“Al oeste en Philadelphia crecía y vivía sin hacer mucho caso a la policía”. Esas eran las palabras con las que arrancaba El príncipe de Bel-Air, uno de los pilares seriéfilos de muchas infancias noventeras, que crecieron entre los gruñidos del Tío Phil, los bailes de Carlton y las míticas respuestas del mayordomo Geoffrey. La serie sirvió, además para catapultar a la fama mundial a Will Smith.
Gracias a esa serie se convirtió en una de las grandes estrellas del planeta: película que hacía, película que lo reventaba, disco que lanzaba, disco que se convertía en oro. La estrella de Smith se ha ido apagando -o más bien atenuando, ya nos gustaría a los mortales tener una centésima parte del tirón que tiene él-, por lo que parece que en los últimos meses ha urdido una nueva estrategia: ser youtuber.
Un caso extraño: mientras que la mayoría de estrellas de la red tratan de dar el salto a los medios tradicionales, Smith lo está intentando hacer al revés, y realmente tiene bien tomado el pulso a las redes sociales y en apenas unos meses ha conseguido varios hits, como cuando cantó La Bamba o su reggaeton.
De estar arruinado a ser una estrella mundial
En su último video-blog ha querido explicar con pelos y señales cómo fue el proceso que lo llevó a protagonizar el Príncipe de Bel-Air y a convertirse en uno de los artistas mejor pagados en cine y música.
“Antes de tener problemas con el Tío Phil tenía problemas con el Tío Sam”, comienza. Y es que antes de saltar a la televisión, Smith ya era un rapero famoso -conocido como The Fresh Prince, que daría parte del título original a la serie. The Fresh Prince of Bel-Air-, sin embargo cometió un enorme error: no pagar impuestos.
Entre que su segundo disco fue un fracaso y la visita de Hacienda, se arruinó. “Ser famoso y estar arruinado es una combinación de mierda, porque la gente te sigue reconociendo, pero te reconoce mientras estás en el autobús, y te pide que le firmes cosas como un bebé”, explica.
Tras meses sin hacer nada y vagabundear por casa, su novia le animó a que fuera al Show de Arsenio Hall, un late night de la época. A Smith no le hacía mucha gracia, pero ante la presión de su novia, lo hizo. Y le cambió la vida. “Allí conocí a Benny Medina, el auténtico príncipe de Bel-Air, solo que en vez de ir de Filadelfia a Beberly Hill lo hizo desde Watts. El mismo concepto, mucha menos distancia”. Medina le propuso el concepto de la serie. “Yo estaba en plan ‘bueno, yo no soy actor’”, pero Medina le animó a ir a conocer al productor Quincy Jones.
El casting más loco de todos los tiempos
Fueron a una fiesta del productor, quien le dio diez minutos para estudiar el guión de un piloto rechazado mientras él despejaba los muebles para improvisar un casting. Smith pidió más tiempo, pero Jones le dijo que en la fiesta había un ejecutivo de la NBC, Brandon Tartikoff y que era ahora o nunca. Smith accedió.
Al acabar, Jones le preguntó a Tartikoff si le había gustado. Casi no había acabado de decir que sí y Jones ya estaba dando órdenes a todos los abogados presentes en esa fiesta para que se pusieran a redactar un contrato al grito de “no parálisis por análisis”. “Por si no ha quedado claro por la historia, Jones había bebido un poco esa noche. Firmamos, nos sacamos una foto y tres semanas después estábamos grabando el piloto… y esta es la historia de cómo me convertí en El príncipe de Bel-Air”.
“La moraleja de la historia es: di siempre que sí y, supongo, escucha a tu novia”.