2022 no es un buen año para ser idealista. Da igual si estás dentro de un partido político, trabajas en un medio de comunicación o eres un joven que quiere cambiar las cosas. El mundo es un lugar mucho más hostil que el que dejó Borgen cuando finalizó su tercera temporada en el año 2013. Sin caer en el idealismo a menudo ingenuo de Aaron Sorkin en El ala oeste de la Casa Blanca, la pequeña serie danesa que se convirtió por sorpresa en un fenómeno global apelaba a crear un punto de encuentro entre dos partes que en realidad querían cosas diferentes.
En su regreso gracias a un acuerdo de colaboración entre la televisión pública danesa y Netflix, su secuela Borgen. Reino, poder y gloria presenta un escenario mucho más pesimista. Birgitte Nyborg, icono pop e inesperado referente para las izquierdas y las derechas de la vieja Europa, abraza el lado oscuro en ocho nuevos episodios que exploran la crispación política, social y mediática de la última década.
Ha pasado mucho tiempo desde que vimos por última vez a la líder de un partido de nueva formación, los Nuevos Demócratas, que renunciaba a volver a ser la Primera Ministra de Dinamarca para no tener que renunciar a sus principios políticos. Birgitte Nyborg acaba de ser nombrada como la nueva ministra de Asuntos Exteriores cuando una empresa encuentra petróleo en Groenlandia, una región dependiente del gobierno danés y que despierta el interés de los principales agentes internacionales.
El tiempo ha pasado por todos, hasta por una política brillante que ya no tiene que rendir cuentas a su familia en esta nueva fase de su vida. Su vida sentimental es inexistente, sus hijos han dejado el nido y parece que por fin Birgitte puede entregarse de lleno, como siempre quiso, a sus objetivos y ambiciones políticos sin sentir culpa alguna. El problema aparece cuando las guerras internas, con el gobierno, su propio partido y sus ideales, derivadas del descubrimiento arrastran a la política a un lugar inédito en Borgen.
Nyborg nunca había sido una mujer perfecta, como tampoco lo era Alicia Florrick en The Good Wife o Diane Lockhart en The Good Fight, pero siempre se había dejado guiar por sus instintos y principios. Hasta ahora. La posibilidad de perder influencia, poder, y sobre todo, su razón de ser después de todos sus sacrificios llevan a terrenos desconocidos y narrativamente fascinantes al personaje y la interpretación de una, como siempre, soberbia Sidse Babett Knudsen.
Tampoco está mucho mejor Katrine, la periodista estrella de TV-1 que, tras trabajar durante años como jefa de campaña del partido de Nyborg, vuelve a la televisión como nueva jefa de la división de informativos. Fønsmark, ahora una mujer mucho más estable y madura en lo personal que antaño, descubre a base de golpes que ser un buen empleado no es lo mismo que ser un jefe. Devolver a la dignidad al periodismo en los tiempos de las fake news y las redes sociales no es tan fácil cuando tienes por debajo a unos empleados con su propia agenda (como ella misma en sus primeros años en TV-1) y a unos jefes que exigen resultados y huyen de los escándalos.
Adam Price tiene claro que no ha vuelto a Christiansborg para repetir la fórmula que hizo de Borgen uno de los fenómenos más inesperados en la televisión de la última década. Algunos espectadores echarán de menos las pequeñas historias sobre los medios, la política o la sociedad danesas de las primeras temporadas. Aunque la disolución del matrimonio con Philip, la enfermedad de su hija y su complicado regreso a la primera línea política vertebraron la historia de Birgitte en el pasado, en Borgen siempre hubo espacio para las historias autoconclusivas y los personajes que entraban y salían de su esfera política y personal. Ya no.
A pesar de su estreno en emisión semanal en su país de origen, Borgen. Reino, poder y gloria se adapta a la marca Netflix en su regreso creando una trama de escala global construida sobre una estructura serializada. La crisis entre Dinamarca, Groenlandia y todas las superpotencias que ansían ganar poder en el Ártico fagocita la temporada a nivel temático, pero sirve para explorar la política internacional desde una perspectiva muy concreta y personal.
Los movimientos de independencia en Cataluña y Escocia aparecen indirectamente en la fascinante relación entre Dinamarca y Groenlandia, una trama que resultará desconocida para la audiencia internacional y que, hasta hace unos años, también lo era para el ciudadano medio en el propio reino danés. Las eternas guerras de poder entre Rusia, Estados Unidos y China también están presentes en una serie que resulta rabiosamente actual sin tener que mencionar a agentes del caos como Donald Trump o Vladímir Putin.
Tampoco podía faltar un debate sobre el cambio climático, una de las grandes preocupaciones de nuestra era, que Borgen elige representar desde la tensión interna con los Nuevos Demócratas y, sobre todo, con el único conflicto familiar de Birgitte esta temporada: su relación con un hijo que también tiene aspiraciones políticas.
Por el camino se quedan fuera personajes memorables como Kasper, el antiguo asesor y padre del hijo de Katrine; Hanne, la veterana reportera de TV-1 y Sven, el líder del Partido de la Libertad que llevó a Nyborg a renunciar al poder por ser fiel a sí misma. Quienes sí están de vuelta son Bent, el mentor de Birgitte, y Michael Laugesen, su eterna némesis. A pesar de ser personajes secundarios en un relato mucho más grande, los viejos conocidos de Nyborg protagonizan el momento más impactante y la relación más inesperada de la temporada, respectivamente.
La Netflixización de la serie no convencerá a todos ni resulta tan regular en sus resultados como en su original, pero Borgen ha vuelto para poner contra las cuerdas a sus (anti)heroínas y hablar del mundo actual y de los dilemas a los que nos empuja, no para reciclar grandes éxitos del pasado. Hasta la vista, Birgitte Nyborg.
'Borgen. Reino, poder y gloria' ya está disponible en Netflix. Las tres primeras temporadas de la serie original se pueden ver tanto en Netflix como en Movistar Plus+.
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