El escritor Arturo Pérez-Reverte se ha convertido a golpe de tuit en un referente para muchos de sus seguidores. Una especie de padre tuitero que marca una línea a seguir cuando las cosas se complican. Por eso, en este contexto de batallas campales entre la Policía y los radicales que han tomado las calles de Barcelona sumado a una clase política que muchas de las veces parece no estar a la altura, no han sido pocos los que han echado de menos sus opiniones.
Este jueves el escritor explicaba el porqué de su ausencia. Se debe, dice, a dos motivos bien diferenciados. El primero es que está navegando y mira "más el barómetro y las isobaras que Internet" y, el segundo, "es que ya lo dije hace años (no hace falta ser profeta), y sería repetirme". Junto al mensaje, un enlace a uno de sus artículos de Patente de corso en el XL Semanal:
Se trata de una columna publicada el 21 de marzo de 2016 y titulada El caso Rufián. Antes de explayarse en el texto, empieza explicando qué le pareció el diputado de Esquerra Republicana de Cataluña la primera vez que lo escuchó en el hemiciclo, llegando a citar a Sergi Pamiès en su artículo de La Vanguardia: "Una cursilería low cost con toques de confucianismo de bazar que, si el espectador supera los primeros momentos de vergüenza ajena, puede degenerar en ternura".
"En un par de generaciones esos jóvenes votarán independencia"
Después de inventariar casi todas las cosas que no le gustaron de aquella intervención, admite que se quedó "de pasta de boniato" y acudió a Twitter para sentenciar: "La España que sentó en el parlamento a Gabriel Rufián merece irse al carajo". Aclaró que no se refería a sus votantes, sino a "la España de Aznar, de Zapatero, de Rajoy", pero pocos pillaron su intención y el propio parlamentario respondió a Reverte un irónico "no se preocupe, que ya nos vamos".
Pero la profecía del escritor no se centra en Rufián, sino que su figura le sirve para establecer un paralelismo con "otros jóvenes independentistas". "Hay una línea clave: cuando él mismo afirma que descubrió la lengua y la cultura catalanas 'cuando mis padres me matricularon en un instituto de Badalona'. Es decir, cuando se vio inmerso en un sistema educativo que, desde hace mucho, tiene por objeto cercenar cualquier vínculo, cualquier memoria, cualquier relación afectiva o cultural con el resto de España".
Continúa Reverte analizando que "los sucesivos gobiernos de la democracia han ido dando vitaminas a los canallas y dejando indefensos a los ciudadanos" y por eso estos han reaccionado "mimetizándose con el paisaje para evitar que a sus hijos los señalen con el dedo": "Así, gracias al pasteleo de Aznar, la estupidez de Zapatero, la arrogancia de Rajoy, generaciones de Rufiancitos han ido creciendo primero en el miedo al entorno y luego como parte de él".
Auguraba entonces que "en un par de generaciones, o antes, esos jóvenes votarán independencia con más entusiasmo, incluso, que los catalanes o vascos de vieja pata negra" y terminaba reiterando que "la imbécil y cobarde España que hizo posibles a jóvenes como Gabriel Rufián, merece de sobra irse al carajo. Y ahí nos vamos, todos, oigan. Al carajo".
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