Hubo un día de 1995, cuando el río Guadalquivir bajaba seco y no llovía desde hacía meses, en que en Emasesa, la empresa pública de agua de Sevilla, se propusieron dos planes "estrambóticos" contra la sequía: traer un iceberg a la ciudad o evacuar a toda lo población a otro punto de España.
Ninguna de los dos se llevó a cabo, claro, explica Luis Luque, hoy director técnico de la empresa municipal. Pero estuvieron sobre la mesa. En el caso del iceberg, la propuesta era traerlo desde Europa del norte. Que un barco lo remolcase desde las frías aguas polares hasta Sanlúcar de Barrameda y, desde ahí, remontase el río hasta Sevilla.
El segundo plan era, si cabe, más descabellado aún. Suponía coger a los más de 700.000 habitantes que tenía entonces Sevilla más los del área metropolitana -1,4 millones de personas en total- y llevarlos fuera de la provincia.
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Trasladarlos a otro punto de España con agua, como los ñus cuando cruzan el Serengeti para encontrar las charcas donde beber y se los acaban comiendo los cocodrilos al vadear un río semi seco.
Tampoco se puso en marcha, claro. "Se descartaron en un segundo", señala Luque, quien habla de una opción que se barajó en esos momentos de desesperación y que sí pudo salir adelante: una desaladora en Sanlúcar de Barrameda.
Medidas "desesperadas"
La idea era instalarla en Cádiz, en la desembocadura del Guadalquivir para potabilizar el agua y luego llevarla a Sevilla en barcos. La falta de lluvias agudizó entonces el ingenio hasta cotas por encima de lo esperable.
"Eran medidas desesperadas", confirma el directivo de Emasesa. "¿Qué haces con un iceberg en el Guadalquivir en medio de una sequía? Se desestimó en el minuto uno porque, además, cuánta agua tiene un iceberg? ¿Diez millones de metros cúbicos? Eso daba solo para un mes de consumo", se pregunta Luque.
Como en el 95, los sevillanos miran al cielo todos los días. La sequía aprieta desde hace varios años y los estanques se vacían. "Pero no estamos en la misma posición", asegura Luque", quien asegura que "no hay cortes de agua por la sequía" sobre la mesa.
Camiones con agua
Y no los hay ahora ni los habrá, señala, en al menos dos años. "la situación ahora mismo es muy grave pero nada que ver con el año 95", explican desde Emasesa. Porque, aunque no lo parezca, hay agua embalsada y recursos extra en el río y en las potabilizadoras.
"Hay pueblos de Córdoba que llevan casi dos años recibiendo agua en camiones pero eso no lo puedes hacer en Sevilla. Porque ¿cuántos camiones te hacen falta para 1,4 millones de personas y dónde los llenas? Hay que encontrar soluciones más estables", señalan en Emasesa.
Esa solución estable tiene un nombre propio: Melonares. El embalse, que no estaba en uso en el año 1995 es la gran diferencia con respecto a esa sequía. A eso se suma "todo lo que se aprendió entonces, que ayuda", añade Luque.
Melonares, retoma el director técnico de Emasesa, es el 30 por ciento de la capacidad embalsable de Sevilla, es ahora mismo la mitad de las reservas de las que se disponen. Si esa presa, habría la mitad de agua y una situación mucho más parecida a la que provocó que se quisiese traer un iceberg a la ciudad.
Los sevillanos ahorran agua
También hay que tener en cuenta el consumo humano. Aquí están especialmente agradecidos desde Emasesa porque los sevillanos se han tomado muy en serio lo de ahorrar agua. Si en el año 1995 consumían 180 litros por persona y día, ahora son unos 100, casi la mitad. Y el objetivo, que se va alcanzando, es bajar hasta 90.
"Eso era impensable hace años, pero se está cumpliendo porque la gente se esfuerza, tienen voluntad y creen en el ahorro de agua. Los sevillanos están concienciados", señala Luque.
Así las cosas, no hay cortes de agua en el horizonte. Ni en el próximo ni en el lejano. Sevilla tenía la pasada semana 216 hectómetros cúbicos de agua almacenada. "Eso es un año y medio de reservas", explican en Emasesa.
Aguas fecales en el Guadalquivir
Al margen de eso, se está terminando la obra de emergencia para captar agua del Guadalquivir y poder beberla. No será como en los 90, cuando era líquido turbio y sospechoso de tener algún elemento dañino.
Ahora, explican en Emasesa, las empresas y explotaciones agrarias tienen que depurar antes de verter al río. "En el 95 bajaban las aguas fecales y ahora ya están depuradas". Además, las técnicas de limpieza de las aguas ha mejorado mucho con los años. Se purifica mejor.
"Ya no hay ni amonio ni fertilizantes en el agua del Guadalquivir", explica Luque. No es el agua pura de un embalse, reconoce, "pero es tratable y bebible".
Sin cortes
Así, entre lo embalsado y lo depurado, Sevilla tiene agua para dos o tres años "tranquilamente". Sin cortes ni restricciones. Nada de abrir el grifo a las 8 de la tarde y que no salga nada. Eso es el pasado, no el futuro.
En ese tiempo, esperan los expertos, debería de llover. De otra forma, la sequía se prolongaría 14 años, poniendo a Andalucía en un club nada apetecible donde están regiones como California.
"Las restricciones están muy muy lejanas. Si tuviéramos los recursos del año 95 el agua se habría acabado el año pasado", explica Luque. Pero acabado de cero agua, de un río seco, añade.
¿LLoverá este año?
Complicado, dicen los expertos. El año empezó muy bien, con perspectivas por encima de la media. Pero ya no hay agua en el horizonte. Y solo queda la primavera porque el resto de mese suelen ser secos en Sevilla.
Con ese panorama hay quien plantea que el agua debería ser más cara para desincentivar el consumo excesivo. "Cuando puedes ahorrar mucho consumo, el precio del agua sí puede ser determinante", indica Luque. No es lo que ocurre ahora, con el consumo ya muy medido.
Otra ventaja de acostumbrarse a gastar menos agua es que es un hábito que no se va. Bien lo saben quienes crecieron en los 90 y sienten ansiedad cuando ven un grifo corriendo.
Deberes hechos
Además de los ciudadanos, la administración también ha hecho los deberes para esta sequía. Si hace 30 años se perdía el 30 por ciento del agua en las tuberías -uno de cada tres litros, nada menos- ahora es el 11 por ciento. Una cantidad casi imposible de reducir ya.
Sí que hay, reconocen en Emasesa, fraude. Familias enganchadas de forma ilegal al sistema de agua que no pagan y a los que les da igual derrochar. No les cuesta dinero. Es el caso, indican, sobre todo, que se da en zonas con altas tasas de marginalidad y pobreza.
Prefieren no dar nombres de barrios o pueblos, pero señalan que sí que saben de la manipulación de contadores y lo vigilan. Hacen batidas y han ido reduciendo el fenómeno, dicen, a mínimos.