“Yo no voy a decir: mamá soy puta”
La autora cuenta la historia de Laura, una 'superviviente' de la trata de mujeres que gracias a APRAMP ha logrado ser libre.
Laura fue prostituída y hoy es superviviente de la trata. Para que me entiendan, fue puta.
Era una joven secretaria brasileña que soñaba con ser abogada. La crisis la dejó sin trabajo y, alguien cercano a ella, le prometió un puesto por un tiempo en Europa de limpiadora o cuidadora para poder ahorrar, volver y pagarse la carrera.
La llevaron primero a Portugal, por el idioma. La primera semana fue estupenda y compartía piso con otras chicas que vinieron en sus mismas circunstancias. Estaba feliz, persiguiendo su sueño. La confianza y la ilusión ampararon sus últimos días de libertad. No sospechaba nada.
Pasaron pocos días cuando alguien, mirándola a los ojos, le dijo que no había venido a ser cuidadora: estaba allí para ser puta. No podía creerlo. ¿Puta? ¿Ella puta? Debía de tratarse de un error o una broma de mal gusto, aunque no tenía pinta. Ella iba a limpiar para poder ser abogada.
Nadie le preguntó el día que secuestraron su libertad si quería marcharse. Tardó poco en ser consciente de que estaba en el infierno y que los cancerberos eran letales. No tenía nada. Solo miedo, asco. Miedo y asco. O eso creía. Tenía toda una organización detrás. Sin saberlo, formaba parte del “meat market” en el que ella solo era eso, carne. La carne de Laura pronto llegó a España.
Los proxenetas conocen su negocio. El hampa sabe que las mujeres se convierten en “carne vieja” en un club a las tres semanas de llegar. Hay que moverlas y traer “carne nueva”. Así también evitan que las chicas puedan contar lo que les está pasando o que busquen redes de apoyo para salir. Todo está orquestado y Laura fue carne nueva y se convirtió en carne vieja en muchos lugares.
La joven brasileña se consumía entre el dolor, la repugnancia y el instinto humano de la supervivencia. No encontraba su dignidad. La habían aniquilado y ella no era nada. Solo carne, carne y sonrisa. Los clientes exigían complacencia y diversión. Le decían que para problemas se quedaban en casa. Recuerda con tristeza el disfraz obligado de la sonrisa, la imposible máscara de felicidad y los ejercicios para contener las lágrimas.
Laura generó mucho dinero para la mafia que la explotaba. Pero no ganó dinero. Son conceptos distintos. La esclava era pobre. Los dueños, cada vez más ricos. Ellos vendían cuerpos, espacios y las “amenities” necesarias para hacer la estancia placentera.
Laura ofreció la resistencia que pudo a las drogas y al alcohol. Ellos se los daban. La forzaban a consumir. Los clientes más rentables son los que quieren que beban y se droguen con ellos. Los delincuentes lo saben y ella llegó a sufrir el horror del alcohol y las drogas por imposición. Recuerda con espanto y dolor aquellos momentos de la vida. Y maldice, con la perspectiva del paso del tiempo, la obligada sonrisa.
Los dueños no le pegaron. Mandaban hacerlo a los encargados de la seguridad. Le pegaban con las manos, con los puños, lanzándola contra el suelo. El daño físico solo era solapado por la destrucción de la dignidad. Eso sí. Nunca dañaron su bonita cara. Era el reclamo. La sonrisa era la garantía de la venta diaria de la carne. Sabían cómo hacerlo para no dejar marcas visibles. Pero el corazón estaba roto, el cerebro diluido y la mujer muerta en vida.
Seguía presa del miedo y del asco. Nadie se puede acostumbrar a ser esclavo. La mafia sabe que sembrar el terror es necesario para que no escapen: usan todas las coacciones a su alcance. Las amenazas no son solo con causarles daño a ellas, sino a su familia, a las personas que quieren. Así las retienen, las inmovilizan. “Yo no voy a decir: mamá soy puta”, me dijo Laura para que yo pudiera entender que la vergüenza se añade como un hándicap más.
La chica que soñaba con ser abogada era un trozo de carne del que unos disfrutaban sexualmente y que otros explotaban para ganar dinero. Ella había tomado la decisión de “salir”, el mismo día que supo que la habían “metido”. Pero faltaba la oportunidad.
La oportunidad llegó de la mano de APRAMP, una organización española, presidida por una gran mujer, Rocío Nieto, que ayuda a muchas Lauras para que puedan ser libres y tener una vida nueva. Les invito a conocerla. Hoy Laura trabaja allí. Ayuda a que otras mujeres puedan salir de la situación de esclavitud en la que viven.
El proceso fue duro, durísimo. Difícil y arriesgado, largo. Tardó varios años en convertirse en la mujer independiente y autónoma en la que se ha convertido. De hecho, ella sigue bromeando con lo complicado que se lo puso a APRAMP, a “mamá”, que es como las supervivientes llaman a Rocío Nieto. Pero lo ha conseguido. Hoy es libre y feliz. Su resiliencia la llevó a perder el miedo y salir reforzada. Estudia mucho y trabaja. Reivindica que se le considere la cualificación que la capacita para traer a otras víctimas a la libertad. Un trabajo precioso que debemos apoyar y que ellas, que se han formado, son quienes pueden hacerlo.
Mabel Lozano, luchadora infatigable contra la trata, ha estrenado un corto-documental en el que cuenta la historia de Loveth, una superviviente nigeriana. Una dramática historia en la que se habla de una de las especifidades de la trata de nigerianas, como es el vudú.
Loveth, su protagonista, se acercó a mí en el acto que, sobre este asunto organizamos el otro día en EL ESPAÑOL y, con pretensión halagadora me dijo: “Cruz, eres la única persona que ha venido a cumplir su palabra”. Lejos de parecerme un piropo, se me clavó en lo más profundo del corazón y solo pude responder “pues… ¡qué pena!”. Era la segunda vez que oía aquello esa tarde. Laura dijo que el oficio más antiguo no es la prostitución, sino que el oficio más antiguo es mirar para otro lado.
Tras esta historia que tenía que contar, quiero hacerles una petición: cuando pasen por una calle en la que mujeres sonrientes estén siendo prostituidas piensen en Laura o en Loveth, para quienes sonreir es un dictado. No fantaseen con películas, no vean a Julia Roberts en Pretty Woman. Seamos consecuentes con la permisividad que, como ciudadanía tenemos con la trata, que es el grave delito que comercia con las personas como carne sometida.
Y a quienes ya no están en la calle, a las que salieron, admírenlas como las nuevas libertas. No fueron liberadas por sus opresores, sino porque, por sus medios y/o ayudadas por la policía o las organizaciones que trabajan contra la trata consiguieron salir con el respaldo de los medios que el Estado tiene para la lucha contra este gravísimo delito.
Cruz Sánchez de Lara Sorzano es abogada y miembro del Consejo de Administración de EL ESPAÑOL.