Ir al excusado en el siglo XXI es un no parar de lujos -a menos que te haya dado el apretón en un pub irlandés-. Tienes tu asiento, tu agua corriente, tu papel higiénico y tu móvil para leer este artículo y para pedir auxilio si te das cuenta demasiado tarde de la ausencia de papel. Y todo con ese bendito invento que es el agua corriente que se lleva lo mejor de ti bien lejos de forma higiénica, indolora y, sobre todo inodora. Pero muchos de esos inventos son recientes y somos unos privilegiados de poder disfrutarlos.
La Antigua Roma fue el punto álgido de la antigüedad, con obras de ingeniería como los acueductos y el alcantarillado que eran la envidia del mundo conocido. Incluso hoy, en una época en la que tenemos aviones y enviamos mensajes que cruzan el mundo en segundos, muchas personas siguen echando la vista atrás y ven en Roma como el momento de mayor brillantez de occidente. Así, solo nos queda una opción para comprobarlo: tratar de averiguar cómo era hacer tus necesidades en la Antigua Roma.
Hacer pis por la calle, algo demasiado común
El 24 de julio del año 79 DC quedó congelado en el tiempo en las ciudades de Pompeya y Herculano al quedar sepultadas por la erupción del Vesubio. Una calamidad para sus habitantes pero un tesoro para los arqueólogos, que pudieron encontrar perfectamente conservados algunos elementos de la ciudad en fantástico estado de conservación.
Entre ellos, algunas paredes en las que se podían ver numerosas señales pidiendo que no se defecase allí, algunos amenazando con sanciones y otros prometiendo el favor de los dioses a quienes aguantasen sus instintos y procediesen a aliviarlos en otro lugar. También se encontraron indicaciones que apuntan a que en las letrinas públicas solía haber bastante cola, como en las discotecas a altas horas de la madrugada.
Orina para limpiar la ropa
Si la necesidad te pillaba en casa, te tocaría ir a la habitación habilitada para tales menesteres, ponerte de cuclillas sobre un cuenco y dar salida libre a tus problemas internos. Cuando el cuenco estuviera lleno había dos posibilidades, según el lugar y la época en la que vivieras.
La primera, es bastante primitiva: tirarlo por la ventana, lo cual implica que si caminabas por la calle de noche convenía estar atento a las ventanas abiertas, por loque pudiera llover. Algunas ciudades tenían las calles diseñadas con esto en mente, con los laterales separados del centro con la idea de que el agua de la lluvia arrastrase los excrementos hacia las alcantarillas.
La otra opción era vaciarlos en unos contenedores habilitados a tal efecto y llamados vespasianos, en honor al emperador Tito Flavio Vespasiano, quien impuso un impuesto a la recogida de orina tras la guerra civil que siguió a la muerte de Nerón en el 69 DC. ¿Y para qué se recogía la orina? Pues para lavar la ropa, ya que el amoniaco y otras sustancias que contiene eran muy convenientes para los lavanderos romanos.
Si eres rico, enhorabuena: tu letrina privada está junto a la cocina
Si eras un romano con posibles, lo más probable es que tuvieras una letrina privada. Esto suena bien, más o menos parecido a lo actual... pero no. Para empezar -recordemos que los romanos no tenían ni idea de la existencia de las bacterias-, la letrina solía estar junto a la cocina, con todo lo asqueroso que eso suena, ya que se usaba también para tirar restos de comida.
Estas consistían en un asiento de madera o de piedra con un agujero y un desagüe. Sin embargo, este ni tenía agua corriente ni estaba conectado al alcantarillado, sino que todo iba a parar a un depósito que debía ser limpiado cada cierto tiempo por un pobre diablo -posiblemente un esclavo-. Aunque también había mercaderes que hacían negocio, limpiando letrinas y vendiendo luego lo recogido como fertilizante.
Las letrinas públicas, un lugar donde socializar
¡Pero si Roma construyó los acueductos! ¿No tenían agua corriente? Esta estaba limitada a palacios y, sí, los famosísimos baños públicos romanos -a pesar de lo cual no eran tan limpios como imagináis, de hecho Marco Aurelio ya fue muy crítico con su higiene-. Allí había letrinas que sí estaban situadas sobre un canal que se llevaba felizmente las deposiciones.
Entonces ¿parecido a lo que se hace hoy, no? ¡No! Las letrinas públicas eran un lugar para socializar, colocadas una junto a otra de forma que podían hablar mientras hacían sus cosas. Sí, vale, todos hemos hablado por Whatsapp desde el trono pero tu interlocutor no sabía qué estabas haciendo.
¿Y el papel higiénico?
Llegamos al final del viaje, una vez has lanzado el cohete toca el momento de limpiarse. El antecedente del papel higiénico apareció en China alrededor del siglo II AC, pero no llegaría a occidente hasta el siglo XVI. Así que... ¿cómo lo solucionaban los romanos?
Pues lo hacían con un tersorium, un nombre muy glamuroso para lo que en realidad es una esponja clavada en un palo. El mecanismo para limpiarse el trasero con tal instrumento no necesita mayor explicación. Una vez terminado, se dejaba la esponja en un cubo con agua salada y vinagre, donde esperaría a su siguiente usuario.
Muchos son los motivos para preferir cómo vamos al baño hoy en día, y el WiFi es lo de menos.