La tarde caminaba entonces por la vía de servicio. Nos costaba seguir lo que pasaba arrastrados por el sueño gris del toro-toro. Una marejada de almas se emboscaba en la plaza, azotada por la mosca tsé-tsé de la casta fundida. Los tres primeros adolfos inauguraron la cuerda de un ancla que se hundía y se hundía en el abismo de la afición a los toros. La antepenúltima de San Isidro fue un lastre, una piedra enredada en el tobillo. El aburrimiento feroz, el calor y ese silencio de complicidad, de autobuses dirección Extremadura, creaban el ecosistema perfecto para la nada. Se apagó la luz en Las Ventas. Un folio en blanco.
Chaparrito vino a sumar a la sucesión de apéndices de carne. Ya no me acuerdo ni cómo era el toro. Al primer puyazo derribó al caballo rubio en una noria de crines volcado sobre la montura, el espinazo y el cuello. Abrió el paracaídas el picador una milésima antes. Ferrera intentó sacarlo del caballo pero lo atenazaba un freno en los cuartos traseros, arrastrados: se diluía exactamente en el polvo que levantaban las extremidades agarrotadas. La lidia fue una cosita. Anulado el toro por las fuerzas interiores, Ferrera se había echado la muleta a la izquierda. Consintió. Zahorí del toreo, Antonio Ferrera, se lo llevó al 5, buscando otros terrenos, el manantial. Encontró un charquito. Abrió primero los caminos al natural, todo para el toro. Cambió de mano, y surgió una tanda intensa. No ponía nada de su parte el adolfo, qué iba a poner. Se lo inventaba Ferrera paso a paso, toque a toque, sacrificando el estilo para empujar hacia delante. Sólo algún guiño traicionero, el recorrido escaso, prendido, hecho añicos. Algún remate brilló en el análisis de la ecuación. Se abrió el matador calculando la distancia. Perdía pasos. Debió ser ahí cuando vertical surgieron dos tandas maceradas en la inteligencia. Apenas alguien dijo algo. Ferrera creció un palmo al lado del aquel adolfo. Qué esfuerzo. Una faena larga, obvio, clausurada por la guillotina del aviso. Los pinchazos llevaron el reloj hasta pasado el segundo y en el último descabello, con el tic tac marcado en la sien, holló la arruga del cuello y acabó con él. Algunas tímidas palmas fueron el único eco que quedó después.
Desde que le pudo con el capote Ferrera al primero, hasta el último natural, utilizó al adolfo como un banco de pruebas de las muñecas. El quite, las banderillas. Se quedaba el toro debajo, agazapado en el fajín. Como en el lance con el que se abrió. El derrote le abrió a él la taleguilla. Tuvo paciencia para esperarlo con la izquierda. Toques y distancia. No lo agradeció el adolfo. Una pena. Exprimió Ferrera en un prólogo de lo que se venía la media arrancada sin premio.
Buscador fue un toro precioso. Recortado. 491 kilos calculados en la probeta de la bravura. El trapío a punto de rebosar, medido, cárdeno, precioso. Un toro bonito. Lo aplaudieron al pisar la arena. Había un remanente, una entrega a punto de salir, de clase. Bautista muleteó mucho tiempo, sin encontrar nada, sin buscar demasiado. Una faena directa al trastero. El toro empeoró una deriva sin sustancia. A lo lejos se dijeron adiós.
Los mejores muletazos de su carrera en Madrid los dio al quinto. Aviador por nombre. Una mancha estancada, soso, sin ninguna pretensión. Un toro que se salvó de la quema por el hierro. Aviador era un torito de porcelana. Cabezón, los pitones anticipaban un cuerpo fino, deportivo. Las protestas se levantaron una mijita, como por compromiso. Había que justificarse, airear los pañuelos verdes. Bautista se gustó toreando despacio a un toro inerte, derrumbado por pura apatía dos veces. Siguió y siguó Bautista, inconsciente del clima de hartazgo. El 15-M callado montado sobre el desastre de Adolfo Martín. Se hizo muy pesado. La última tanda, tan a gusto el matador, gustándose en el derrumbe, bailando sobre las ruinas del Alepo ganadero, fue tomada a chufla por el respetable: cada muletazo era acompañado por el ole de charanga.
Lo único que se llevó Escribano del tercero fueron dos coladas traicioneras. El trote apagado guardaba una reserva de gatos. Sin muleta el toro tenía prisa por encontrar carne, el celo deshilachado de la embestida. Lo envió al infierno con una estocada en los blandos. Luego sólo aquel par por dentro, tan arriesgado, mantuvo un poco la emoción, que se iba despeñando. Arriesgó Escribano, que libró el gañafón abierto y agapazado lanzándose al burladero: pudo coger el sombrero antes de que lo arrollara la piedra. La ilusión por el sexto se desmoronó en el primer muletazo. Ya ves el interior que se marcó. El toro parado miraba, marcando el objetivo. Un natural medio se desprendió, pero nada. No hubo repetición. Quizá afectaron los terrenos, en los medios. No hay excusa tampoco: Escribano no pudo hacer nada con una birria de toro, la guinda a una nefasta, aburrida, acabada y lamentable corrida de Adolfo Martín. Un señor petardo.
Ficha del festejo
Monumental de las Ventas. Viernes, 9 de junio de 2017. Antepenúltima de feria. Casi lleno. Toros de Adolfo Martín, se quedaba debajo el soso 1º, a menos el 2º, apagadísimo el orientado 3º, 4º desentendido y sin entrega, 5º vacío, 6º parado.
Antonio Ferrera, de azul turquesa y oro. Pinchazo y estocada trasera y tendida (silencio). En el cuarto, pinchazo arriba, pinchazo, pinchazo, pinchazo hondo y estocada en el número. Un descabello. Dos avisos (palmas).
Juan Bautista, de verde botella y oro. Pinchazo, pinchazo arriba, pinchazo, espadazo trasero, caído y atravesado (pitos). En el quinto, pinchazo hondo (silencio).
Manuel Escribano, de obispo y azabache. Estocada en los blandos (silencio). En el sexto, espazado trasero (silencio).