Uno de los imponderables para los que leen a Arturo Pérez-Reverte tanto en la página impresa como en la digital es el siguiente: ¿Por qué sigue en Twitter, si es una red social que objetivamente desprecia? Bien es cierto que el académico y novelista usa su cuenta para dos causas que le son gratas: la protección de los perros y las consultas ortográficas, que atiende con variable paciencia. Pero, ¿qué gana al meterse de cabeza en jaranas tuiteras con textos pensados para prender la mecha, como aquél en el que presumía de mosconeo a Christina Hendricks, "ya saben, la de las tetas grandes"?
Uno creería que Pérez-Reverte tiene mejores cosas que hacer que enzarzarse en peleas a golpe de tuit. Él mismo lo confirma. Entrevistado en Papel el enero pasado, el autor reflexionaba sobre el "peligro de las redes. "No permiten distinguir el oro de la basura. Y mucha gente en Internet se guía no por la fuente sólida sino el tuit efectista o el titular facilón. Es gravísimo". También lamentaba que la red del pajarito azul estuviera infiltrada por "niñatos".
La escritura provocativa y los intercambios subidos de tono, sin embargo, no responden a un prúrito cipotudo del que no puede tocar una red social si no es para discutir con alguien. Se trata de una estrategia cognitiva, epistemológica incluso, según revela Pérez-Reverte en su última columna en XL Semanal que reproduce en su sitio Zenda. Para describir su técnica, sin embargo, recurre a un símil de sabor rústico, al nivel de la simpleza que atribuye a sus detractores.
Se trata de Ay, cordera (que te llevo p'a la era), inmortalizada en los 70 por La Charanga del Tío Honorio. Concretamente, su inolvidable estribillo: Pasamos muy buenos ratos, echando pan a los patos / pasamos muy buenos ratos, echando pan a los patos / y cuanto mas pan echamos, mejor el rato pasamos.
Efectivamente, Arturo Pérez-Reverte pasa muy buenos ratos echando el pan de la polémica a los 'patosos' de Twitter. Lo hace con un objetivo, mantenerse "en contacto con la irrealidad del mundo real". Al exponerse como centro de las controversias, el autor se convierte en un explorador del "retrato disparatado, caricatura grotesca del ser humano" construido "con la osadía de su ignorancia, la arrogancia de su vanidad o lo turbio de su infamia" en "un mundo virtual que nada tiene que ver con el real". Reverte alerta que este discursos pretende "imponerse, inquisitorial, sobre el sentido común y la inteligencia".
"Basta asomarse a Internet y ver cómo allí se deforman y manipulan, sin el menor pudor ni consideración, toda clase de ideas y conceptos, incluso los más nobles" - denuncia Reverte citando causas como los derechos de los animales, el feminismo o la lucha contra el racismo. "Se ven constantemente envilecidos por aquellos que, paradójicamente, a veces con más voluntad y fanatismo que preparación real o dotes intelectuales, los desacreditan al proclamarse, sin otro título que la propia voluntad o capricho, sus defensores a ultranza".
Precisamente ahí está el problema: la masificación del mensaje nivela los "filtros naturales basados en formación, educación y, por supuesto, talento personal o capacidad expresiva" y otorga la misma preeminencia a "un opinador" que "es una mula de varas, un demagogo perverso o un imbécil que grita fuerte". De ahí la necesidad, argumenta el autor, de "arrojar piedras al estanque y ver cómo se expanden las ondas". De este modo, vigilante, puede medir el impacto del discurso único.
Echar pan a los patos, como dije alguna vez, y observar cómo actúan. Ser uno mismo pato de infantería, nadando entre todos, mientras observo a quienes mantienen serenos la cordura y flotan inteligentes entre el cuac-cuac, y a los que, enloquecidos, se abalanzan sobre las migas proclamando su hambre, su ignorancia, su mediocridad y en ocasiones su puerca vileza.
Ese es el motivo por el que Pérez-Reverte sigue en Twitter, cuando su trabajo "en la biblioteca, el mar y escribiendo novelas" le resultan mucho más gratificantes. Es un cordón umbilical con el que mantenerse en contacto con el mundo moderno, por desagradable que le resulte. "Con la lucidez suficiente para no amarlo y con el afecto necesario para no despreciarlo" - apunta. "Y también con eso escribo novelas".
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