“Llegados a este punto, no tiene mucho sentido hacer la Selectividad este curso”. Así de categórico se mostraba, en un hilo de Twitter, Lucas Gortázar, experto educativo. “No digo que sea la mejor opción, eh. No estoy seguro al 100%. Pero, desde luego, creo que hay que plantear el debate. No sé si ahora, pero sí, desde luego, en poco tiempo”, reconoce en conversación con EL ESPAÑOL. Y lo cierto es que la posibilidad –aunque no se esgrima públicamente– existe ante la crisis del coronavirus. Todos los organismos educativos han pensado, de uno u otro modo, que, si la situación no mejora drásticamente en las próximas semanas, la cancelación puede ser la mejor alternativa para salvaguardar la equidad de los alumnos a la hora de acceder a la universidad.
El Ministerio de Educación y Formación Profesional, junto con el Ministerio de Universidades, la semana pasada, ante la situación especial que vive España, decidió retrasar la Selectividad y fijar una nueva fecha: del 22 de junio al 10 julio. Pero no sólo eso. También acordó modificar el modelo y el contenido de las pruebas con el objetivo de que el alumnado no se viera perjudicado al no haber podido trabajar en clase determinados bloques.
Pero, ¿y si los alumnos no vuelven hasta finales de mayo o principios de junio a clase? Entonces, qué pasa. ¿Se deberían suspender entonces las pruebas de Selectividad? Lucas Gortázar, con datos, abre el debate.
¿Por qué suspenderla?
Lucas Gortázar sostiene que –siempre en su opinión– “las evaluaciones periódicas de 1º y 2º (hasta marzo) de Bachillerato son probablemente las más fiables y justas en estas circunstancias”, reconoce. ¿Por qué? “La prueba de selectividad tiene muchos problemas de diseño que limitan una meritocracia real, promueven poco aprendizaje (se enseña para el examen) y frenan la equidad”, prosigue. Y añade: “Pero además, sabemos que hay sesgos de género y clase social importantes: chicos y alumnos de clase alta responden mejor y se benefician de la prueba de Selectividad”.
Estas diferencias se pueden acentuar en los próximos tres meses, hasta la celebración de las pruebas, si se tiene en cuenta que cada alumno ha tenido que “arreglárselas” por 'su cuenta'. En primer lugar, “porque los docentes no llegan a todo el mundo”; en segundo, porque no todos “tienen los mismos recursos”… Pero también, por ejemplo, porque se ha sustituido el aprendizaje presencial por el online.
Llevar a cabo la selectividad implicaría, según Lucas Gortázar, y en base a sesgos –además de todo lo mencionado anteriormente–, que se agravará la situación de “los alumnos de rentas bajas y dejará igual a los de centros con buenos resultados e igual en términos de género”, explica.
Hacerla, además, conlleva también otros problemas: “Introduce estrés e incertidumbre en el sistema, retrasa las admisiones y, posiblemente, el comienzo del curso que viene, elevando a la máxima potencial el teaching to the test (enseñar para el examen)”, prosigue.
¿Y cuál sería la alternativa? Lucas Gortázar plantea –siempre dejando claro que es un debate a tener en los próximos meses– “utilizar los datos de bachillerato como nota de admisión y desarrollar programas de apoyo para alumnos de cara al acceso (ya determinado) y no a la prueba”. Además de, por ejemplo, aplicar “un efecto corrector para alumnos de niveles socioeconómicos bajos (como en Estados Unidos) porque saben que en general las evaluaciones les penalizan con independencia de sus capacidades”, finiquita.
El debate está ahí. La solución, en las próximas semanas (o meses). Por el bien de los alumnos, ojalá cuanto antes.