Daenerys está lejos de su tierra en la sexta temporada de Juego de Tronos

Daenerys está lejos de su tierra en la sexta temporada de Juego de Tronos Movistar+

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'Juego de tronos': las mujeres y los freaks primero

Isabel Vázquez
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George R. R. Martin tenía doce años cuando se estrenó Psicosis. La ocurrencia de Hitchcock de acuchillar en la ducha a su cabeza de cartel nada más arrancar la peli ha sido siempre su referente a la hora de dar matarile a sus personajes. Sorprendernos, pillarnos desprevenidos, sobre todo, acabando con el héroe antes de tiempo. David Benioff y D. B. Weiss se lo han pasado pipa durante cinco temporadas adaptando sus novelas y viendo la cara que se nos quedaba cuando los protagonistas perdían la cabeza. Bienvenidos a la reedición del cantar de gesta, donde las hazañas se reparten entre muchos y ninguno de los destinados a la gloria es un mozo bien plantado.

Con la baja de John Snow (apuesto por su vuelta en formato zombie para tomarse la revancha por Casa Austera de igual a igual) en el cierre de la pasada temporada (un chúpate ésta en toda regla a los culturetas que gritan Shakespeare por sistema, como si Juego de tronos fuera la única que le fusila), quedó claro que, si hay un espécimen en peligro de extinción en la serie es el caballero, el robertaylor, el charltonheston, el richardgere, el heathledger. Si eres un hombre apuesto, tienes muchas más opciones de sobrevivir ocupando plaza de esbirro o de damisela: Jorah Mormont es el mayor pagafantas de la historia de la tele y Daario Naharis, el chulazo que le calienta la cama a la Khaleesi. Y, aparte de la dermatitis que aqueja al primero que no augura nada bueno, por ahora ambos han conseguido salvar el cuello.

Fotograma de Juego De Tronos.

Fotograma de Juego De Tronos. HBO

La serie disfruta poniendo a prueba el concepto arcaico de hombría y rebajando la talla moral de sus machitos más pintones. Jaime Lannister, destacado espadachín y guapo de tirar para atrás, tiene de vez en cuando arrebatos de fuerza bruta que le hacen quedar como un acomplejado. No es porque le hayan cortado la mano, es la certeza de que su hermana le puede en todo y lleva siendo así desde que le enseñó la diferencia entre los niños y las niñas.

Quién ganará el Trono de hierro no es tan importante como qué hará cada uno hasta que lo ocupe alguien digno, alguien que no sea un niñato con las facultades mermadas por la endogamia (algo que, como sabemos, nunca ocurre en las monarquías). Los varones en edad de merecer van cayendo como moscas; quedan mujeres, tullidos y el rey de nuestros corazones, Tyrion, el hombre que con cada aparición justifica que nos pasemos la otra mitad del capítulo viendo a gente pasear y charlar de sus cositas.

El rollo fantástico y las ventajas aristocráticas juegan a favor de los seres inferiores. Inferiores para este entorno de medievo figurado, se entiende, que ya veo volar hacia mí los cuchillos de la corrección política. Tywin no mentía cuando le confesó a su hijo pequeño (de edad, también) que le había perdonado la vida por ser un Lannister. En un hogar vulgar, Tyrion habría tenido muchas más posibilidades de ser repudiado, enclaustrado o sacrificado. El privilegio de casta ha garantizado igualmente la supervivencia del paralítico Bran Stark (ya hay que ser devoto para llevarle en brazos de un lado a otro lado del Muro) y de su hermanito, que apenas cuenta como personaje (por ahora).

Es este sentido, el premio gordo se lo lleva Khaleesi: al final de la pasada temporada se libra de ser linchada por la turba (en un deus ex machina como una catedral) porque sus fans se organizan a modo de guardia pretoriana primero y porque uno de sus dragones se la lleva volando después. Si le hubiera dado por criar chihuahuas, como suelen hacer las herederas notables, la cosa habría sido bien distinta. Ser guay tiene premio en Poniente y más allá.

Bran Stark en Juego de Tronos.

Bran Stark en Juego de Tronos. HBO

Y ser mujer. A base de violaciones, abusos y humillaciones, las chicas han ido acaparando el protagonismo. Arya, Sansa y, sobre todo, Cersei tienen las tramas más prometedoras. Yo, concretamente, fantaseo con que dé un golpe en la mesa, promulgue una Pragmática Sanción y declare incompetente a sus hijos y hermanos. La tele necesita tías fuertes y malvadas como ella en puestos de responsabilidad.

El huevo de Pascua de Juego de Tronos es que se presentó como otra serie sobre tíos para tíos, en palabras de la flamante premio Pulitzer, Emily Nussbaum, otro “drama sofisticado sobre la subcultura patriarcal” y ha ido eliminando la falocracia a poquitos. Literalmente: en esta sexta temporada que está a punto de arrancar hay al menos tres eunucos con personajes de peso (Araña, Gusano y Hediondo, qué mano tienen con los eufemismos). Seres raros, atípicos en una aventura tradicional, híbridos, como lo es también Brienne de Tarth, la única persona que queda capaz de lucir con soltura una armadura a caballo.

Igual que la liga de fútbol, Juego de tronos no se va de nuestras vidas ni cuando descansa. Después de tropecientos avances y tráileres, vuelve, aunque no tengamos la sensación de que se haya marchado en ningún momento. Yo veo cada capítulo disfrutando del jaleo en redes sociales, como quien va al campo. El próximo domingo hay partido, uno más afeminado que de costumbre.