El pelazo de Arcadi Espada levitaba sobre un burladero del callejón. Nunca antes se ha visto una institución tan bien peinada. Yo lo hubiera invitado el miércoles pero que estuviera en la plaza le daba a la tarde otro aire, un poso que quizá le faltaba al cartel: Espada lo remataba. Las banderas a media asta y el minuto de silencio recordaron lo desgraciado que habitualmente es hasta el más optimista de los hombres por convivir con ciertos sucesos. El olor a entrañas se va incrustando en Europa. Ese olor que sube por las novelas de George R.R. Martin. La presencia del periodista encadenado a la verdad obligaba a girar la vista cada tanto: qué estaría pensando de todo esto cuando se convierte en un coñazo, en el sumidero de aficionados y tiempo, sobre todo de tiempo. San Isidro desatado. La palabra aburrimiento a veces es tan escasa.

Las conversaciones fueron avanzando por las filas, trepando los tendidos. Había corrillos de gentes medio vueltas al ruedo cuando cayó el último gigante endeble. El bochorno le dio a la tarde un tempo de agosto que tampoco sumó. Al contrario. Llovía el alcohol. Luego en la sala de prensa un pitido infame acosaba las ideas. Una caja de resonancia, el artefacto de 1984. "Te estamos viendo". Escribir con la fiesta de los pasillos de fondo es, también, difícil: el periodista tiene la obligación de las dos cosas.

En el ruedo hubo tres hombres estrellados contra la madera podrida de Valdefresno. Las termitas devoraron los remos. No se tuvo en pie ninguno. Desde el zapato primero, aleonado, rizada la cabellera, escurrido de atrás, desembarcado de Tanzania, hasta los armarios con los que finalizó el sufrimiento del hombre.

El inicio de faena de Fortes al tercero fue lo mejor de la tarde. Será difícil torear más templado de rodillas. Hundido en los medios desde la montera, Fortes esperó con la muleta plegada, el cartucho de pescao, a Pomposico II. El toro, por sus fuerzas limitadas, llevaba un galopín entonado. Fortes le sopló cuatro o cinco naturales sin descomponer un milímetro la figura. Qué manera de torear. Al toro le vino bien por lo que se vio después: la cara por las nubes. Al acudir con el embroque más bajo humillaba lo que debía. De pie Fortes lo esperó, le hizo las cosas bien y salió rana. Apagado Pomposico, distraído, bah. Ni una línea más se merece.

El quinto fue un lisardo enorme camino de los cinco años. Con equilibrio a pesar del andamio sobre el que caía la piel. Las manos también de cristal. En la muleta igual que con el caballo, descompuesto. Ni con el temple, el toro descarrilaba, un destroza aficionados. Una fastidiosa pesadez a esas alturas.

Luque vio pasar dos sobreros. Corrió turno tras la devolución del enano de Valdefresno. El que esperaba en chiqueros tampoco. Quizá le pesaron los medios, por decir algo. En cuarto lugar apareció Vaporito ¡rematado! Las fuerzas justas. En realidad echaba las manos por delante. La defensa de las pezuñas. El freno agarrado. Derrumbado bajo el peto: para atrás. El segundo sobrero era un zambombo rubio. Tanto tiempo en los corrales y descubrió en el ruedo un patio de recreo. Un toro turista, Núñez de Carriquiri. Se hizo el dueño de todo, orientado de puertas y pestillos. Los picadores se movieron sincronizados buscándolo y por fin se picó casi en los medios. Espada lo observaba todo con esa media sonrisa de ¡Quiá! Esperó en banderillas, Perseguido, -obvio- y en el capote metió la cara con cierto reprís. Lo mismo en la muleta. Parecía que guardaba algo. Parado, cuando adelantaba había emoción como de final de Narcos, muy poca. Luque se descubrió en dos derechazos templados, despacio, compuestos en definitiva, erguida la figura, que rompieron un ole trémulo. Luque torea como si estuviera de vuelta. Un Finito de ahora en un torero joven. El toro lanzaba la cara traidor. Faltó limpieza por eso. La despensa estaba definitivamente vacía. Vista la espada se defendió tratando de alcanzarla con el hocico, reflejo de vida indoor, y Luque lo cazó como pudo. 

leal

Juan Leal volvía a Las Ventas después de entusiasmar a unos cuantos partidarios con aquel arrimón. En cuanto pudo, con el astifino tercero rodeado de tablas, lo hizo. Lo había intentado torear desde la pedresina sobre el cable. El toro salió despedido. No iba a poder ser y se fueron a la orilla, lejos de las profunidades donde se encontraron. Allí los primeros circulares convencieron. El toro sobre la taleguilla, Leal crecido, retrasada la muleta, comiéndole el terreno. Levantó a un par de tendidos. El valdefresno sacó tímidamente la bandera blanca y el francés ahí seguía. Descarado con el público, uno se lo agradecieron y otros se lo reprocharon. Abusó quizá al final. La tauromaquia de Dámaso o la ojedista se multiplicaban con el toro entero. En cuanto vio una ventana huyó el pobre diablo. Juan Leal salió al encuentro de una división de opiniones muy torera. La verdad es que después enfrentado al toro Hummer, con la tarde moribunda, reventada, arruinada a la espera del enterrador, con la gente hundida, de charleta y apagada, hastiada como las mujeres de Ramón Casas, agobiados, pegajosos y un poco borrachos, alargó demasiado. No digo que estuviera pesado, digo que se recreó en la agonía de un aborto. "Vaya mierda de feria, fransua", gritó un sensacionalista.

















Ficha del festejo



Monumental de las Ventas. Martes, 23 de abril de 2017. Décimo tercera de abono. Media entrada. Toros de Valdefresno, 1º sin celo, 2º apagado, se rajó el flojísimo 3º, dos, el marmolillo 5º y el endeble 6º, de Hermanos Fraile Mazas y el zambombo sin entrega (4º tris) de Carriquiri.

Daniel Luque, de sangre de toro y oro. Espadazo trasero (silencio). En el quinto, espadazo tendido, pinchazo y estocada trasera casi entera (silencio).

Fortes, de espuma de mar y azabache. Estocada entera suelta. Dos descabellos Aviso (silencio). En el quinto, estocada desprendida (silencio).

Juan Leal, de malva y oro. Media estocada trasera y algo caída (división de opiniones). En el sexto, pinchazo y estocada desprendida (silencio).