Cuando no está en el bar de Lola, retuiteando perros que necesitan un hogar o soltándole una fresca a algún despistado, Arturo Pérez-Reverte se dedica al noble arte del presagio. Así, como lo leen. El escritor ha demostrado en varias ocasiones que su verbo es tremendamente visionario al aventurar en una entrevista de 2006, por ejemplo, cómo iban a ser los jóvenes en la actualidad.
Sus certeras reflexiones nos han llevado, esta vez, hasta el año 1994. Uno de sus artículos incluidos en la sección Patente de Corso del dominical El Semanal, publicado tiempo después junto a otros en el libro del mismo nombre que reúne sus mejores columnas escritas del 93 al 98, ha puesto a Reverte de nuevo en el papel de clarividente.
En el fragmento que él mismo ha compartido en Twitter se puede leer lo siguiente: "Somos tan frágiles que te temblarían las manos si lo supieras. Todo cuanto tenemos, que parece tan sólido y tan valioso y tan definitivo, se va al carajo en un soplo, en un segundo, al menor descuido nuestro y al menor guiño del azar, la vida, la condición humana".
Continúa anticipando que "basta un insecto, un virus, un trocito de metal en forma de metralla o bala, una gota de agua o aceite sobre el asfalto, un estornudo, una cualquiera de esas bromas pesadas con las que el Universo se complace en pasar el rato, y tú y todo lo que tienes, y todo lo que representas, y todo lo que amas, y todo lo que fuiste, lo que eres y lo que podrías haber sido, se va al diablo y desaparece para siempre sin que vuelva nunca jamás".
Conviene recordar en este punto, por si la cita despista a algún lector, que Casandra fue una de las sacerdotisas de Apolo, según la mitología griega. Con él pactó, a cambio de sexo, que le concediera el don de la profecía; sin embargo, cuando ella rechazó el amor del dios tiempo después, éste la maldijo: seguiría adivinando el futuro, pero nadie la creería.
Casandra y Laocoonte fueron los únicos que predijeron la caída de Troya y la treta del caballo. Nadie creyó en sus palabras. El escritor añade que no hace falta ser profeta para escribir algo como lo que escribió él hace 26 años y así, en lo que se ha interpretado como un recadito al Gobierno en estos tiempos, asegura que "estamos cómodos con quienes mienten. Exigimos que nos mientan".
Suponemos, por la comparativa, que Reverte se siente un poco como Casandra: tocado por el don divino pero marginado en cierta manera por sus contemporáneos. Desde luego, entre sus seguidores este nuevo pronóstico no ha sido ignorado:
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