Alerta roja no engaña a nadie. Los que se acerquen a partir de hoy a ver la película más cara en la historia de Netflix se van a encontrar un cóctel de superestrellas, escenas de acción que desafían las normas de la lógica y un sinfín de chistes diseñados al milímetro para el lucimiento de sus protagonistas: Dwayne Johnson, Ryan Reynolds y Gal Gadot. El blockbuster no es precisamente una fuente de sorpresas, pero al menos es mucho más resultón y divertido que los anteriores acercamientos de la plataforma a las comedias de acción de gran escala como Spenser Confidencial, 6 en la sombra y Bright.
Quienes crean que Johnson y Reynolds se dedican a hacer una y otra vez la misma película, no encontrarán demasiadas razones aquí para cambiar de opinión. El primero ha recurrido incluso a un director con el que ya había trabajado en Un espía y media y El rascacielos. Rawson Marshall Thurber es uno de esos artesanos sin demasiada personalidad que saben plegarse a las necesidades y deseos de alguien que ha cobrado 50 millones de dólares por producir y protagonizar Alerta roja.
El actor anteriormente conocido como la Roca interpreta a John Hartley, un criminólogo que aspira a detener a dos de los criminales más buscados por la Interpol: Nolan Booth, un ladrón con traumas paternos e incapaz de dejar de hacer chistes malos, sea cual sea el contexto, y el Alfil, una misteriosa mujer dispuesta a todo por hacerse con un botín valorado en 300 millones de dólares. El resto de personajes (empezando por la agente que lidera la investigación dentro del FBI al villano que interpretan, respectivamente, Ritu Arya y Chris Diamantopoulos) son meros peones al servicio de los tres reyes de la función.
Después de visitarse mutuamente en Fast & Furious: Hobbs & Shaw y Free Guy, Ryan Reynolds y Dwayne Johnson comparten por fin el protagonismo en una aventura que se deleita en la natural química que surge entre dos actores tan limitados en su rango como carismáticos y conscientes de cuáles son sus fuertes y lo que el gran público espera encontrarse en sus películas. Más por libre va Gadot, una invitada de lujo a la fiesta que se lo pasa en grande dejando atrás la nobleza y el heroísmo de Wonder Woman y apostando por una ladrona que juega con su encanto (como en ese momento que finge no reconocer a Johnson solo porque lleva un antifaz) para conseguir lo que se propone.
Para bien y para mal, la sensación de familiaridad nunca desaparece a lo largo de las dos horas (por fin alguien se da cuenta de que no todas grandes producciones necesitan pasar de los 150 minutos) que dura. Cualquier espectador será capaz de detectar las evidentes inspiraciones de Alerta roja. Un poco de Indiana Jones por aquí. Unas gotas de James Bond por allá. Un baile que parece sacado directamente de Eyes Wide Shut. Giros que podrían pertenecer a la saga Misión: Imposible. El mayor problema que tiene el blockbuster de Netflix es que se inspira en películas que todo el mundo conoce y que en realidad son mucho mejores que ella.
La historia nunca le da el descanso suficiente para que se pare a pensar realmente en lo que está viendo. Un accidentado robo en un museo de Roma. Una detención en Bali. Una fuga de un gulag en Siberia. Una fiesta de disfraces y una breve visita a una plaza de toros de Valencia (que nos recuerda la aparente incapacidad de las grandes producciones de Hollywood de recrear de forma realista a animales por culpa de un nefasto CGI). La búsqueda de un tesoro en el Amazonas. Alerta roja no se detiene en ningún momento y el espectador no siente la tentación de bajarse del tren.
La sucesión de set-pieces está resuelta con mayor o menor habilidad por Thurber, un director que se mueve mejor en una comedia blanca basada en el enredo y la personalidad de sus estrellas que en las escenas de acción. El prólogo en el museo en Italia y la fuga en Rusia son los mejores momentos de una producción que, por culpa de las restricciones derivadas del COVID-19, se tuvo que rodar íntegramente en Estados Unido. Irónicamente, los personajes no pisan el país en ningún momento del viaje.
El intento de evocar el sabor de esos clásicos que homenajea (o copia, dependiendo de a quién preguntas) se queda por el camino. En su lugar aparecen unos irregulares efectos especiales que solo se pueden justificar si entendemos que probablemente el 50% de los 200 millones de dólares que en teoría ha pagado Netflix por la película han ido a parar los bolsillos de su trío protagonista.
La fría respuesta de la crítica americana (en Metacritic se ha quedado por debajo de los 40 puntos) apunta a una aventura mucho peor y menos divertida de lo que acaba resultando ser Alerta roja. El último vehículo construido al servicio de Dwayne Johnson, que no duda en incluir un guiño a su famosa rivalidad con Vin Diesel, es un entretenimiento que hace de la falta de ambición, el humor y el carisma de sus actores sus mejores virtudes. El que quiera sorpresas, eso sí, que busque en otra parte.
'Alerta roja' ya está disponible en Netflix.
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