Licenciado vio en el capote un espantapájaros. Apoyado en las manos, con la cabeza adelantada, curioseó con un bufido: levantó una pequeña ola en la tela y se despertó un murmullo en la plaza. Lo llamaba el matador a menos de un metro. El escorzo orientó al colorao en dirección contraria, con un temblor de sangre, espantado, ido. Sin embargo no abandonaba. Quieto. En tensión. Lo sujetaba una curiosidad atávica. Andaba para atrás el matador, cada vez más metido en tablas, volanteando el capote. El encuentro con Juan del Álamo fue tan frío que ni existió. Un renuñez Licenciado, colorao, redondo. Una expresión amable. No se alteró, tuvo paciencia y logró girar el contacto. Licenciado por fin fue al capote con ese acelerón de lo nuevo. El ímpetu vírgen, de descubrimiento. El hallazgo de embestir. Las primeras verónicas tuvieron el ardor de pólvora nueva. El alcurrucén guardaba un banco de virtudes.

Fue deshaciendo esa tensión en paralelo con la lidia. Y se descubrió en la muleta. Salió suelto de los primeros doblones de Del Álamo, pasando. En tan sólo dos instantes estaban en los medios. Allí sí se sujetó. Lo vio Álamo muy claro. Clavó una rodilla en tierra y la plaza entró. El inicio de faena rompió porque se fraguó. Licenciado embestía despacio. Un poquito suelto. Del Álamo ordenó una faena alegre de tandas largas que entusiasmó. Se iba detrás de los pases de pecho. Con los genes bulliendo el toro sacó un punto de emoción. Adelantó la faena un paso más. No el definitivo. Al natural llevó al toro, abierto el trazo, largo. La gente se contagió de la facilidad, del ritmo entusiasta. Todo en los medios. Respondía Licenciado. La última tanda se abrió con un farol: vertical el torero, rozándolo. Siempre pisando la frontera. El final por bajo, bueno, con muletazos redondos no fue la eclosión esperada. Era imposible volver a empezar. Había que matar. Juan del Álamo enterró el acero. La muerte encontró a Licenciado en los medios, tragándose la sangre, resistiendo al veneno lento, implacable, a la fuerza interior que lo demolía. Sólo, sin nadie alrededor, fue dejándose ganar; dos manos negras lo sumergieron. Se fue Licenciado al otro mundo resistiéndose hasta en la forma de echarse, solemne, sin aspavientos. Estallaron los tendidos en un jaleo de pañuelos. La algarabía se convirtió en bronca cuando el presidente no concedió la segunda oreja: si la da no pasa nada. Dudó, y claro. Juan del Álamo recorrió dos veces el anillo como un feliz abanderado.

Intenso doblón de Juan del Álamo Plaza 1

Los aplausos calentaron al matador antes de salir el sexto. La Puerta Grande latente. Casi cantada. Tiene que ser, le decían. Entregados, como con recochineo mirando al palco, jalearon las verónicas. El toro era negro. De pitón blanco. Andaba con los capotes metiendo la cara. Yéndose. Huyó de los picadores en una forma muy conseguida de ahorrar energías. No se pudo aguantar más: sacó todo para derribar al picador en los terrenos del 2, levántandolo de los pechos, volteándolo hacia atrás. Brindó Juan del Álamo al público. Desde los medios lo citó. La quedada resultó. El toro venía echando humo, el humo caliente de la casta. Tres muletazos descubrieron el ansia por alcanzar el movimiento. Con celo, vivo. A la siguiente el salmantino pensó que se vendría igual, pero se paró. Mucha exigencia en ese instante. Mérito aguantar ahí. Se comía la muleta el bicho y llegó el desarme. Los pitones pasaban peinando las espinillas. Se quedó muy quieto Jonathan, aguantando el tránsito interior. Le ganó un pasó cuando se agarró de manos el alcurrucén. Creció un palmo la emoción. Bajo la intensidad al natural y, de nuevo, con la derecha en la media distancia retomó la senda. Le valía cualquier estocada. La plaza aguantó la respiración. Una travesía algo caída fue suficiente. Cuando saludó se veía con la oreja, era suya, ahí estaba: la fabulosa Puerta Grande de Madrid.

A El Cid le salió el toro de la feria, subido a ese tristísimo pelotón de toreros con suerte y sin capacidad. San Isidro 2017 está siendo el de la desgracia para los toros buenos. Antequerano lo tuvo casi todo. Intensidad, humillación, profundidad, temple, clase. Sobre todo profundidad en ese espacio donde se produce el toreo, un brillo cegador entre las dos femorales. Embistió a un ritmo de lío. Qué manera de criar toros los Lozano. Perfecto para Madrid. Antequerano fundió a El Cid, diluido a cada nueva serie: un iceberg en el mediterráneo. Pinchó casi para tener una excusa. Una forma lamentable de acabar -y estar- con la vida de un ejemplar así. Apenas le dio importancia a su faena al primero, desconfiado. Quitado. Deslucido también el de El Cortijillo, la verdad. Sólo una tanda limpia agradecida por el núñez, que tenía intención de colocar la cara. Nunca sabremos para qué lado hubiera caído. Ya está bien. Habría que crear una comisión de inhabilitación para sustituciones veraniegas, por ejemplo.

Natural de El Cid al extraordinario 'Antequerano' Plaza 1







Adame mantuvo la tarde en la disolución. Fernando Sánchez se recreó en un par caído y saludó con el compañero que, con menos ínfulas, le mojó la oreja. El toro iba a su aire. Le exigió Adame y medio respondió. Tampoco el torero pisó el acelerador. El alcurrucén tomó la primera salida a tablas, que ya no daban nada más. Toro y torero vieron la oportunidad. Se atascó con la espada. Intervino en dos quites. Se libró tras caer en las gaoneras. Aquel Antequerano cumbre le rozó la sien cuando pasó, atrincherado el matador bajo las dos manos. El quinto fue más toro. Largo, degollado, un pelín más zancudo. Iba con el hocico por delante y se desentendía. Adame lo toreó con suavidad. No era su día. Apenas alguien le compraba la mercancía. Se fue parando el toro. Cruzado, el mexicano no fue capaz de remontar el ambiente contrariado, un punto hostil, y volvió a estrellarse con el acero: el espejo definitivo.

















Ficha del festejo





Monumental de las Ventas. Jueves, 8 de junio de 2017. Más de media entrada. Toros de Alcurrucén, sin entrega el 2º, a más el 3º con fondo, 4º con profundidad, clase y emoción, 5º desentendido, exigente el 6º y uno de El Cortijillo, el 1º deslucido.

El Cid, de azul marino y oro. Espadazo trasero (silencio). En el cuarto, pinchazo sin soltar y espadazo trasero y perpendicular saliéndose de la suerte (saludos).

Joselito Adame, de verde botella y oro. Pinchazo caído, espadazo casi entero desprendido y pinchazo hondo caído. Tres descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, bajonazo, pinchazo sin soltar, pinchazo arriba sin soltar, estocada baja (silencio).

Juan del Álamo, blanco y plata. Estocada entera (oreja con fuerte petición de la segunda). En el sexto, espadazo desprendido (oreja). Salió a hombros por la Puerta Grande.

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