Un periodista tiene el deber de entrevistar hasta al Diablo, y así se lo hizo saber con su particular retranca Jordi Évole a quienes le criticaron por "blanquear" a Nicolás Maduro antes de ver la entrevista. Pero con Salvados cumplidamente visto, las lagunas con respecto a la situación de la oposición en Venezuela resultaron llamativas, y culminaron en un estrafalario artificio televisivo a cuenta de Juan Guaidó, presidente reconocido por la UE, que ofreció al líder chavista una salida más que grata.
En la misma línea, ningún periodista tiene la obligación de tomar bando en política, pero la equidistancia en este caso parte de una falacia que beneficia al relato de Maduro: que en Venezuela rige la normalidad democrática y todas las opciones tienen garantizada la representación y los derechos. Así, efectivamente, Évole disparó primero pidiendo explicaciones sobre los periodistas detenidos arbitrariamente, algo que su interlocutor achacó primero a "manipulación informativa" antes de asegurar que "un chequeo de 48 horas" en cautividad "también pasaría en España".
Y ahí quedó todo. Es cierto que Évole no conocía aún el escalofriante relato de Gonzalo Domínguez Loeda, reportero de EFE, de su paso por el Helicoide, la temida sede de los servicios secretos bolivarianos. Pero sí estaba al corriente del siniestro caso de la muerte del opositor Fernando Albán Salazar, que cayó de un décimo piso estando cautivo. Évole, echando mano incluso del decano de la izquierda José Mugica, actuó de primeras como un Pepito Grillo asustado por la "violencia" en genérico que trataba de convencer a Maduro de que lo mejor era marcharse por su propia integridad y la de los demás. Insinuó incluso que podía acabar como "Gadafi".
El mordiente del "follonero" no asomó hasta que salió a colación la Asamblea Constituyente montada en paralelo al Parlamento en manos de los opositores, que Maduro justificó como instrumento para frenar las protestas cuando cronológicamente sucedió al revés. Évole le sugirió que montase un tercer parlamento para parar el derramamiento de sangre actual y el presidente venezolano, relamiéndose como un gato al que le ha saltado un ratón a la boca, rehusó contestar y pudo acusar al reportero de inocular el "veneno" de la prensa occidental.
Tras una insólita ronda en el que el entrevistador le instó a dirigirse a los líderes mundiales -como si no lo hiciese a diario desde su televisión-, a Maduro le tocó empezar a sudar. Évole demostró que sus acusaciones sobre la ilegitimidad de Pedro Sánchez eran intoxicaciones. Dejó en evidencia la perpetua culpabilización contra nebulosas conspiraciones imperialistas. Incluso le pilló en un renuncio sobre una promesa hecha a los jubilados venezolanos. En un momento surrealista, creyéndose en directo en "Aló presidente", Maduro miró directamente a cámara y se puso a impartir órdenes a un ministro como si le estuviese escuchando.
Pero Évole se guardaba un tour de force para el final: marcar el número de teléfono de Juan Guaidó para comprobar si la voluntad de diálogo esgrimida por el presidente venezolano tenía el menor sustento. Y la audiencia contuvo el aliento, porque cualquier comunicación entre ambos tendría una enorme repercusión en la crisis venezolana. El teléfono sonó... y nos fuimos a publicidad. El resultado de la llamada se retrasó como estratagema para que los espectadores consumieran íntegra la pausa publicitaria, un clickbait televisivo en toda regla que dejaba en agua de borrajas las acusaciones de frivolización que recibió la promo grabada por Maduro.
Pero había motivos para aguantar: las llamadas de Évole pueden cambiar la historia. En el recuerdo está la llamada por sorpresa al rey Juan Carlos usando a José María Garcia, pero la que hizo a Jorge Moragas para reprocharle los incumplimientos en la Ley de Dependencia delante de una persona con gran discapacidad tuvo consecuencias mucho más serias. Provocó que el reportero fuese vetado por gran parte de los políticos en ejercicio, algo que obligó a Salvados a cambiar formatos.
Sin embargo, la vuelta de la publicidad trajo pólvora mojada: el teléfono de Guaidó comunicaba, y cuando Maduro se aprestaba a dejarle un mensaje, una voz automática anunció que su buzón de voz estaba lleno. "¡Lleno de mensajes de Trump!" clamó el entrevistado aliviado al poder concluir sosteniendo que él había querido el diálogo y se lo habían rechazado. La explicación es bien distinta: en el momento de la llamada, Guaidó estaba incomunicado para evitar ser localizado. El líder opositor se desplaza en secreto y las entrevistas que ha ofrecido se ha hecho en lugares confidenciales tras una meticulosa preparación.
El truco de llamar espontáneamente hubiese funcionado en una democracia normal. En Venezuela, supone validar el cerrojazo informativo con el que el chavismo castiga a la oposición y a la ciudadanía brindándole a Maduro una oportunidad de afianzar su propaganda. Évole no estaba obligado a tomar partido, pero en este caso la equidistancia consiste en darle la espalda a una parte.
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