La luz está recogida en General Martínez Campos. La apacible casa de Sorolla es un oasis. El pintor dedicó la vida a perseguirla y en las paredes están colgadas sus capturas: un almacén de colores soleados, un murmullo de agua detenida. Hay silencio de brisa y chapoteos, la vida que emerge en la claridad. Las ventanas abren el interior a la avenida, estampada contra el jardín. En realidad es al revés porque los cristales empujan al mundo hacia fuera. El contraste es monumental, del alquitrán a la loza. El Madrid gris tiene una respuesta sencilla y contundente allí, todas esas mañanas de domingo en la sombra, los días de flexo y sobremesas nocturnas, la basura, los patios interiores, la oscura corrida de Juan Pedro Domecq de este jueves.
Como tinieblas aparecieron los cinco toros titulares en el ruedo. Oscuros desde el trapío, reducido, atómico. No por chicos, sino por mediocres. No llamaban la atención en sus líneas tiesas, sin definir, reflejo de fondo escaso. Milímetros de profundidad. Tampoco rompió la plaza a protestar. Algunos pañuelos verdes flamearon solitarios. Ni esa diversión de voces. Anestesiada la tarde, pasó como una sombra en dos horas exactas. La corrida quedó remendada por un toro de Juan Manuel Criado, que al menos tuvo ritmo. Más hecho, con el pitón gris, calibrada la hechura en toda la extensión. Fue para Cayetano. Toreó a la verónica con calma, abierto el capote en semicircunferencia, sin poder, pasajero el lance. No transcendió. Los ayudados por alto, con el trazo suspendido, tuvieron algo. El toro acudía con ritmo. Cayetano toreó con la mano derecha despacio, quizás dos muletazos. En el resto faltó compás y lo pagó el toro, que tampoco insistió. No llegó a solidificarse nada, tan diluido en una triste quietud. Las formas, entraba y salía de la cara, confianza, se cruzó, pero la faena estaba embalsamada. Demasiada calma de Cayetano.
Su primera aparición en el ruedo de Las Ventas, cinco años después, estuvo coronada por dos largas, afarolada y cordobesa, para rematar unas tafalleras. Cayetano volvía a Madrid con ese aire de torero con un poco de discurso. Protestaron al castaño, el tercero. Tenía badana, algo montado, sin morrillo. Huyó del caballo con chillido de neumáticos. Cayetano brindó al Rey: la plaza celebró la recepción válida como un touchdown. La estadística no es favorable al emérito. Vibraron, como con el buen par de Iván García. Bocidorado, echaba el juampedro el hocico por delante en el buen galope. Alegres los embroques. Cayetano se acopló a ese ritmo. No le obligó nunca. Mejor con la dercha. Había una mínima clase hipotecadísima. Y la faena duró lo que el toro, frágil, empantanado.
Joaquín Galdós confirmó brindando el toro a su madre. La señora se tapaba la cara de la emoción. Tuvo algún asterisco que despejar este juampedro. Las famosas teclas. Huyó del peto. No le obligó Galdós nunca. Iba de largo el toro. Cambió los terrenos el matador. No decía nada el conjunto. Estuvo serio Galdós, haciendo las cosas bien. Algún muletazo suelto saltó. Con la izquierda bajó la faena y volvió a la derecha para ganar el paso, exprimir media embestida. Empezaba a oscurecer en Las Ventas a las siete de la tarde.
Qué feo era el sexto. Una birria, por dentro y por fuera. Confirmaba el petardo, tan alto, zancudo. Un tostón su embestida, reflejo del físico chungo, derruido.
A Manzanares se le murió entre las manos el segundo, un frágil juampedro, reducido desde el escaso trapío. Latía la incapacidad. Abrochó la defunción con un gran espadazo, certero y fulminante, en la yema. El acero cayó bajo en el cuarto, hundido desde el tercer muletazo. Sediento, un pitonazo mostraba todas sus flaquezas. Manzanares trató de cuidarlo pero el toro, desesperado, asfixiado, incapaz, sólo tenía solución en el esperado final: la muerte.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. 1 de junio de 2017. Vigésimo segunda de feria. No hay billetes. Toros Juan Pedro Domecq, sin fuerza el 1º, 2º no se tenía, sin fondo el 3º, birria el 6º, y uno, 5º, con ritmo y noble de Juan Manuel Criado.
José María Manzanares, de sangre de toro y oro. En el segundo, gran estocada (ovación). En el cuarto, bajonazo (silencio).
Joaquín Galdós, de teja y oro. En el de la confirmación, buena estocada. Aviso (saludos). En el sexto, cuatro pinchazos sin soltar y espadazo desprendido. Dos cabellos. Aviso (silencio).
Cayetano, de azul cielo y oro. Pinchazo y espadazo trasero (silencio). En el quinto, estocada trasera, suelta y casi entera (saludos).