Por estas fechas recuerdo con frecuencia mis estancias en Lisboa en época veraniega. Quizás porque hoy a primera hora he tratado con un cliente un caso que posiblemente voy a llevar en Portugal gracias a la recomendación de éste, cuando he llegado hoy a la Facultad de Derecho me ha venido a la memoria la Avenida da Liberdade como si fuera paseando por ella a media mañana por sus aceras empedradas distrayéndome con los escaparates de las elegantes tiendas de esa noble zona de la ciudad.
Al inicio del verano, tengo la costumbre de viajar a la capital portuguesa si bien también he visitado a veces Oporto o Coimbra. Durante el año, muchos fines de semana me acerco al Algarve. Sí, tengo que confesarlo, me gustan el trato y la educación de nuestros vecinos, su gastronomía, sus vinos, sus bellos paisajes, sus inmensas playas, su paz.
Pero hoy he recordado esa mañana en la que volvía después de un buen tiempo a Lisboa por motivos de trabajo, caminaba con mi colega lisboeta Ricardo para almorzar temprano antes de visitar en la cárcel vieja a un español. Desde una planta alta del Sheraton había divisado con los primeros albores la Plaza Marqués de Pombal y el Parque Eduardo VII. Volvía a la capital tras mi primera vez cuando viajé en coche y me quedé enamorado de Lisboa no pudiendo olvidar los edificios blancos con los tejados rojos desde el Castillo de San Jorge, a la izquierda el Tajo.
Comer en la primera planta de Solar dos Presuntos degustando una buena dorada salvaje regada con un blanco muy frío en un ambiente típicamente lisboeta y con la interesante conversación de mi colega y amigo, nos preparó para acercarnos a la prisión junto a los rectangulares edificios de corte contemporáneo que albergan el Palacio de Justicia.
Por fin, bajamos a lo que parecían unas mazmorras y vimos a nuestro cliente. Por la noche, desde la planta 24 del hotel y su gran cristalera desde donde divisaba el Puente 25 de Abril saboreando un vino oporto recordaba a mi familia en esos momentos en la costa malagueña.
Son muchos años yendo a Lisboa para visitar la cafetería Brasileira en el Barrio Alto imaginando a Pessoa en una de sus mesas, ascendiendo después a la terraza con vistas al Tajo en el hotel de enfrente viendo el anochecer mientras oíamos alrededor extractos de conversaciones en otros idiomas.
Recuerdo esas tardes de jazz y bossa nova en directo en el gran salón del Tívoli contemplando el ambiente cosmopolita tras un sorbo a un gin tonic helado. Y después subíamos a la majestuosa azotea del hotel contemplando la mejor vista panorámica de la capital oyendo a mis hijos decir que parecía que estábamos en una película al verse rodeados de chicas glamourosas y muchachos que presumían de acompañarlas o intentaban cortejarlas, ya en una noche que sería larga y casi inacabable.
Igualmente, recuerdo aquella primera vez con mis hijos y mi esposa con vistas a un gran acueducto cuando corría por las mañanas en Monsanto, bajábamos a la Plaza del Comercio, comíamos en un restaurante portugués en la última planta del Corte Inglés saboreando un exquisito cocido o una apetitosa perdiz en salsa divisando el parque, el Hotel Four Seasons y un inmenso cielo celeste sin nubes.
Las hermosas bibliotecas del Gremio Literario, Chiado, Alcántara y sus palacios y embajadas, la Plaza del Rocío, y la nueva zona de la exposición universal con el Acuario.
Me encuentro muy cómodo cuando salgo a correr temprano por la avenida de la Libertad y voy ascendiendo paulatinamente a la parte más alta del parque para poder vislumbrar desde allí una de las vistas más bonitas de Lisboa con el azul de fondo y las vistas de una ciudad soñada. Hay algo en Lisboa que me acoge y me hace volver.