Para ponernos en contexto procede imaginar una película con la imagen granulosa de los años ochenta. En un despacho iluminado a media luz por las persianas de rejilla en el que flotan partículas de polvo, un comisario bigotudo en mangas de camisa y tirantes vocifera: "¡Aquí hacemos las cosas de acuerdo a las normas! ¡Entrégame tu placa y tu pistola!" Y nuestro protagonista, al que inevitablemente imaginamos con gafas de aviador y más denim encima de lo recomendable, responde despectivo: "¿Normas? Es hora de hacer justicia".
Esta pequeña digresión viene a ilustrar la situación vivida con la cuenta oficial de Twitter de la Guardia Civil en la noche del lunes. Se trata de una herramienta de comunicación oficial del cuerpo que se atiene a reglas estrictas. Siguiendo el tono que ya marcó la de la Policía Nacional y que le otorgó notoriedad internacional, usa un lenguaje cercano y familiar con guiños de toda clase como memes, gifs y chistes que en ocasiones son terriblemente malos.
Así, hace una labor divulgativa, ya sea a la hora de difundir alertas criminales o de personas desaparecidas, dar indicaciones de seguridad vial, prevenir sobre estafas y bulos, aconsejar sobre cómo denunciar la violencia machista o sencillamente promover virtudes cívicas de buena convivencia. Este paternalismo de buen tono es el que el cuerpo aplica al acoso online: ante los insultos, como la propia cuenta recomienda, el protocolo es de ignorar al troll o proceder al bloquearle.
Sucede, sin embargo, que la Guardia Civil es un objetivo claro para los acosadores. Si ya en determinadas localidades de España ser guardia civil implica enfrentarse al rechazo y la violencia de parte de la población, en las redes sociales, espoleados por la sensación de impunidad, los insultos que tienen por objetivo al cuerpo son constantes. La norma, salvo en casos específicos como en las injurias a víctimas del terrorismo, es la de aguantar el chaparrón e ignorar o bloquear al agresor.
Curiosamente, el que tiene el dudoso honor de haber acabado con la paciencia del gestor tras la red de la Guardia Civil no lo ha hecho por política o con intención criminal. Se trata de un tuitero fascinado por el Imperio Romano que respondía al nombre de Ricardus Augustus y que, según el rastro que ha dejado en redes, quería "famita". Hablamos en pretérito porque, tras la réplica del cuerpo a su invitación obscena en la que la Benemérita ponía en duda sus atributos, el troll decidía que sus cinco minutos de fama eran más de lo que podía soportar y borraba su cuenta.
El elegante zasca que ha encandilado a la Red no deja de ser una salida de tono en una línea de trabajo que promueve en sus interacciones la moderación del lenguaje y el evitar caer en provocaciones. La cuenta de la Guardia Civil se ha convertido en voz del cuerpo para la ciudadanía, una de sus más efectivas formas de comunicación. También para la prensa: en ocasiones, han modificado sus mensajes de acuerdo a toques de atención, en otros, son ellos los que han reconvenido a los medios.
No todas la interacciones espontáneas de los miembros del cuerpo son vistas con la misma benevolencia. Varios miembros de la Unidad de Seguridad Ciudadana de la Comandancia de la Guardia Civil de Pamplona están siendo investigados por subir un vídeo en el que bromeaban con preparar una fabada con distintas drogas de un alijo incautado.