Fermín Bohórquez emergió de la tierra y se quedó a vivir en ella. El aire del sur, esa forma de concretarse que tienen ciertos hombres cuando se desciende por el tobogán leve, agradable y confortable, una deliciosa curva, que es Despeñaperros, lo definió: "Todo un señor del campo", ataja el ganadero Juan Pedro Domecq. "Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo".
Nació el 12 de septiembre de 1933 en Sevilla pero, como toda su familia, era de Jerez. No importaba. Desde siempre ambas localidades han desembocado la una en la otra. Jerez, la ciudad en la que el hogar es el concepto, fue sin embargo el imán del que no se zafaría nunca. Junto a su padre, el reconocido ganadero, agricultor y político Fermín Bohórquez González, vivió desde siempre la intensidad de las maneras y costumbres camperas en la finca Fuente del Rey. Los toros de encaste Murube convirtieron el lugar en sede de los toreros de la época: Manolete empujó al joven Fermín a ponerse delante de una becerra por primera vez. La mecha se encendió.
El lote de 59 vacas y dos sementales que formó la ganadería fraguó el tranco templado que encaja con las cabalgaduras en las corridas de rejones. Fermín Bohórquez, la marca y el hombre, se consolidaron en el toreo así.
Empezó a montar con seis años. El debut rejoneando llegó tarde. Con 26 años se presentó en Ubrique. Dos años más tarde se impulsaría desde la importancia de Pamplona, en 1961. Sus referentes fueron Conchita Cintrón, Álvaro Domecq, Simao da Veiga y Joao Alves Branco. El toreo a caballo en vena. Empezó a recorrer España: Valencia, Bilbao, Córdoba, Huelva, San Sebastián, Zaragoza o Barcelona fueron algunas de sus cumbres. En la otra orilla también tuvo éxito: México, Perú, Colombia y Ecuador. Madrid lo tomó prestado anunciándolo 20 años consecutivos en Las Ventas, en Sevilla fue el triunfador en los primeros años de la década de los 70. Mientras tanto, la ganadería no paró de crecer.
"Fue un personaje único, con ganas de vivir la vida", cuenta alguien cercano. "Se dedicó a todo. Era un hombre polifacético", recuerda Juan Pedro. Además de a los rejones y la cría de toros, dedicó mucho tiempo a los galgos, coleccionaba enganches y jugó al polo. "Vivió intensamente, como quiso", aclara.
Los números como rejoneador seguían aumentando hasta alcanzar los 800 festejos. Entregado a su profesión, una vez que se apartó de las ferias se mantuvo en los ruedos toreando festivales. Sumó 28 años vistiéndose de corto para colaborar con distintas causas. "Su empatía no tenía límites". Entre Almonte y Santander creó una factoría de solidaridad hasta conseguir la Gran Cruz de la Beneficencia y la Medalla de Plata de Cantabria, figura en las dos puntas.
Definitivamente se despidió del rejoneo en 1993. Fermín Bohórquez, su hijo, prolongó el clasicismo en las monturas hasta 2015.
Ambos afianzaron el hierro familiar en las ferias más importantes. Su legado es el toro ideal para rejones, obra que continua el Bohórquez de este siglo.
La enfermedad lo arrastró a las profundidades hasta este jueves. "Fallaban las neuronas, era algo degenerativo, se fue consumiendo". La última vez que se le vio en una plaza salía a hombros, en una bulla, sobre la multitud y rodeado de las cabezas de toros con las que se enfila la puerta grande de El Puerto. Ocurrió en su homenaje. La algarabía final.