Juego de Tronos siempre ha sido una serie sobre el poder. Lo era desde el primer episodio, y aunque su envoltorio de fantasía medieval haya podido engañar, lo que los libros de George R.R. Martin y la ficción de HBO hacían era radiografiar hasta dónde está dispuesto el ser humano para alcanzarlo. Unos lo hacen por avaricia, otros por ideales, pero al final todos caen en el mismo error.
No es algo nuevo, esas pulsiones estaban en los dramas de Shakespeare, de los que Juego de Tronos ha bebido hasta el final. Un final que no contentará a muchos, porque ha preferido ser convservador en su apuesta. Nada de giros de última hora, nada de sustos finales, nada de tramas abiertas a la imaginación, esto se acaba y vamos a contarlo bien.
Tampoco ha sido un episodio épico. Las batallas ya se habían librado, y el anterior episodio había dejado la serie al borde del infarto. Daenerys, la heroína, la liberadora de esclavos, la que rompió la rueda, había quemado toda una ciudad para sentarse en el trono. Muchos seguidores dijeron que estaba loca, pero en una de las conversaciones más interesantes y fundamentales de episodio, Tyrion y Jon dejan claro que ella está presa de unos ideales que logrará caiga quien caiga.
El giro dictatorial de Daenerys es la última reflexión sobre el poder. ¿Vale todo por lo que consideramos justo?, ¿hasta dónde uno debe imponer el miedo para obtener un bien que considera mayor? Tyrion deja claro que no sabe si traicionar a Daenerys -a la que la serie muestra con una puesta en escena de desfile nazi- es lo correcto, pero teme que si no lo hace el resultado será peor. Es en esa charla cuando los espectadores hemos vivido un momento que nadie esperaba. Jon Snow ha asesinado a Daenerys. Ha acabado con su reina. Cree que ha hecho lo correcto, que por conseguir su mundo ideal se iba a convertir en una tirana, pero nunca tendrá la certeza de que la solución vaya a ser peor.
Esa solución (shakespeariana hasta las trancas) ha ocurrido en el primer tercio de episodio, dejando a la audiencia desconcertada y con una imagen emblemático. Drogon fundiendo el trono de hierro. Lo decía Íñigo Errejón en este periódico hablando de la serie. Los políticos se equivocan, el trono no es de nadie, es de la gente, que decide quién se sienta y cuándo se va.
Con esos dos momentos que quedarán en la retina del espectador ha terminado la épica de la serie, que ha preferido cerrar todas sus tramas y apostar por un mensaje pacificador. Primero ha optado por provocar, ninguno de sus dos protagonistas (Jon y Daenerys) han terminado reinando. Después han introducido un término que hasta ahora nunca había aparecido: la democracia.
En esta serie sobre el poder y las formas de asaltarlo nunca había entrado el pueblo, nunca se había planteado de elegir al gobernante, y aunque el voto todavía esté lejos, aunque Sam lo proponga, los siete reinos (seis con la salida de Invernalia), optarán por una medida salomónica: elegir un nuevo rey que no sea por sangre, sino por méritos. El elegido será Bran, el tullido e impedido para tener hijos, lo que hará que el siguiente rey se vuelva a elegir por consenso.
Como buen broche de oro, también hay guiños emotivos. Sam presentará al nuevo gobierno un libro sobre lo ocurrido que se llama Canción de hielo y fuego, igual que la saga de George R.R. Martin, y las primeras reuniones de estos poderes demuestran que aunque los elegidos ya no sean élites alejadas del pueblos, los problemas siguen siendo los mismos, y que la libertad sólo se puede encontrar más allá del muro, con los salvajes, el sitio donde acaba Jon Snow.
Con su imagen entrando en una nieve que ya no tiene caminantes blancos termina una serie histórica, la última de un tipo de televisión que ha congregado cada semana a más de 18 millones de espectadores de más de 150 países, y que en España hace que miles de personas vayan con sueño a sus trabajos. Nunca más veremos a una plataforma gastar 90 millones de dólares para dar a sus fans el final más espectacular posible, uno que aunque disguste a muchos ha sido una montaña rusa que nos ha tenido dos meses hablando de un mundo poblado de dragones y caminantes blancos, pero que en el fondo era el nuestro. Los juegos por el trono seguirán, y los libros hablarán para explicarlo de una serie que durante ocho años radiografió el poder como nunca antes se había hecho.