Si a Laura se le pregunta cómo resumiría el calvario que tuvo que vivir como víctima de la trata de seres humanos sólo le hacen falta dos palabras: “Me aniquilaron”. Detrás de esas trece contundentes letras se esconde una larga historia de días en los que llegaba a realizar 30 servicios, de alcohol y drogas para soportar el sexo con desconocidos y de amenazas de muerte de las mafias a sus familiares. También de valentía. Mucha. Toda la que necesitó para decir basta y huir del madrileño club en el que estaba atrapada. "Así sobreviví a la mafia que me obligaba a prostituirme", relata. 

Tras un nombre ficticio y ocultando su rostro, esta “superviviente de la trata”, como ella mismo se califica, narra su testimonio con el fin de que la sociedad se conciencie de que “la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo, sino el mirar hacia otro lado”. Para que que se conozca qué pasa detrás de las luces de neón de los clubs de carretera, más allá de las falsas sonrisas de las jóvenes de la calle Montera o sobre los tacones del polígono Marconi. “Ojalá alguien explique después de leer este reportaje por qué cambiamos la dirección de nuestra mirada cuando vemos a una mujer ejercer la prostitución”.

Así sobreviví a la mafia que me obligó a prostituirme

Laura trabajaba en Brasil, su país de origen, en un bufete de abogados para poder pagar sus estudios de Derecho hasta que perdió el empleo. Fue entonces cuando una amiga suya le comentó que tenía “una conocida con negocios en Europa”, quien le podría ofrecer “algo a lo que no estaba acostumbrada”, pero que le permitiría reunir la cantidad de dinero necesaria para terminar los estudios. “Me propuso venir a Europa para cuidar niños y ancianos o limpiar casas y ganar 1.200 euros al mes”, explica.

“Mientras me pensaba qué hacer, esta chica se introdujo en el seno de mi familia poco a poco, llegando a conocer mis puntos más vulnerables”, recuerda Laura, quien si bien en aquel momento no dio importancia al especial interés, meses después encajó todas las piezas del puzzle.

Primero, "como auténticas reinas"

Y tomó la decisión. “No te preocupes por el dinero del viaje. Todo corre de nuestra cuenta. Toma 500 euros para pasar la frontera como turista: São Paulo-París-Vigo”, le informaron. Allí una furgoneta la esperaba a ella y otras seis jóvenes para ser trasladadas a un chalet de Portugal. No sin antes arrebatarles los pasaportes “por cuestiones de seguridad”: “Son muchos y se os pueden extraviar”.

La primera semana nada hacía predecir lo que Europa les esperaba. “Nos trataron como auténticas reinas durante siete días”, confiesa Laura.

Y crack.

Rememora cómo una madame entró -acompañada con seguridad- en la casa en la que se encontraban con un papel en la mano. En él, los supuestos gastos que había generado durante su viaje y estancia: “Lo vais a pagar. Y no cuidando a ancianos ni limpiando. Vosotras estáis aquí para ejercer la prostitución”. Laura se reveló y la respuesta de la mafia fue contundente: “Me dijeron que si no lo hacía tenía a gente en Brasil. Me enseñaron dos fotos de mis sobrinas y me dijeron que primero irían a violarlas y descuartizarlas a ellas y luego a mis hermanas”.

Se abrió “un agujero” sobre sus pies -“me sentí muy culpable por tener la vida de mi familia en manos de esa gente”- que la llevó a “someterse” a ellos, a ser una esclava sexual. Empezó a ejercer en clubs por toda la geografía lusa. Cada 20-30 días los proxenetas la cambiaban de locales de alterne para ofrecer “carne fresca” a los clientes. “Nos trasladaban de unos a otros porque a los clientes les gusta ver mujeres nuevas. Cada vez que llegábamos a uno nuevo, el club se llenaba”, explica.

"La que más bebía, la que más se drogaba"

Después de meses de itinerancia llegó a España. A Sevilla, donde empezó su “verdadero infierno”, recuerda entre lágrimas. En la capital hispalense, le presentaron las drogas. La cocaína, en concreto. “Una compañera me dijo que la única forma de pagar la deuda y escapar pronto era consumir coca porque el cliente que consume también esta droga es el que más paga”.

-¿Y qué sucedió?

-Me transformé. Me convertí en la que más se drogaba, la que más bebía [...] y la que más clientes subía. Perdí la noción de quién era; mi nombre, el objetivo con el que había venido.

-¿Por qué no pediste ayuda?

-No me atrevía. No confiaba en absolutamente nadie. Desconfiaba de todo el mundo y tenía miedo. Pensaba que si le pedía ayuda a un cliente y este es amigo de la mafia, me podría perjudicar mucho más.

Cuando ya se encontraba en un club de Fuenlabrada (Madrid) se topó con las que tilda de “salvadoras”. Dos “rescatadoras” de la Asociación para la prevención, reinserción y atención a la mujer prostituida (Apramp), mediadoras encargadas de establecer contactos con mujeres que están siendo obligadas a prostituirse por las mafias y que intentan sacar de esa esclavitud. “Me costó confiar en la mediadora, pero con la excusa de acompañarme al centro de salud por mis problemas de salud debido a los excesos de alcohol y drogas empecé a pensar que podría ser mi salida”.

EL NÚMERO DE LA SALVACIÓN

Memorizó “el número de la salvación” -no se atrevía ni a guardar la tarjeta de contacto por miedo a represalias por si madame o proxeneta la encontraban- junto a una frase que le dijo la mediadora de la ONG: “Tú puedes ser lo que quieras o lo que te propongas, basta que tú decidas”. Pero no se decidió hasta pasados los seis meses.

Recuerda cómo durante 15 días quedó con un mismo cliente con el que consiguió generar más de 18.000 euros, de los que no vió “ni un sólo céntimo”. Decidió que era el momento “de salir”: “Viva o muerta”.

-Fui entonces a la dueña del club y le dije que ya habíamos acabado, que cogiese su parte del dinero, que me diese la mía y, sobre todo, que me devolviese mi pasaporte.

-¿Y qué te respondió?

-Me dijo que de qué dinero le estaba hablando, que yo allí no tenía absolutamente nada, que me fuese a duchar, a poner guapa y a subir clientes a la habitación. “Sin no lo entiendes por las buenas, lo vas a entender por la malas”, me gritó. Me volví a negar y vino entonces la paliza de mi vida. Ese día no tuvieron reparos de ver si me estaban pegando en la cara o dónde. Me dejaron destrozada.

[...]

Apramp descolgó el teléfono y al otro lado estaba Laura. Pidiendo auxilio. Así, acordaron la huida. Le dijeron, según su relato, que la estarían esperando en un punto estratégico. “Me dijeron el lugar, la marca del coche, el modelo y el color. Me advirtieron que sería peligroso, pero que me esperarían”, confiesa.

-Pedí ayuda a una amiga en quien confiaba. En la puerta había seguridad. Salí corriendo y él detrás. Sólo pensaba mientras corría que si me cogía me mataba. No recuerdo si la puerta del coche estaba abierta o la abrí yo. Si entré por ella o por la ventanilla. Nada. Sólo que lo conseguí.

RECUPERAR "LA DIGNIDAD"

Una vez que pasó a manos de Apramp fue trasladada a un piso de protección con el que cuenta la ONG (que trabaja en coordinación con fuerzas y seguridad del Estado) para víctimas de la trata y comenzó su “duro” proceso de recuperación. “Tarde tres años, he pasado por once psicólogos distintos porque no creía ni en mí”, parece lamentarse. Tocaba recuperar “la dignidad, la autoestima y los valores”, pese a que por el camino se volvió a encontrar con baches como el síndrome de abstinencia que le ha hecho engordar más de 35 kilos o una trombosis coronaria que derivó en la pérdida de parte de un riñón y del bazo.

Pese a que hizo un curso de geriatría para intentar reinsertarse así en el mercado laboral, decidió que quería dedicarse a hacer lo que por ella hicieron otras personas. Es mediadora de Apramp, va con su chaleco de tela (“como si fuese un antibalas”) identificada por calles, polígonos, clubs y pisos invisibles intentando sacar de la prostitución a víctimas como lo fue ella.

“Salvo vidas, como salvaron la mía. Es mi vocación”

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