A las 5.30 de la mañana del 6 de junio de 1944 comenzó a clarear frente a las playas del norte de Francia. Los centinelas nazis vieron, entonces, que estaban a punto de enfrentarse a la mayor operación anfibia de la historia. Cerca de 6000 barcos aliados ocupaban el canal y se disponían a asaltar la costa normanda. Durante la noche, casi 7.000 paracaidistas se habían situado tras las líneas enemigas. Los barcos y la aviación aliada comenzó a bombardear las defensas germanas, y a las 6.30 comenzó el desembarco.
En Berghof, la residencia de verano del Fürher, Hitler dormía y nadie se atrevía a despertarle.
Que los aliados planeaban un desembarco en la costa atlántica no era nada nuevo para los alemanes, si bien no sabían ni cuándo ni dónde tendría lugar. La inteligencia británica realizó una enorme operación de contrainformación -la Operación Fortitude, en la que tuvo un enorme protagonismo un agente catalán, Joan Pujol, alias Garbo- que logró convencer a la inteligencia alemana de que el desembarco tendría lugar en la costa de Calais, con operaciones de distracción en Noruega y Normandía.
Los nazis llevaban desde 1942 preparándose para un posible asalto. El Muro Atlántico consistía en una serie de fortificaciones que recorrían la costa desde el norte de Noruega hasta la frontera francoespañola. A partir de 1944, este muro pasaría a estar dirigido por el mariscal de campo Erwin Rommel.
Rommel, Hitler y los panzers de la discordia
Lo que Rommel encontró no le gustó demasiado. Buena parte de las fuerzas del norte de Francia se habían redestinado al frente soviético, con lo que estos eran o nuevos reclutas o soldados que se habían acomodado en los tranquilos pueblos franceses, mientras que la Royal Air Force había reducido la Luftwaffe a una mera presencia espiritual.
Rommel creía que la batalla se decidiría en las playas, y que si los aliados lograban tomarlas sería extremadamente difícil expulsarlo, por lo que minó las playas y planificó un contraataque inmediato. O intentó planificarlo, aquí es donde Hitler, su forma de jerarquizar el mando y sus hábitos de sueño dieron con todo al traste.
A Hitler nunca le gustó que sus subordinados tuvieran mucho poder, por eso una de sus prácticas habituales eran darles responsabilidades que se solapasen, de forma que estuvieran demasiado ocupados peleando entre ello como para enfrentarse a él, que además se reservaba la figura de juez.
Rommel quería situar la reserva de tanques cerca de la costa -justo en el límite del alcance de la artillería aliada- para poder ejecutar este contraataque rápido. Sin embargo, aquí entró en conflicto con Comandante en Jefe del Ejército Occidental, Gerd von Rundstedt, quien quería la reserva en París, desde donde se desplazaría al sector más amenazado. Rommel creía que la superioridad aérea aliada haría imposible el desplazamiento sin dejar expuesta la columna a los bombarderos enemigos.
Cuando llevaron el conflicto a Hitler, este tomó una decisión salomónica: entregó tres divisiones a Rommel y el resto -la mayoría- en París, pero con la orden de que no podrían moverse sin su orden personal. Solo una de las tres divisiones se envió a Normandía, donde la inteligencia alemana pensaba que solo tendrían lugar operaciones de distracción.
El caos del día D
El desembarco aliado fue un caos. Las unidades aerotransportadas que saltaron tras las líneas enemigas durante la noche quedaron excesivamente dispersas, ya que solo uno de los cinco puntos de aterrizaje fueron adecuadamente marcados. Aunque un puñado de unidades lograron organizarse y tomar algunos puntos claves como puentes, cruces, puestos de comunicación y artillería, la mayoría fueron masacradas por las defensas alemanas.
En la playa las cosas tampoco iban mucho mejor. Las tropas británicas avanzaban en las playas Gold, Juno y Sword, pero las defensas alemanas resistían en Omaha, mientras que las tropas americanas que debían tomar la playa Utah directamente desembarcaron en la playa equivocada -aunque finalmente resultó ser un objetivo más asequible que el original una vez se reorganizaron bajo las órdenes General Theodore Roosvelt Jr, hijo del presidente americano entre 1901 y 1909-.
Rommel había aprovechado unos días en los que se anunciaba mal tempo para viajar a Berlín por el cumpleaños de su mujer y volvía a Francia a toda velocidad. Gerd von Rundstedt ordenó a la reserva de Panzers que se desplazase a Caen para enfrentarse al avance británico. Pero para poder mover los tanques necesitaba la orden del Führer.
Pero Hitler dormía y nadie se atrevía a despertarle.
La noche anterior
A pesar que desde mayo se esperaba un ataque aliado, Hitler y buena parte de su camarilla -que incluía a Joseph Goebbels- se trasladó a su residencia de verano, al sur de Alemania. El ambiente era tranquilo y relajado. El Fürher seguía su rutina habitual, y solía acostarse tarde, hacia las tres o las cuatro de la mañana. Veía películas con un círculo íntimo, discutían sobre el futuro de Europa y muy habitualmente Hitler daba largas charlas sobre lo divino y lo humano sin que nadie se atreviera a retirarse hasta que él la diera por acabada.
La noche del 5 de junio transcurrió como la mayoría. Goebbels se retiró a sus aposentos alrededor de las dos de la mañana, cuando comenzaban a llegar informes de actividad aliada en Normandía, pero nadie avisa al líder. El Fürher se retiró sobre las tres de la madrugada sin tener ni idea de que el Día D ha comenzado.
A las 6 de la madrugada los alemanes ya tenían bastante claro que se encontraban ante un ataque importante, pero Hitler había insistido en que el primer ataque sería un cebo obligarles a alejar sus fuerzas del objetivo real. Eso, junto al éxito de la Operación Fortitude que había hecho creer a los alemanes que el objetivo era Calais, hicieron que ninguno de sus asistentes se atreviera a interrumpir el sueño de Hitler con la noticia de lo que podía acabar siendo un simple ataque de distracción.
Hitler dormía y nadie se atrevía a despertarle.
Buenos días, princesa
No emergió de sus aposentos hasta pasadas las 12 del mediodía y fue informado de lo que ocurría en Francia. Al contrario de lo que esperaban sus colaboradores, Hitler no entró en cólera, al contrario, parecía aliviado. Según el historiador Stephen Ambrose, exclamó "las noticias no podían ser mejores".
Pero, además, Hitler no dio la orden inmediata de que partieran los tanques. Eso no lo hizo hasta las 4 de la tarde. Para entonces, el cielo se había despejado dejando a la columna de blindados expuesta a ataques aéreos, por lo que pasaron buena parte del día escondidos en un bosque esperando al anochecer. Mientras tanto, las defensas normandas se derrumbaban, incluso en Omaha. Los tanques tardarían dos días y una noche en unirse a la batalla. Cuando el sol se puso el 6 de junio de 1944, 156.000 aliados habían logrado controlar las playas.
La batalla de Normandía duró casi un mes, el Día D fue solo el principio. Pero fue un día clave en la que la presencia aliada en Francia era especialmente vulnerable y desorganizado. ¿Qué habría ocurrido si esos tanques hubieran llegado antes?