El modus operandi tiene algo de película de suspense. El malhechor selecciona a las víctimas más débiles: aquellas personalidades públicas en primera fila de la actualidad que han dejado un flanco al descubierto, el de las redes sociales. El usurpador abre una cuenta haciéndose pasar por el legítimo propietario de la cartera. Deja pasar unos días alimentándola con tuits inocuos, si bien en un castellano un tanto macarrónico. Y entonces, golpea, dejando un cadáver... tan falso como todo lo demás.
Ha sucedido en la mañana del lunes, cuando una cuenta de Twitter presuntamente abierta días antes por Luis de Guindos, a manera de celebrar su confirmación para una segunda legislatura al frente del ministerio de Economía, soltaba la bomba: la muerte de Mario Draghi, presidente del BCE. URGENTE. Falleció hace minutos por infarto el Presidente del BCE Mario Draghi. Estoy triste y sin palabras. - rezaba el mensaje.
Naturalmente, la noticia hubiera provocado un desplome en las bolsas y una tormenta política de haber cundido el bulo. Pero el exiguo número de retuits indica que la mentira tuvo las piernas cortas. De hecho, pese a que la cuenta había sumado un número importante de seguidores entre los que se contaban políticos - incluyendo a los rivales: Izquierda Unida había dado la bienvenida al presunto ministro con recortes de prensa sobre el rescate bancario - y periodistas, ninguno mordió el anzuelo. Luis Garicano, asesor económico de Ciudadanos, lo denunciaba como un embuste casi al instante.
Lo cierto es que se estaba reproduciendo un escenario idéntico al de hace apenas un mes, cuando una cuenta recién abierta por, supuestamente, la ministra de Empleo en funciones Fátima Báñez anunciaba la muerte por infarto de José María Aznar. El mensaje se repitió en inglés para intentar darle una mayor difusión. Pero en aquella ocasión el fake, como se denomina a los engaños y montajes deliberados en la Red, tampoco cuajaba, y al poco tiempo el falsario se desenmascaraba a sí mismo antes de que la cuenta desapareciera: Tommaso DeBenedetti.
¿Quién es DeBenedetti y qué pretende conseguir con estos bulos? La primera pregunta tiene una respuesta sencilla, la segunda, no tanto. Este periodista nacido en Roma en 1969 pretende pasar a la historia por algo que cualquier otro profesional evitaría como la peste: quiere ser un gran mentiroso, como Stephen Glass, el reportero estrella de The New Republic que inspiró la película El precio de la verdad y que, al descubrirse que se inventó la mitad de sus trabajos, se definió a sí mismo como "fabulista".
El globo de DeBenedetti pinchó en 2010, cuando se descubrió que su impresionante cartera de entrevistas, que incluían al Dalai Lama, al expresidente soviético Mijaíl Gorbachov o al cardenal Joseph Ratzinger justo antes del cónclave que lo elevaría a Papa era puras invenciones. Fue el escritor Philip Roth quien destapó inadvertidamente el engaño, cuando una periodista estadounidense le preguntó por la confesión de su pérdida de fe en Obama que presuntamente había hecho al italiano: Roth, perplejo, aclaró que jamás había hablado con él.
Su desenmascaramiento no abochornó en lo más mínimo a DeBenedetti. Entrevistado por El País, afirmaba que los medios que compraron sus entrevistas participaron del engaño porque les convenía. "Mi carrera en los diarios quizá ha terminado, pero mi trabajo no. Crearé una página web donde colgaré nuevos falsos. Creo que es un género nuevo y me gustaría publicar la colección en un libro".
En los últimos años DeBenedetti parece haber atenuado sus ambiciones: ha pasado de un libro de falsas entrevistas a figuras mundiales a cuentas falsas de Twitter de políticos españoles. Su único objetivo es el de intentar provocar impacto y estampar su firma en la fechoría; sin embargo, hay que insistir en que, de llegar a prosperar el engaño sobre Draghi, de haberse difundido si quiera la duda sobre su muerte, los efectos sobre las bolsas hubieran sido verídicos.
¿Por qué sigue campando a sus anchas?
El ministerio de Economía, Industria y Competitividad se apresuraba a desmentir en una nota oficial que Luis de Guindos poseyera cuenta de Twitter alguna, y el falso perfil desaparecía en las horas siguientes. La pregunta que viene a la mente es por qué se toleró entonces la existencia de la suplantación durante días.
El incidente viene precedido de uno menos macabro: la aparición de una presunta cuenta de Álvaro Nadal, ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital - el hecho de que un cargo con esta última atribución no tenga cuenta de Twitter es algo que ha dado que hablar. Ocurrió durante el puente de Todos los Santos, mientras Rajoy deliberaba su nuevo Gabinete: el presunto Nadal aceptaba el cargo de ministro de Economía. La retirada de la cuenta usurpadora fue tan fulgurante que a DeBenedetti no le dio tiempo de reivindicar la trastada, aunque la mano tras el tuit comparte su vacilante castellano.
En el caso de la cuenta falsa de Fátima Báñez, el ministerio de Empleo confirmó a EL ESPAÑOL que habían solicitado su retirada a Twitter. Pero la red social lo sometió a su propio proceso de reporte de abuso, de ahí la latencia en responder. El organismo se reservaba la posibilidad de emprender acciones legales contra DeBenedetti, pero al mismo tiempo, confesaban estas fuentes, temían que fuera contraproducente, al darle al italiano la notoriedad que busca.
Otra opción que tienen los ministros, aunque prefieran comunicarse indirectamente a través de las cuentas oficiales de sus ministerios, es la de crearse un perfil oficial verificado, un mecanismo creado expresamente para evitar suplantaciones. Aunque tuiteen poco, borrarían cualquier suspicacia de un vistazo sobre la legitimidad de quién está hablando. De lo contrario, los embaucadores como Tommaso DeBenedetti seguirá libres de gastar sus bromas, hasta el día en el que alguna cuele.