Para los canales y plataformas siempre será tentador traer de vuelta títulos que tuvieron éxito, porque hay gran parte del trabajo hecho y es más fácil vender un producto que ya conocen los espectadores. Sin embargo, es habitual que la jugada salga mal, y está casi asegurado que cause decepción en los fans de entonces y apatía en los nuevos. Pero Dexter: New Blood ha sido una rara excepción, y aunque es discutible que su final haya sido sorprendente, inevitable y que rompiera Internet, como nos prometió su creador, sí ha sido coherente y muy satisfactorio.
Podríamos decir que la misión no era muy difícil, si lo que teníamos para comparar era aquel final bochornoso de 2013. Esta afirmación no es del todo falsa, pero tampoco justa, porque esta nueva etapa de Dexter después de casi diez años ha sido profundamente entretenida y durante su emisión no solo ha sido un éxito de audiencias para Showtime, también ha conseguido convencer a los espectadores más escépticos, entre los que me incluyo.
Clyde Philips supo aprovechar la mitología de la serie y hacerse cargo de todo lo que había ocurrido mientras estuvo al cargo en las cuatro primeras temporadas, y también después de su salida. Phillips conocía los resortes del personaje, lo que era familiar para quienes lo seguimos en su momento, y nos demostró que este no era un regreso oportunista. Dexter no volvió por volver, realmente había algo que contar y, lo más importante, cuentas por saldar. A partir de aquí, leed bajo vuestra propia responsabilidad, porque habrá spoilers del último episodio.
La clave para que el plan funcionara fue el personaje de Harrison, el hijo de Dexter y Rita, y no había garantías de que saliera bien. Tal como nos han demostrado las series a través de los años, y un ejemplo que todos tenemos siempre fresco es el de Homeland, los dramas adultos suelen fracasar estrepitosamente en sus intentos de incorporar tramas con personajes adolescentes. Pero en este caso, la apuesta ha salido muy bien, porque su presencia demostró ser fundamental en el destino de Dexter Morgan.
Sin ser redonda, esta entrega cumplió manteniendo nuestro interés cada semana, una tarea cada vez más difícil en la época del streaming, en la que se ha acostumbrado al espectador al consumo inmediato de temporadas completas. Dexter: New Blood lo consiguió al propulsar desde el inicio su trama con un flujo constante de giros, y con cliffhangers emocionantes, hasta llegar a sus dos últimos episodios en los que puso a prueba su tesis: Dexter nunca fue un antihéroe, y mucho menos la figura del justiciero que quiso ver Harrison en él, Dexter era un asesino en serie y un psicópata.
Aunque la serie presente el final de Dexter como el último (y único) acto de amor de su vida, y lo conecte con la carta que le escribió a Hannah: “Te suplico que me dejes morir para que mi hijo pueda vivir”, es muy retorcido y cruel aceptar que asesinar a su propio padre fuera realmente “la única salida”. Sobre todo, teniendo en cuenta el trauma acumulado de Harrison, que añadió una nueva pieza al ver cómo Dexter asesinaba a Kurt ante sus propios ojos, dejando un charco de sangre como el de su madre muerta a manos de Trinity.
Dejando esa nota al margen, fue satisfactorio verlo morir, porque Harrison y Angela (buena policía e implacable con Dexter) han sido trasuntos del que hubiera sido, en mi opinión, el final perfecto en la serie original: Debra descubriendo la verdad sobre su hermano y llevándolo a la muerte, ya fuera en un enfrentamiento en ese preciso instante o por pena capital.
'Dexter: New Blood' está disponible en Movistar+.
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