Fueron 238.671 niños y niñas los que hicieron su Primera Comunión en el año 2016, según los últimos datos actualizados de la Conferencia Episcopal Española. Lo que desde siempre ha sido uno de los sacramentos de la Iglesia Católica que marcaba el inicio de un modo más autónomo de vivir la religión -en el Bautizo son otros los que deciden por nosotros por cuestiones de edad, más que nada-, se ha convertido de un tiempo a esta parte en una celebración desmesurada que mueve millones de euros en nuestro país.
La Unión de Consumidores de Andalucía lleva años analizando el gasto de las familias en torno a estos eventos, que han trascendido lo religioso para convertirse en una cita social, y emite cada año un informe desglosando el coste de todos los servicios que entran en juego en una celebración de estas características. El resultado es del todo llamativo: de los 2.488 euros de una Comunión modesta hasta los 8.431 euros que pueden llegar a costar las más caras.
¿En qué momento hemos dejado a un lado el chocolate con churros con la familia para zambullirnos en esta especie de mini bodas? El mediático juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, ya advirtió sobre esto desde su blog, asegurando que "se nos está yendo la pinza" y pidiendo a los padres que "dejemos algo para cuando se casen". Mayo y junio con los meses de comuniones por excelencia y somos muchos los que hemos sido invitados a alguna que, por muy sencilla que sea, no se parece en nada a las nuestras. Cómo hemos cambiado.
Un banquete por todo lo alto
No es difícil rememorar el día de nuestra Primera Comunión porque sí es cierto que es un momento que suele quedarse grabado (no sabemos si por el significado en sí o por la foto ridícula que tiene todavía tu abuela en la mesa camilla). Algunos la hacían directamente en el colegio de uniforme y después se tomaban una merendola con los compañeros, otros apostaban por celebrarla en algún club recreativo con unas chucherías y había quien podía celebrarla en su casa, con algunos amigos y familiares.
Ahora el tema que se lleva es montar un banquete con el cubierto a 100 euros por adulto. Que hay bodas que salen más baratas, por el amor de Dios. Pues venga marisco y venga jamón, como si a los niños les importase demasiado no comer un poco de pizza y hamburguesa o no tener un candy bar que ni el mejor de los instagramers.
Vestidos de película (de terror)
Recuerdo que para mi madre la condición innegociable cuando fuimos a por mi vestido de Comunión (porque el de mi hermana no me entraba que, si no, de heredar no me libraba nadie) era que fuese sencillo. Ni puntillas imposibles, ni cosas en la cabeza, ni complementos rococós.
Ahora, amigas y amigos, es más bien lo contrario. Los niños ya no van de marineros, van de Almirantes en Jefe de la Zona Marítima de su santo barrio, con más galones que el palco del desfile del Día de la Hispanidad. Y las niñas, ojo, la que no lleva su corona o su velo no es nadie. Sus guantes de rejilla blanca, sus zapatos (incluso con un poco de tacón), sus faldas con armazón... Si dentro de poco para ir al baño van a necesitar una de estas.
Peluquería y estética
Sí, habéis leído bien. En nuestra época si eras niño te tocaba que te hicieran la raya con tiralíneas y gomina para un regimiento y, si eras niña, que te lo atasen tirando lo máximo posible, en aquella especie de lifting que tan bien se le daba a las madres. "Es para que no se te suelte ni un pelo", decían. Tú sabías que cuando te lo quitases al irte a dormir el dolor de cabeza iba a ser épico.
Pues ahora peinarse en casa es de cutres. Hay que ir a la peluquería a que te pongan mona: recogidos, moldeados, alisados... Pero, y esto es lo que más me ha llamado la atención, en el caso de las niñas también se hacen las uñas. LAS UÑAS. Que, vamos, yo a su edad solía tener una capilla marrón debajo casi perpetua de jugar en el parque. Ahora no, se hacen la manicura francesa.
Invitaciones y recordatorios
Tampoco valen ahora aquellas míticas tarjetitas de papel que cubrías a boli con tu letrilla de cuaderno Rubio y repartías entre los amigos. Esas mismas con las que te tropiezas alguna de las veces que hurgas en los cajones de casa de tus padres. No. Ahora acudimos a un estudio de diseño gráfico para que nos hagan un muñequito a imagen y semejanza del niño o niña y después a la imprenta.
Los recordatorios, esa especie como de marcapáginas un poco más ancho que tenía motivos religiosos, ahora también llevan esa misma caricatura del protagonista o una foto del día impresa en el momento. Sí, eso está ocurriendo.
Animadores
En las fiestas infantiles de nuestra generación no necesitábamos nada más que libertad y espacio para pasar una tarde memorable. Pero ahora eso tampoco es suficiente. Los padres y madres contratan animadores, castillos hinchables, karaoke, discoteca móvil... Aquello de jugar con lo que te regalan es para viejos, el futuro es tener una especie de parque de atracciones para ti y tus colegas.
Regalos
Había tres regalos fundamentales en nuestra época: un crucifijo (que a algunos les acompañó hasta que empezó a apretarles la tráquea), un rosario (que nunca salió del cajón de tu mesilla) y un diario. Es curioso como todo el mundo daba por hecho que a partir de ese momento ibas a tener cosas importantes que escribir sobre tu vida. Pero ahí estaba, con candado y llave, esperando para ser testigo de mil aventuras. Eso sí, la fiebre de la crónica diaria nos duraba un mes a la mayoría (y ya tirando por lo alto).
Ahora, agárrense, lo que se estila es regalar un viaje a Disneyland París o Port Aventura. Que hay lunas de miel más modestas. Pero da igual, vamos a seguir con la tónica de decirles a nuestros hijos que ese es el nivel y de ahí no pueden bajar nunca aunque no tengan ni la suerte de ser mileuristas.
Fotografía y vídeo
En el tiempo de los móviles y la fotografía digital tampoco vale que tu primo el de Móstoles sea quien te saque las fotos y haga algunos vídeos. El book de las comuniones ya lo quisieran para sí muchas modelos. Fotógrafos y videógrafos profesionales se frotan las manos mientras las familias desembolsan lo que haga falta.
Porque, vamos a ver, ¿acaso no hemos contratado todo lo anterior para demostrarle al mundo lo mucho que queremos a nuestros hijos y la pasta que somos capaces de gastarnos por ellos? Pues si no pueden verlo los demás, redes sociales mediante, no vale de nada. El postureo es la única religión de esta era del Pinterest y el Instagram. Si no, ¿a qué vienen cosas como esta?
De hecho, solo hay que teclear en Google "créditos para comuniones" y llevarse una sorpresa. O no. Definitivamente nos hemos vuelto locos. Solo cabe esperar que en este tiempo de nostalgias volvamos al chocolate con churros o la horchata. A la bicicleta como regalo estrella. A los recordatorios en serie. A las invitaciones a boli y a los vestidos heredados. Dios nos oiga.