Alejandro Talavante sale por la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla.

Alejandro Talavante sale por la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla. Europa Press

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Sevilla

Alejandro Talavante abre una triunfalista Puerta del Príncipe en una tarde de San Miguel en declive

Destacaron tres toros de la corrida de Victoriano del Río, pero sobresalió Dalia, premiado con la vuelta al ruedo.

27 septiembre, 2024 21:55

Casi lleno en los tendidos en el inicio de la feria de San Miguel en Sevilla. Tras una semana de nubes y lluvias, este viernes salió el sol, quien también quiso guardar ese minuto de silencio al igual que los tendidos por Pepe Luis y Paco Camino, recientemente fallecidos.

O, incluso, por la ausencia de Morante de la Puebla o por los 40 años de la muerte de Paquirri o por Onetoro, quién sabe… Esa plataforma que se ha ido al garete y ha dejado de emitir las ferias de caché por el pirateo del personal y por más cosas…

Fuera por lo que fuera, el poco peso de la primera oreja de Sebastián Castella fue quien marcó el devenir y el declive de la tarde en cuanto al premio excesivo. Una primera del ciclo en la que el francés quiso, pero fue Alejandro Talavante quien pudo abrir esa Puerta del Príncipe, que quizás con otras circunstancias menos triunfalistas se hubiera quedado cerrada.

Fue Daniel Luque quien se quedó con más cosas dentro, entre lo sentimental y el coraje, por el mal juego de su lote. No obstante, con su primero filmó lo más verdadero de la tarde.

Castella recibió al primero de Victoriano con rodilla en tierra. Talavante replicó en quites, el animal fue a más tras las banderillas, pero el francés estuvo en su línea. No sorprendió al comenzar con estatuarios, ni por su concepto tan rápido como encimista ante un toro que mostró más calidad y verdad a mitad de la faena justo antes de que sonara la música.

Por el izquierdo todo se vino abajo, toro y faena. No obstante, ya había encandilado a una parte minoritaria del público que le pidió esa oreja tras una estocada caída y que el palco de la concedió. Ay, Sevilla.

El cuarto salió distraído y abanto. Nunca quiso comprometerse, Castella sí que lo intentó hasta la extenuidad sin eco y sin necesidad ninguna.

Como la vida va tan rápido, la gente apenas se acordaba de lo sucedido con el primero cuando salió Dalia de los chiqueros. A Talavante lo pilló lúcido y dio una de sus mejores versiones. La plaza, ansiosa de ver triunfar, se puso en pie casi en la primera serie.

Con esa capacidad de sorprender y más ante un manantial de nobleza y bravura cuando el animal empezó a perseguir la muleta del extremeño, Talavante armó su vibrante faena con momentos en los que hubo prisas y con otros llenos de profundidad y hondura sobre todo en los cambios de manos.

Hubo un natural tan eterno como despegado, que enmendó al coger de nuevo la mano derecha, llevándolo largo y rematando hasta detrás de la cadera con remates como una ajustadísima arrucina.

Terminó su obra con derechazos con una rodilla flexionada y un bonito cambio de mano, pero sin redondearla como para cortar esas dos orejas, que consiguió tras tirarse a matar y salir volteado. Merecida sí que fue la vuelta al ruedo que se le concedió al bravo animal.

Con el quinto sabía que se la jugaba y consiguió cogerle mejor el pulso. Logró templarlo dejando muletazos de gran calidad y profundidad que fueron los que le posibilitaron cruzar el ansiado umbral.

Entendió bien a ese Quitalunas, que le pedía pausa y hondura al natural y que Talavante hilvanó con esas muñecas de goma que Dios le ha dado. Enterró la espada, volaron los pañuelos y la del Príncipe se abrió entre división de opiniones.

Viendo como iba la tarde de bondadosa un importante Luque se impuso ante un complicado y violento tercero, que midió al de Genera desde que abrió su majestuoso capote. Con una seguridad arrolladora armó la faena de más entrega, mérito y reunión. Siempre mandó él a pesar de los avisos que le dio el animal, que escondía mucho.

Acabó entre los pitones, sin rectificar ni un ápice y viniéndose más arriba en cada muletazo pegado a las tablas. La espada entró entera, el animal tardó en caer y el presidente quiso resistirse para darle una oreja que el público sí pidió con insistencia. 

Luque salió a por todas para quemar su último cartucho, que no sirvió ni para estar escondido. Y todo se quedó en un querer y no poder.