Casi todos los objetos pueden tener una segunda vida dependiendo de los ojos con los que se miren. Aquello que para la mayoría acabará en la basura, para otros más creativos puede llegar a convertirse en toda una obra de arte.
Esta mirada privilegiada es la que tiene la artista estadounidense Alexandra Dillon. Afincada en Los Ángeles, ella recoge pinceles desgastados, utensilios de cocina, herramientas y otros objetos de la vida cotidiana para otorgarles un rostro y una personalidad.
Es decir, todo es susceptible de llegar a ser un lienzo en blanco y servir de soporte para un retrato de alguien que solo existió en la mente de Dillon. “Mis personajes llegan a mí de la misma manera que llegan a un novelista: se forman a sí mismos a través del proceso creativo y me dicen quiénes son”, explica la artista en su página web.
La mayoría de sus obras se valen de los pinceles usados que otros artistas le donan a Dillon. Asegura que su inspiración surge de la Grecia y la Roma clásicas, así como de los maestros antiguos de la pintura, pero su arte está abierto a todo lo que se le pase por la cabeza.
“Cada cara es única, no es una copia”, señala, añadiendo que “estas pequeñas y divertidas pinturas tienen el encanto de los espejos de mano, que reflejan nuestro ser más profundo”. Para ella, pintar caras tiernas en herramientas duras, como hachas y cuchillos, retrata nuestra humanidad.
Dillon insiste en que “cada uno de mis personajes tiene un conjunto de sueños, decepciones, psicología y equipaje. En otras palabras, ellos son nosotros”. Así que nada mejor que juzgar por nosotros mismos y ver parte de la obra de esta artista. A lo mejor, hasta nos vemos retratados.