Queja 15/6782. ‘El Rompedientes’ es un niño violento que acosa a otros menores. Su fama es tal que hasta la presidenta de la Asociación de Madres y Padres del cole aconseja a sus compañeros que no se acerquen a él, se queja ante el centro y logra que sea castigado. Se quedó sin excursiones.
Empieza el nuevo curso. ‘El Rompedientes’ vuelve a la carga. Un niño empieza a no dormir bien, no quiere ir a clase, baja su rendimiento escolar. La dirección del centro cree que el caso no reviste gravedad. Los padres sí. Intentan sin éxito cambiar a su hijo de escuela, pero no encuentran plazas disponibles en otras.
Esta es una de las muchas quejas que ha recibido el Defensor del Menor de Andalucía y que aparecen recogidas en su Informe Anual 2015. Desde hace tres años, las consultas y las quejas no paran de crecer. Si en 2013 hubo 72, este año, en sólo un semestre, ya van 50. Las cifras que manejan son una pequeña muestra. Los casos que llegan son los más desesperados, porque al Defensor van cuando es su última esperanza. La preocupación por este incremento de la casuística les ha llevado a preparar un informe específico sobre acoso escolar que tendrán listo a finales de año.
En la presentación del informe anual, el Defensor del Menor, Jesús Maeztu, ha querido poner de manifiesto su gran preocupación por el bullying, “porque no son peleas ocasionales y de niños. Encierra una actitud de menospreciar, dominar y con ánimo de hacer daño donde no hay una relación de igualdad”. Las soluciones deben venir de toda la comunidad educativa, pero ha apuntado que la salida, al contrario de lo que muchas familias afectadas puedan pensar, no es el cambio de colegio. Maeztu ha considerado que es “errónea”.
Acoso 24 horas, de las aulas a las redes sociales
En la Fundación de Ayuda al Niño y el Adolescente en Riesgo ANAR comparten la tesis del Defensor. Como explica la psicóloga y subdirectora del teléfono de ANAR, Diana Díaz, todo va a depender de la gravedad del caso (en situaciones extremas, sí puede ser lo mejor), pero lo fundamental es actuar a tres bandas: el centro, la familia y el acosado. “Hay que trabajar con el niño, potenciar su autoestima, fortalecer sus capacidades y habilidades sociales, darle recursos y herramientas para que no se sienta víctima y vea que pueda salir de la situación”, explica.
“De lo contrario, el cambio sin más de centro puede llevarle a caer de nuevo en lo mismo”, razona, mientras puntualiza que se puede agravar o cronificar, porque llega lastrado a un nuevo entorno al que se tiene que adaptar. Además, se añade otro elemento negativo: se le transmite el mensaje de que no es capaz de enfrentarse y resolver por sí mismo el conflicto, y la solución tiene que ser externa. Es como si el niño guardara en su mochila un problema que puede volver a saltar de ella al abrirla en el nuevo colegio. “Es una huida hacia adelante”, insiste.
Hay una creencia también equivocada de que el acoso sólo está en el aula, por eso un cambio de centro no resuelve tanto. Internet, los móviles y las redes sociales convierten el acoso en un conflicto 24 horas. Insultos, imágenes, rumores, el ranking de los más feos, un vídeo grabado sin permiso en un vestuario. “El perseguido no descansa”, afirma rotunda Díaz.
Los programas de concienciación y sensibilización en los colegios, no sólo para el alumnado, sino para toda la comunidad educativa, docentes, dirección, Ampas y familias, para enseñar a los niños a detectar el bullying y aprender a denunciar, son útiles. El Defensor añade que otro instrumento interesante es que fueran los propios menores los que mediaran entre acosador y acosado. No están tan contaminados por los prejuicios y los afectos. “Son incluso más duros que los propios adultos en lo castigos”, ha afirmado.
La figura del compañero de clase mediador, según esta psicóloga especializada de ANAR, sólo vale como sistema de prevención, pero no para una situación donde hay “mucha violencia, poder y no hay igualdad de condiciones”.
Un registro escolar contra el acoso
Para Maeztu, “el acoso es el silencio”. Es el silencio de las víctimas que se lo ocultan a sus padres, de las familias que lo ven como un “deshonor”, de los propios centros que no quieren verse “estigmatizados” y pero también de la propia Consejería de Educación. Aunque ya tienen instrumentos como un protocolo de actuación general desde 2011 y otro específico de género (hay mucho acoso escolar homofóbico), en esta institución creen que hacen falta más instrumentos.
Critican que desde la Junta de Andalucía no les facilitan las cifras y que les digan que son casos “minoritarios”. Maeztu no lo ve así. Cada vez que tiene alguna intervención pública en televisión, la oficina se colapsa de llamadas. Tiene claro que desde la institución tienen que “poner toda la carne en el asador” contra el acoso, porque “si se ataja rápido, no deja tantas marcas” y normalmente, “se detecta cuando niño ya está machacado”, lamenta.
Las cifras son importantes para ver la dimensión de problema y hacer un diagnóstico. La solución pasaría por que desde la Consejería de Educación se estableciera un registro. Un formulario en el que cada centro recogiera el número de casos que se han producido en el curso escolar: el cómo, quién, cuándo, dónde y por qué, cómo se detectó y cómo se ha resuelto. Eso facilitaría la coordinación, el control y la búsqueda de soluciones rápidas.
Esta idea del registro también la tuvo el Ministerio de Educación el pasado mes de febrero, tras hacerse pública la carta que escribió a sus padres Diego, el menor de 11 años que se suicidó por no soportar más el acoso del que era objeto. Con esta iniciativa, también se quería dar respuesta a las asociaciones contra el acoso escolar, que vienen reclamando desde hace tiempo esta recogida de datos para poder dimensionar el problema, como se hizo con anterioridad con las estadísticas sobre violencia de género. Educación incluyó esta medida en un plan de convivencia escolar que prevé la formación específica de profesores y una guía para padres de alumnos.
Aunque no tienen datos regionalizados, ANAR elaboró el pasado mes de abril su informe anual sobre las 25.000 llamadas que ellos recibieron tanto de niños, como padres y docentes el pasado año. Las cifras cantan: si en 2009 atendieron 154 casos contrastados de bullying, en 2015 fueron 573, un 75% más que el año anterior. La media de edad de los afectados es de 11,9 años y en una proporción ligeramente superior de las niñas (51%) a los niños (49%). Las víctimas además, comparten patrones muy similares, porque llevan siendo atacados desde hace más de un año (43,9%), los ataques son diarios (70.6%) las 24 horas, y sobre todo, sufren las mismas consecuencias: ansiedad, tristeza, aislamiento, baja autoestima, rabia o lo peor, la idea o el intento de suicidio.