En el año mil novecientos sesenta y nueve, cuando trabajaba para la revista Destino, realicé un viaje de unos 6.000 kilómetros, partiendo de Guayaquil, en la costa del Pacífico, para acabar en Belen de Pará, en la costa atlántica, siguiendo la ruta de Francisco de Orellana, descubridor del Amazonas.
Un año después, la editorial Juventud, ya desaparecida, publicó el libro con ese título: La Ruta de Orellana.
Hubiera sido uno de tantos libros de viajes de los que estaban de moda por aquella época, de no ser por el hecho de que al atravesar la alta Amazonia ecuatoriana me mordió un murciélago vampiro.
El Desmodus rotundus, también conocido como vampiro de Azara, es un murciélago de la subfamilia de los desmodontinos y es en la actualidad la única especie del género Desmodus.
Habita desde México hasta el norte de Chile, su pelaje es corto, brillante y áspero, de color castaño parduzco y a veces anaranjado y feo como un demonio. Presenta diversas adaptaciones morfológicas: hocico aplastado, dientes especializados y capacidad de desplazamiento apoyándose sobre el antebrazo con las alas replegadas. La longitud del cuerpo alcanza nueve centímetros, la del antebrazo seis y carece de cola. Pesa entre 20 y 40 gramos y se alimenta exclusivamente de sangre.
Ataca al ganado y a ungulados salvajes, pero muy raramente al hombre y nunca a los perros que al parecer advierten su presencia.
Su dentadura está compuesta de 24 piezas, con dos incisivos muy afilados que le sirven para abrir superficialmente la piel, ya que se limita a lamer la herida para extraer la sangre que no deja de manar debido a que su saliva posee un anticoagulante.
La escasa cantidad sangre consumida rara vez daña al animal afectado aunque suelen acudir cada noche a atacar a la misma víctima, ya que si pasa dos noches sin alimentarse muere. Un ejemplar en cautividad puede llegar a consumir cerca de 26 litros de sangre al año. Su mayor peligro se encuentra en que puede transmitir la rabia.
Uno de los primeros en relatar sus experiencias con los murciélagos hematófagos fue Gonzalo Fernández de Oviedo en su Sumario de la Natural Historia de las Indias de 1526.
Los nativos de la zona se protegen durante la noche envolviéndose en unas esterillas hechas de finas cañas que los murciélagos no pueden atravesar.
Llevan gruesas botas y sombreros con lo que están a salvo, pero yo no aguanté envuelto en aquella especie de armadura y me mordieron. Me puse de muy mal humor cuando al día siguiente descubrí un charquito de mi propia sangre a unos diez centímetros de mi brazo.
Algunos investigadores creen que el virus Covid-19 saltó de los murciélagos a los humanos porque al caer la tarde abandona una cueva en Tailandia por millones y en ese momento los aldeanos se llevan sus excrementos. Son murciélagos de herradura, no vampiros.
Ello proporciona al templo budista Khao Chong Phran grandes ingresos y suministra fertilizantes de alta calidad a los agricultores. Llevan haciéndolo durante décadas y aseguran que nunca han tenido problemas de salud pero los murciélagos son grandes reservorios de coronavirus a los que son inmunes. Sin embargo, al saltar a los humanos provocan graves enfermedades como ya ocurrió con el SARS en 2002 y ha vuelto a ocurrir con el Covid-19.
Las investigaciones apuntan a que la pandemia actual se originó por el contacto estrecho de humanos bien con murciélagos o bien con un animal intermedio que habría actuado de transmisor, probablemente una civeta.
En algunas partes de África y Asia se consume carne de murciélago, lo que representa un riesgo tanto para quien manipula un cadáver repleto de fluidos como para quien lo consume.
Dormí como un tronco
La “draculina” es uno de los principales anticoagulantes contenidos en su saliva, y muchos científicos opinan que posee aplicaciones terapéuticas en el tratamiento de apoplejías y ataques cardíacos. El desmoteplase, un fármaco que se obtiene de una proteína hallada en esa saliva, puede ayudar a disolver coágulos cerebrales.
Afamados científicos visitan con frecuencia Papallacta, una pequeña localidad ecuatoriana situada a unos y tres mil metros de altura en la cordillera andina, en la zona en que me atacaron y en la que los ancianos son capaces de trabajar hasta edades muy avanzadas. Lo achacan a que en alguna ocasión fueron mordidos por los desmodus rotundus, pero que al no haberles contagiado la rabia les trasmitieron sus propiedades terapéuticas.
Curiosamente muchos son alérgicos al ajo, lo que aprovechó Bram Stoker a la hora de escribir su novela Drácula pese a que en Transilvania nunca hubieran existido ese tipo de murciélagos.
Tal vez los científicos encuentren por ese camino una solución al problema.
Puede que esté haciendo el ridículo al contar esta vieja historia que ya había mencionado en varias ocasiones, pero cuando están muriendo tantos inocentes más vale hacer el ridículo que guardar silencio porque lo cierto es que desde ese día hace ya casi 60 años nunca he estado enfermo ni he tomado un medicina.
Por lo visto tengo la sangre muy licuada lo cual impide que pueda tener un infarto.
Eso sí, en cuanto como la más mínima cantidad de ajo, puedo llenar un cubo de sangre y me sale incluso por los poros.
Y me importa un comino que me crean o no.