Con el quinto toro todo sucedió muy rápido. Los cinco viejos de Rehuelga habían tenido momentos buenos en el caballo, muchos muletazos con la cabeza por las nuebes, un trote suavón, dormido, metían la cara con pereza, sin la emoción de la humillación, con cero entrega: una maravillosa siesta. Al despertar había un toro, Liebre, arrastrado por las mulillas girando en una vuelta al ruedo. No era una maniobra para encarar el desolladero. Nadie sabía bien qué había ocurrido. Qué fiesta nos habíamos perdido para que la resaca fuese de todos. Desconcertados, el gigante buendía de 647 kilos recibía los honores de la primera plaza de toros del mundo en uno de sus entrañables espamos de portátil. ¡Saludó el mayoral! El presidente tuitero cariñoso con su cla concedió el pañuelo azul y aplaudía la parroquia, las redes sociales y el resto de toros que sí lo han merecido. Liebre no pasará a la historia.
Apareció como el segundo de los rehuelga alimentado con anabolizantes. Buendía exagerado, estirado y apretado de kilos. La badana le colgaba dándole una seriedad más allá de lo astifino. Todo en él rezumaba trapío. El primer puyazo lo tomó recto, un trote convencido. En el peto se empleó abajo, el primero de todos en hacerlo con los riñones. Alberto Aguilar lo puso de nuevo, un poco más largo. Y en el tercero volvió a irse hasta el percherón en la distancia, alegre, preciosa la postal. Esta vez la cara a media altura, hacia delante el hocico. Había nervios en los tendidos. La gente chocaba entre sí como en las primeras filas de los conciertos, esperando a la muleta, cuando les brindó Aguilar. Dio sitio el matador. Allá fue Liebre, lanzado por la inercia. Al tercer muletazo ya había girado la cara, soltado el pitón convertido en cerbatana. Aguilar se resintió. El golpe fue seco. Vuelta de nuevo a la cara, toda la atmósfera de triunfo se había partido. No tenía la misma confianza el matador, iba el toro sin celo, recto, por dentro. Claro que no abrió la boca. Un poco tarde encontró la distancia Aguilar. Le ganó dos pasos y con la muleta en el hocico Liebre se dejaba, sin más. Con todo ese volumen, es verdad. Tapado, metido en su terreno, apretó Aguilar en dos tandas por la derecha jaleadas: ese era el lío. Rozaba la oreja: mucho más con los doblones finales, estirado el toro, abierto el matador. Cayó la espada y Liebre. Se inventaron para él una vuelta al ruedo póstuma.
Qué cabezón tenía el segundo. Latentes los seis años que cumpliría en octubre. Una expresión de cascarrabias hacía de máscara al cráneo gigantesco, como de cementerios de elefantes. El gris era un nublado. Empujó en el caballo como si dirigiera una melé. La primera tanda de Aguilar no tuvo tensión. Camuflado el tornillazo. Cuando Aguilar planteó de nuevo la faena, fue algo agradecido. La entrega no se le veía. Metía la cara sin más. Tampoco era son, más pastueño. Todo sucedió por la derecha sin romper. Por la izquierda buscaba sin irse, embistiendo como el vago de la escuela taurina. Reinó el silencio.
Pérez Mota tuvo el lote de la tarde. La gente se puso de parte del tercero, para cortarle la oreja siendo más listo, y el extraordinario sexto, el único toro que rompió a embestir. Extraordinario Coquinero, yendo hasta el final con el ritmo medido, para torear despacio. Negro, un poco encogido en su hechura, astifino, la clase la mostró desde la brega. Volaba sin motor, planeando entre las telas, hacia delante siempre. De muñecas dormidas. Pérez Mota se lanzó al natural pronto. Las primeras tandas no le impusieron la velocidad. El toro embestía despacio. Bastante hizo en acoplarse a eso el matador. Los toques, la manera de engancharlo, había cosas. Pero faltaba algo. Coquinero se ofrecía para volcar Madrí. Qué personalidad. La humillación cumbre. La cabeza de Pérez Mota imaginaba algo que no estaba ocurriendo en el ruedo. Acortó la distancia con la derecha. Aquello emborronó. Y se fue a por la espada como si la plaza estuviera en ese punto para hacerlo. Obvio no. Le exigieron seguir toreando. No tuvo la personalidad para perfilarse: otra tanda por la derecha lastró un poco más la actuación. Un pase del desprecio y un cambio de mano tuvieron entidad.Los naturales a pies juntos entonaron el conjunto. Aquel pase de pecho a la hombrera contraria fue el último muletazo que recibió Coquinero. Mató a la segunda.
Perlasnegras era un pajarraco. Desde los pitones se abría una extensión sideral de carne. No era alto. Un armario con los kilos bien colocados y repartidos, ordenados. Un toro redondo, gris y astifino. Respondió al galope pero no al castigo, desentendido. Haría igual más tarde. La gente muy con él. Empezó templado Pérez Mota. Había suavidad en el trazo. No se rebosaba por abajo como sí hizo el sexto, pero un primer tramo de la embestida era bueno. Se arrancaba desde atrás el toro. Pérez Mota seguía en esa templanza sin arrebato. Sin vender. A esas alturas Perlasnegras tenía ya más partidarios. En un derechazo hubo conjunción. Lo sorprendió en dos arrancadas, definitivas para volcar el entusiasmo. Pérez Mota estaba tranquilo. Echando los vuelos. Sonaban ya algunos pititos. No era gran cosa el toro, quedo al tercer muletazo, con un cuarto difícil, pero había conseguido que le remontara. Como en el anterior, sin estar mal daba la impresión de que todo fueron buenas intenciones. Una gran ovación lo acompañó hasta el carnicero mientras que el gaditano escuchó el penetrante y agudo viento de la afición.
El otro poseído de Rehuelga fue el cuarto. Una aparición. Dos pitones se levantaban de una bola de carne. Era un triceratops de la dehesa. Lucero, se paró en cuanto salió en un escorzo sin pasión, de fiera agostada, perezosa, dormida y pasota. Ahí no había un toro de lida. ¡Era un monstruo! Andaba con plomo en las pezuñas, con la pachorra de haber merendado donuts. Qué gordo. En las antípodas del toro de lidia. En el caballo no sé sabe bien quien se echó encima de quién. La montura fue a estrellarse en el rompeolas. Se salió con él Robleño. Un muletazo lo devolvió hecho un lío de patas, enredado y rebotado. Perdía las manos. No decía nada. Sólo la mole pasando. Como si embistiera un autobús. Las tandas seguían y seguían pero no ocurrió nada. Al remiendo de San Martín, Robleño lo rodeó siempre en la incertidumbre, rebuscando en esa marmita espesa. Era soso y además no humillaba. Una vez parado, otra andarín. Hacía pesado el embroque y la plaza no se enteraba por la pátina suavona que caía sobre el conjunto. No era fácil estar delante. A Robleño, qué capacidad, se le atascó el engranaje sólo con la espada.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Miércoles, 7 de junio de 2017. Vigésimo octava de feria. Media entrada.Toros de Rehuelga, 2º sin entrega, templado el 3º sin romper, tampoco se entregó el 4º, un 5º suavón sin celo premiado con la vuelta al ruedo, y uno (1º) de San Martín no humilló.
Fernando Robleño, de grana y azabache. Pinchazo, pinchazo suelto desprendido y espadazo trasero (silencio). En el cuarto estocada desprendida. Varios descabellos. Aviso (silencio).
Alberto Aguilar, de rosa y oro. Estocada atravesada alto trasera (silencio). En el quinto, estocada desprendida (saludos).
Pérez Mota, de tabaco y oro. Pinchazo arriba, pinchazo hondo y espadazo trasero y algo tendido (algunos pitos). En el sexto, no encontró toro y espadazo (pitos).
Parte médico
Alberto Aguilar sufre una contusión en tercio medio de la cara interna del muslo derech con rotura de aponeurosis y músculo vasto interno. Ha sido operado en la enfermería de la plaza de toros. Pronóstico reservado.