A Miguel Flores le ofrecieron tomar la alternativa pero lo rechazó. Su carrera como novillero tuvo cierto ambiente. La grave cornada sufrida en Madrid, en la plaza de toros de Vistalegre, complicó las cosas. El 29 de junio de 1997, casi cuarenta años después de aquello, cumplió en la sombra ese sueño: Morante de la Puebla se convirtió en matador de toros en Burgos, el chaval descubierto por Leonardo Muñoz por el que había apostado desde los 16 años. Allí sus caminos se separaron. “Qué torero tiene Miguel Flores, señores”, cantaba años antes la televisión local de Arnedo.
Sus inquietudes como profesional y aficionado las volcó en la búsqueda, en el rastreo del gusto por el escalafón, a veces un desierto. Miguel Flores fue un apoderado clásico, zahorí de la personalidad, que encontró en Morante la cima de su percepción. Julio Aparicio y Salvador Vega rematan la trinidad de matadores que lo definieron.
Miguel Flores nació en Málaga en 1928. Su vida se definió en Granada y Salamanca. Ya de joven se le intuía algo diferente al taurino medio: quiso ser actor. En la capital castellana probó sus primeros tentaderos. En 1951 debutó en Utrera, un 15 de agosto. Recorrió después la provincia de Sevilla y en Camas conoció a Curro Romero, un niño que toreaba genial. La peña taurina camera lo adoptó. El percance en Madrid le destrozó la ingle y la barriga, adelantando una retirada que desembocó en una empresa de compra y venta de coches, lo intentó también con una agencia de publicidad, asuntos tan prosaicos que casi no le identificaban.
Mantuvo siempre un aura especial, distinta. En 2002 se lanzó a la poesía con "Como los ángeles... quisieran torear. Romances taurinos y otras vivencias". Sus poemas definían a toreros, como ellos a él cuando los apoderaba. Durante los últimos años se le podía ver tanto en recitales de poesía como en el campo, acompañando a chavales a la tapia, viviendo en torero a través de otros. La muleta seguía siendo ese imán que ha conquistado, mejorado y destrozado tantas vidas. A él le dio paz. Un ictus, hace algo más de un año, lo condenó: murió en Madrid, rodeado de familiares. Sus restos se trasladaron al tanatorio de la M-30, el lugar más feo para que repose un torero.