Que nos pasemos un cuarto de nuestro día (al menos) mirando la pantalla del móvil no es ninguna novedad. Hemos llegado a ese punto en el que echamos la mano al teléfono como un acto reflejo más aunque no tengamos notificaciones, aunque no haya sonado. Ya forma parte de nosotros, es una prolongación de nuestra mano.
Sin embargo, la verdadera prueba de fuego, el modo de saber si realmente somos tan dependientes del móvil como parece se nos presenta cuando acudimos a lugares donde tenemos que estar algún rato sin poder mirarlo: un avión, el cine, una reunión o una clase. ¿Aguantamos tranquilamente todo ese tiempo o acabamos a punto de tener una crisis de ansiedad?
Posiblemente no, y no nos damos cuenta de todo lo que nos perdemos. Quizás la carta que escribió el periodista, profesor y académico uruguayo, Leonardo Haberkorn, nos haga reflexionar. La firmó hace dos años, como renuncia a seguir dando clases en la Universidad ORT de Montevideo; pero estos días se ha hecho viral de nuevo por su cruda, real y conmovedora verdad.
"Hoy di clase por última vez"
En la misiva, el profesor confiesa que "me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla". Explica que mientras él hablaba de asuntos que le apasionaban, sus alumnos no podían "despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies".
"Claro, es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más", asegura, añadiendo que "no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen". Repasa además el profesor algunos ejemplos que demuestran que "cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado".
Explica Haberkorn que les llevó a sus alumnos la mítica entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri, dictador argentino en la crisis de Las Malvinas, y los puso en antecedentes: quiénes eran, qué ocurría, cuál era el contexto. "Todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación. Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe desparramado mirando su Facebook. Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables. Silencio. Silencio. Silencio. Ellos querían que terminara la clase. Yo también", finaliza la carta el profesor.