Con Isabel Coixet he vivido mi peculiar historia de amor. Me enamoré de su cine -y también un poco de ella, de su libertad y de su actitud- con sus primeras películas. El culmen de nuestra relación fue Mi vida sin mí, filme que me conmovió como pocos. Una película triste pero con un halo de esperanza. Con un universo propio de lavanderías, canciones italianas y luces de neón. A partir de ahí, como casi todas las parejas, nos fuimos distanciando.
Todavía hubo muy buenos momentos con La vida secreta de las palabras, pero poco a poco la magia se perdió… y no sé en qué momento exacto, rompimos. Siempre encontraba algo en sus películas, y La librería es un filme que muchos firmarían, pero ya no encontraba magia en sus películas, aunque siempre deseaba descubrirla. Hasta ahora, cuando Coixet y yo nos hemos reconciliado. Lo hemos hecho a lo grande, con su primera serie Foodie Love. Ocho capítulos para HBO que son un compendio de lo mejor y lo peor de ella.
Bienvenidos al parque temático de la autora. Una obra personal, libre, en la que vuelve a divertirse, a emocionarnos, a no tener miedo en ser la más romántica del lugar ni de trufar de referencias literarias y cinefilas sus guiones. Foodie Love es una serie hedonista y romántica, muy romántica, pero si entras es un puro disfrute. Los 'haters' de la directora ya pueden alejarse, no les va a conceder ni el beneficio de la duda. A esta serie se sabe a lo que se viene.
Foodie Love es, ni más ni menos, el retrato del nacimiento del amor entre dos personas que se conocen a través de una aplicación para ligar de gente a la que le gusta la comida. Así que esa primera llama, esas dudas, la chispa, el deseo, los vemos surgir siempre comiendo. Los protagonistas comen mucho: gyozas, helados, tortillas, beben cócteles… Y, sobre todo, hablan. Hablan de amor, de sexo, del mundo, de sus miedos e inseguridades… y se enamoran. Luego viene el sexo de verdad. Tarda seis capítulos en llegar, pero como decía Coixet a partir de ahí 'follan mucho'. La pasión de todos los inicios. La vida misma.
Coixet va a saco en lo temático y también en lo estético. Es su serie. La banda sonora (esa elección de canciones con el Heard somebody whistle de Jay-Jay Johanson desde los títulos de crédito), los bocadillos con los pensamientos, los insertos en otros formatos, el deseo en forma de amante japonés… es ella elevada a la enésima potencia, pero lo bueno es que funciona. Vemos por fin a la autora disfrutando y siendo ella sin cortapisas. Y hasta cuando se arriesga (esa mini historia del rider de Glovo) le sale bien.
Si uno entra en su encanto es imposible salir, y se dejará seducir una y otra vez por su propuesta, y también por el encanto de sus dos personajes, especialmente el de una Laia Costa que borda y clava cada frase y cada gesto. Los dos son su alter ego, y a través de ellos vemos más que nunca a Coixet. Este debería ser el trabajo que consagre a Costa como una estrella. Tiene una verdad en su mirada que es apabullante, y la química que consigue con su partenaire, el argentino Guillermo Pfening es bestial. Uno podría verles horas y horas charlar de todo.
Básicamente en la serie se come, se folla y se ama. Y se hace en el universo de Coixet, con su estética, sus personajes secundarios (maravillosas Agnes Jaoui y Yolanda Ramos), y capítulos absolutamente mágicos como el de Roma que concluye con una visita guiada que es puro placer para los sentidos. Isabel coixet ha vuelto a conquistarme. Lo ha hecho como funcionan las parejas, aceptando sus errores y disfrutando de todas sus virtudes.