Si sabes quiénes son Ghostface, Michael Myers, Jason Voorhees, Leatherface y Freddy Krueger sin buscarlo en Google, tenemos buenas noticias para ti. Netflix quiere traer de vuelta el slasher con la adaptación de La calle del terror, la saga literaria de uno de los escritores más leídos de todos los tiempos, R. L. Stine, autor de fenómenos como Pesadillas.
La plataforma estrenará en tres semanas consecutivas las tres partes (1994, 1978 y 1666) de una trilogía que conquistará a los amantes de un subgénero de terror prácticamente olvidado en la última década. La primera de ellas es un prometedor aperitivo.
Las reglas de un género que ha vivido tres épocas doradas en los últimos 50 años (con Psicosis, Halloween y Scream: Vigila quien llama encabezando cada una de sus generaciones) son básicas: un psicópata acaba de forma despiadada con la vida de un grupo de jóvenes que les gusta comportarse como si fueran adultos. Con el cambio del siglo, el slasher desapareció en favor de propuestas más dramáticas y psicológicas (una nueva tendencia bautizada por los más esnobs como terror elevado) como Hereditary, La bruja, Un lugar tranquilo y Midsommar. Hasta ahora.
La calle del terror es un delicioso homenaje a la última era del género, un renacer que arrancó con la trilogía de Scream y que acabó sepultando la obsesión de Hollywood por hacer nuevas versiones de todos los clásicos del género en los años 80. Sin embargo, cuando en el prólogo de la primera parte de la apuesta veraniega de Netflix nos encontramos con un gozoso arranque protagonizado por Maya Hawke (una de las protagonistas de Stranger Things, otra influencia reconocible en esta adaptación de Stine) es imposible no sentir en el estómago las mariposas de la nostalgia.
El concepto de esta primera entrega es simple. En 1994, unos adolescentes descubren que los sucesos que aterrorizan su ciudad desde hace generaciones podrían estar conectados. La curiosidad mató al gato y puede que también a unos jóvenes que, sin pretenderlo, acabarán en el centro de la misma pesadilla que querían investigar. La adaptación de Stine utiliza el lenguaje del slasher y la música indie (con apariciones puntuales de artistas como Radiohead, The Pixies o Garbage) de la época, pero lo combina con las sensibilidades de la generación Z y el público potencial de Netflix.
Los protagonistas de la Parte 1 son los perdedores de Shadyville. Una chica que no ha superado la ruptura con su pareja. Un nerd obsesionado con el pasado sangriento de su pueblo. Una chica que se va con un atleta popular para enterrar sus demonios personales. La mejor estudiante de la clase que pasa drogas para asegurar su futuro. El típico tontorrón de buen corazón. Todos ellos son personajes que antaño no hubieran llegado muy lejos con vida en una película de terror. Hoy, desde que Glee cambiara la ficción adolescente para la generación milenial, son los héroes del relato.
La decisión del guion de centrar la historia de amor de la película en dos mujeres es algo que jamás se habría atrevido a hacer Hollywood en los 90. Tampoco el popular escritor en sus novelas. Los tiempos cambian, aunque el desarrollo de sus personajes sigue siendo algo genérico y plano. El libreto es la mayor debilidad de esta primera película. La necesidad de explicar el ambicioso universo narrativo que plantea el pasado de Shadyville es, a ratos, un obstáculo para la acción que estamos viendo en el presente.
El gran acierto de la película de Leigh Janiak no es su apuesta por la nostalgia, un recurso que la cultura pop ha usado y desgastado durante los últimos años, sino cómo la explota de forma desvergonzada y sin tener miedo a reescribir sobre la marcha sus reglas. El espectador nunca sabe qué esperar de la Parte 1 porque la película no tiene problema en sacarse nuevos villanos de la manga, claves de la mitología que cambian la dinámica del misterio y giros que parecen desdecir lo que hemos visto hace unos momentos.
Antes de hacerse cargo de los tres capítulos de esta atípica trilogía, Janiak había dirigido la película independiente de género Honeymoon y un par de capítulos de la decepcionante versión televisiva de Scream. Con una estimable tendencia a homenajear más que plagiar las películas a las que tanto debe, La calle del terror es una sangrienta recreación de un cine que ya no se hace y que podría volver a la primera línea del género muy pronto (en 2002 se estrenará la quinta parte de Scream).
El prólogo y el asesinato a manos de una trituradora (mejor no especificar más detalles) son los grandes momentos que deja una primera parte plagada de muerte, sangre y vísceras gracias a los flashbacks y regresos de todos los villanos que han traumatizado a Shadyville a lo largo de la historia de este gris pueblo.
Gracias a un presupuesto ajustado, la plataforma se ha arriesgado a rodar de forma del tirón las tres películas. Estrenar de forma consecutiva las tres historias (independientes, aunque conectadas por la ambiciosa mitología creada por Stine) es un lujo que se puede permitir una plataforma, no un gran estudio: ya era hora de que las plataformas se salieran de una pauta creada por unos jugadores que tenían una idiosincrasia distinta. Será interesante descubrir si Netflix se atreve a seguir explotando esta vía más experimental en su contenido.
La prensa todavía no ha tenido acceso a la segunda y tercera entrega, así que no sabemos cómo conectará la trilogía las tres épocas de la historia (la siguiente, promete ser una revisitación de la segunda época dorada del género). Independientemente de los resultados a los que llegue tras su prometedor y divertido arranque, La calle del terror es un tanto para Netflix y un regalo para los amantes de Scream y sus propuestas coetáneas. La Parte 1 no llega nunca a alcanzar sus cimas de ingenio y brillantez, pero tampoco hace falta. Es lo bueno de los homenajes.
'La calle del terror (Parte 1): 1994' ya está disponible ya en Netflix. Las dos siguientes entregas de la trilogía llegarán a la plataforma el 9 y el 16 de julio.
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