En 1841 había un alumno desconocido que llegaba puntual a cada clase de la facultad de Derecho en la Universidad Central de Madrid -la Complutense-. Nadie parecía conocerlo. No se relaciona, no habla, solo coge apuntes. El pelo corto, sombrero de copa, levita y capa. Algunos creen que es un provinciano y, otros, le toman por loco. Lo que nadie sospecha es que es una mujer, Concepción Arenal.
A los 21 años, esta intelectual gallega nacida en Ferrol se vistió de hombre para poder estudiar en la Universidad, una institución que, por aquel entonces, estaba cerrada para las mujeres. No pudo mantener su embuste durante mucho tiempo y el rector, al descubrirla, permitió que siguiese asistiendo a clases después de hacerle un examen que ella aprobó con nota. No era una mujer que se rindiera con facilidad.
Eso sí, el rector puso condiciones: alguien de su familia tenía que acompañarla a la puerta y un bedel la llevaba a un cuarto vacío donde la recogía el profesor de turno para llevarla a clase. En el aula no se podía sentar con sus compañeros y, al terminar, el bedel venía a por ella para llevarla al mismo cuarto donde esperaría al siguiente profesor. A pesar del embrollo que suponía, no falló a una clase hasta que se licenció en 1845.
“A la virtud, a una vida, a la ciencia”
Arenal hubiese cumplido el pasado 31 de enero 199 años. Este lunes, 4 de febrero, se conmemoran 126 desde su muerte en Vigo, en 1893. La enterraron en el cementerio vigués de Picacho, de donde exhumaron sus restos en 1912 para trasladarlos al por entonces nuevo camposanto, el de Pereiró. Eso sí, su bello epitafio siempre la acompañó: a la virtud, a una vida, a la ciencia.
Y es que quedarse solamente con la hazaña feminista de doña Concha en la facultad de Derecho sería sumamente injusto. Estamos ante una prolífica periodista y ensayista que tuvo tiempo también para ser la primera mujer visitadora de cárceles de nuestro país. Otro techo de cristal que se cargó con la fuerza de la palabra.
Antes de casarse en 1848 con el abogado y escritor Fernando García Carrasco -que fallecería nueve años después, víctima de a tuberculosis-, sacó del armario su traje de hombre para participar en tertulias literarias y políticas, colaborando también con el periódico La Iberia. Viuda y con dos hijos cambia Madrid por Potes, en Cantabria, y es ahí donde conoce la institución que cambiaría su vida: la Sociedad de San Vicente de Paúl.
La visitadora de cárceles
Arenal funda el grupo femenino de la institución en 1859 y se entrega a las labores humanitarias que inspirarían La beneficencia, la filantropía y la caridad, una obra que la convirtió, de nuevo, en la primera mujer premiada por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Al poco tiempo publicó Manual del visitador del pobre, el ensayo que le ayuda a recibir el título de visitadora de prisiones de mujeres, una actividad que realizó hasta 1865.
Esta faceta de doña Concha se llevó al cine de la mano de Laura Mañá, directora de La visitadora de cárceles, protagonizada por Blanca Portillo:
“Odia el delito y compadece al delincuente” es la frase que podría resumir sus principios. Siempre crítica con el sistema, no titubeó a la hora de afirmar que “las malas leyes hallarán siempre, y contribuirán a formar, hombres peores que ellas, encargados de ejecutarlas”. Además, como si le sobrase el tiempo, a Concepción Arenal también le debemos la fundación en 1872 de la Constructora Benéfica, una entidad que construía casas para los obreros.
Una pionera del feminismo
La primera de sus obras sobre los derechos femeninos es La mujer del porvenir (1869), donde critica las teorías que hablaban de la inferioridad del sexo femenino. Ella aboga por la educación de las mujeres; pero, eso sí, afirma que no están capacitadas para ejercer la autoridad, así que no les confiaría oficios como la política o el ejército.
“Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre”, afirmó Arenal. De los hombres diría que “tienen inclinaciones de sultán, reminiscencias de salvaje y pretensiones de sacerdote”. Por lo visto, doña Concha tenía para todos.