La puerta estaba entreabierta y nada más adentrarme en el pasillo observé que no había paredes blancas o de otro color, ni cuadros ni percheros: solo dos grandes bibliotecas a cada lado cubiertas de libros de suelo a techo. Ese olor me era familiar y me recordaba la biblioteca del pueblo con ejemplares muy antiguos. Acierto a ver obras de Cernuda, Lorca, Poniatowska y de Francisco Umbral.
Sobre el gran salón se proyectaba la luz que entraba por los dos ventanales uno de los cuales dejaba pasar una brisa que movía como en una cadencia los visillos. Pero esa estancia no sería la misma sin sus inmensas estanterías blancas repletas de libros de arriba a abajo. De espaldas a los balcones que dan a la calle, se divisan dos inmensas librerías a izquierda y a derecha cada una de las cuales forma una “L” con las paredes laterales.
Me acerqué un poco hacia la derecha y vi otra vez obras de Vargas Llosa, García Márquez, Camilo José Cela, Pérez Reverte, etc.
Y desde ahí, mirando al fondo del corredor que da a la puerta de entrada a la casa de Miguel Polaino, constato de nuevo cómo ese pasadizo está completamente cubierto de volúmenes. De manera que muy poca superficie de los testeros queda libre para colgar algún cuadro, si bien una gran fotografía en blanco y negro de un joven Vargas Llosa sí encuentra lugar para apoyarse en el suelo junto a un gran sofá blanco de piel.
También observo una litografía de Miró junto a un cómodo sillón blanco parte de cuyo asiento lo cubren varios ejemplares de una de las mejores colecciones privadas de libros de Sevilla. Hay cajas de cartón que dejan asomar algunos libros, se encuentran semi abiertas en esta zona de la sala y dan una idea de la ausencia de espacio para alojar más libros en esas delgadas baldas blancas.
Esa esquina de una estantería en el frontal izquierdo del salón perpendicular a la librería del pasillo ofrece una perspectiva perfecta para tomar una foto con ese majestuoso fondo detrás dibujado con libros rojos, blancos, amarillos, verdes, celestes, color crema, multicolores al fin.
Caminando por la galería descubro a la derecha un despacho con un busto de acero de Rubén Darío tan expresivo que parece hacer hablar al poeta desde su pedestal, sobre un escritorio inglés cargado de ejemplares de obras de derecho y literatura.
A su vez, esta mesa está rodeada de nuevas bibliotecas cubiertas de obras de poesía, narrativa y teatro: Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Pablo Neruda, Blasco Ibáñez, Casona, Lope de Vega, Calderón de la Barca. Y estando yo concentrado en ese momento de quietud me pareció ver a alguien más en el estudio. A mi izquierda apareció el profesor Miguel Polaino, que me dijo:
-¡Hombre, Luis! ¿Qué tal? - Con una amplia sonrisa.
-¿Cómo estás, Miguel? – Dije yo algo sobresaltado pues no esperaba la presencia de mi amigo en ese instante.
-Mira, aquí estaba limpiando un poco los tomos del Quijote de la edición de Ibarra – Los examiné y constaté que datan de 1.780, con grabados y algún mapa.
-¡Imagino que tendrás bien protegidos tus libros más valiosos!
-Pues mira, precisamente aquí estaba colocando la primera edición de “La realidad y el deseo” de Cernuda, que la tengo junto a la del Romancero Gitano de Lorca – Manifestó orgullosamente mi amigo bibliófilo.
Miguel Polaino tiene aquí más de 12.000 libros que no sabe ya donde poner. La literatura y el derecho, las letras y la justicia, de este vicedecano y maestro de la ciencia del derecho penal, que asegura a menudo saber dónde está cada libro de su propiedad.
Vuelvo de nuevo al salón con él y antes de dejarme invitar a un buen vino Malbec de Mendoza, comenzamos a charlar sobre Mario Vargas Llosa, mi escritor favorito, y la violenta disputa que tuvo con su amigo Gabriel García Márquez. Una pena, con lo bien que se llevaban ellos dos y sus esposas ¿Qué pasaría? ¿Realmente es cierto lo que desvela Jaime Bayly en Los genios?
Miguel se desplaza hacia el fondo del salón y comienza a exhibir más libros desde las cajas de cartón colocándolos a continuación en esas paredes tapizadas de ejemplares procedentes de los genios de la literatura.
Miguel vive en un museo de libros, de libros nuevos y antiguos, de prosa y poesía, de dramas y tragedias, de comedias y ensayos, de lo divino y de lo humano.