino. Después se fijó en los médicos de los pueblos de la Francia vaciada para denunciar la falta de servicios en las zonas rurales en Un doctor en la campiña, y también criticó el estrés de las pruebas a las que someten a los estudiantes que quieren acceder a Medicina en Mentes Brillantes.
Lilti ha sabido trenzar sus dos vocaciones para realizar ficciones realistas, que respiran verdad en su retrato de los hospitales y las enfermedades, y que no tiene nada que ver con lo que la televisión nos muestra de una profesión que, ahora, hay que defender más que nunca.